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  • Terapia sistémica: mirando más allá del individuo para entender el cambio

    Terapia sistémica: mirando más allá del individuo para entender el cambio

    ¿Qué es la terapia sistémica y por qué puede ayudarte?

    Cuando algo no va bien en nuestra vida—una ansiedad que no entendemos, un conflicto que se repite, una tristeza que nos acompaña desde siempre—tendemos a pensar que el problema está solo dentro de nosotros. Pero ¿y si lo que te ocurre tuviera que ver también con tus vínculos? ¿Y si mirar a tu alrededor fuera parte de la solución?

    La terapia sistémica es un enfoque psicológico que propone una mirada distinta: en lugar de centrarse únicamente en el individuo, pone el foco en las relaciones que esa persona mantiene con su entorno. La familia, la pareja, los amigos e incluso las normas sociales y culturales son parte del “sistema” que influye en cómo nos sentimos y actuamos.

    No somos islas: crecemos dentro de sistemas

    Desde pequeños, aprendemos a relacionarnos según el contexto en el que vivimos. La familia, especialmente la familia de origen cumple un papel clave en esa construcción. ¿Te has preguntado por qué reaccionas de cierta forma cuando discutes con tu pareja? ¿O por qué te cuesta poner límites en el trabajo? Muchas veces, la respuesta está en patrones de comportamiento que aprendimos, sin darnos cuenta, en el hogar.

    La terapia sistémica ayuda a identificar esos patrones y entender el rol que cada uno cumple dentro del sistema familiar o relacional. No se trata de buscar culpables, sino de mirar con curiosidad y compasión cómo se han ido formando nuestra manera de estar en el mundo.

    La teoría del apego: una pieza clave del rompecabezas

    Uno de los pilares de la terapia sistémica es la teoría del apego, desarrollada por John Bowlby. Esta teoría explica cómo las primeras relaciones que establecemos—principalmente con nuestras figuras de cuidado—moldean nuestra forma de vincularnos a lo largo de la vida.

    Por ejemplo, si de niño o niña aprendiste que tus emociones no eran bien recibidas o que tenías que cuidar de otros para sentirte seguro, es probable que en tu vida adulta te cueste pedir ayuda o expresar lo que sientes. En la terapia sistémica exploramos estos vínculos y su origen, y ofrecemos un espacio seguro para reflexionar sobre ellos y cómo han podido influir en el malestar presente.

    ¿Cómo funciona una sesión de terapia sistémica?

    Lo más característico de este enfoque es su flexibilidad. Puede trabajarse de manera individual, en pareja o en sesiones familiares. En cualquiera de estos formatos, el objetivo no es solo “arreglar” a una persona, sino entender cómo todos influyen en todos dentro del sistema.

    Los terapeutas sistémicos actuamos como observadores que ayudan a poner en palabras lo que a veces es difícil ver desde dentro. Con mucho cuidado y cariño vamos explorando la familia, las relaciones pasadas, e incluso cómo fue la infancia. Evaluando los patrones de relación y entendiendo el origen, vamos poco a poco junto con la persona resolviendo preguntas que hasta ahora no encontraban respuesta.

    Un pequeño cambio puede transformar el sistema entero

    Una de las ideas más poderosas de la terapia sistémica es que el cambio en una sola persona puede generar un efecto dominó. Por ejemplo, si una hija empieza a poner límites a una madre controladora, eso no solo mejora su bienestar, sino que obliga a la familia a reorganizarse y encontrar nuevas formas de relacionarse.

    Este enfoque no se basa solo en el análisis del pasado, sino en intervenciones concretas para mejorar el presente y construir un futuro diferente. Se trata de dejar de repetir lo que nos hace daño y empezar a construir relaciones más sanas y auténticas.

    ¿En qué casos es útil la terapia sistémica?

    Este tipo de terapia es especialmente útil cuando hay:

    • Conflictos familiares persistentes
    • Problemas de pareja
    • Dificultades en la crianza de hijos
    • Trastornos alimentarios o de conducta en adolescentes
    • Sentimientos de “repetir siempre lo mismo” en diferentes áreas de la vida
    • Procesos de duelo o separación

    También es una excelente opción cuando una persona siente que ha probado otras terapias individuales y no termina de comprender por qué no logra sentirse bien.

    Lo que puedes esperar de este proceso

    Hacer terapia sistémica no significa que tengas que traer a toda tu familia a la consulta (aunque en algunos casos es recomendable). Muchas veces, basta con que una sola persona decida mirar su historia desde otro lugar.

    Algunas cosas que puedes lograr con este enfoque son:

    • Comprender de dónde vienen tus emociones y reacciones
    • Romper con patrones de sufrimiento aprendidos
    • Mejorar la comunicación en tus vínculos
    • Reposicionarte dentro de tu familia o pareja
    • Tomar decisiones más libres y conscientes

    Una invitación a mirar con nuevos ojos

    Mirarse a uno mismo es valiente. Pero mirarse dentro del contexto de los vínculos que más importan… eso es transformación.

    Si sientes que estás atrapado en dinámicas que no entiendes, si notas que hay una historia que se repite en tu vida y no sabes cómo cambiarla, la terapia sistémica puede ayudarte a encontrar respuestas. No para señalar culpables, sino para descubrir cómo cambiar tu lugar en la historia que te tocó vivir.

    Porque a veces, para sentirnos mejor, no basta con mirar hacia adentro: también hay que mirar alrededor.

     

    ¿Te interesa este enfoque? En el Centro de Psicología Sandra Ribeiro ofrecemos acompañamiento desde la terapia sistémica, tanto en sesiones individuales como familiares. Da el primer paso y empecemos a comprender tu historia de una forma nueva.

  • “Tengo miedo a conducir, y no sé por qué”: El caso de Laura y lo que hay detrás de muchas fobias

    “Tengo miedo a conducir, y no sé por qué”: El caso de Laura y lo que hay detrás de muchas fobias

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Terapia Adultos

    TERAPIA DE PAREJA

    TERAPIA FAMILIAR

    TERAPIA PARA ADOLESCENTES

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

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  • El poder de la resiliencia: Cómo superar los desafíos emocionales

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  • Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    “El cuerpo lleva la cuenta de lo que la mente intenta olvidar”.
    — Bessel van der Kolk

    El cuerpo como testigo

    Muchas personas viven atrapadas en un cuerpo que habla constantemente a través de dolores persistentes, fatiga crónica, problemas digestivos, taquicardias… Se han hecho pruebas, analíticas, resonancias… y todo “sale bien”, síntomas físicos reales que no encuentran explicación médica clara. Pero no se sienten bien. No duermen, no descansan, no pueden disfrutar de su cuerpo. En realidad, lo que ocurre no es que el cuerpo esté fallando, sino que está hablando por ellas.

    A veces, el cuerpo grita lo que no nos atrevemos a decir en voz alta. Te han dicho que “todo está bien”, pero tú no te sientes bien. En estos casos, el cuerpo puede estar expresando, a través de síntomas físicos, un sufrimiento emocional no resuelto.

    Este fenómeno se conoce como trastorno somático, y no es una invención ni una exageración. Lo que ocurre es que, aunque los síntomas son reales, intensos y generan un gran malestar, el origen no es una lesión física detectable, sino un desequilibrio emocional o psicológico que se manifiesta a través del cuerpo. Es la manera en que el cuerpo lleva la cuenta de experiencias emocionales que no han podido procesarse, como explica el psiquiatra Bessel van der Kolk en su libro El cuerpo lleva la cuenta

    ¿Qué es un trastorno somático?

    En el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5), el diagnóstico se denomina Trastorno de Síntomas Somáticos, y se caracteriza por:

    • Uno o más síntomas físicos que causan malestar significativo o alteran la vida diaria.
    • Preocupación excesiva por la salud, pensamientos persistentes sobre la gravedad de los síntomas, ansiedad o conductas repetitivas para controlarlos.
    • Persistencia de los síntomas, incluso si cambian con el tiempo (por ejemplo, dolor que aparece en diferentes partes del cuerpo o síntomas que se desplazan).

    Es decir, la persona presenta uno o más síntomas físicos persistentes que causan malestar y limitan su vida, sin que exista una causa médica que los explique completamente. Pero el diagnóstico no depende tanto de la ausencia de causa médica, sino del impacto que los síntomas tienen en la vida emocional y funcional de la persona.

    ¿Por qué el cuerpo habla?

    El cuerpo y la mente están profundamente conectados. Cuando una emoción no se puede procesar, expresar o incluso identificar, muchas veces se canaliza por vías somáticas. El cuerpo se convierte en un mensajero del dolor emocional no dicho.

    Esto puede ocurrir en personas que:

    En estos casos, el cuerpo toma la palabra cuando la persona no encuentra voz.

    Ejemplos comunes de somatización

    • Dolor crónico (espalda, cabeza, articulaciones) sin causa médica.
    • Problemas digestivos recurrentes (náuseas, colon irritable).
    • Mareos, sensación de desmayo o debilidad.
    • Dificultades respiratorias sin diagnóstico médico claro.>
    • Sensación de “nudo en la garganta” o dificultad para tragar.
    • Taquicardias o presión en el pecho sin alteraciones cardíacas.

    Estos síntomas suelen generar angustia, visitas frecuentes al médico y una sensación de no ser comprendido por el entorno.

    ¿Por qué no se detecta fácilmente?

    Vivimos en una cultura que separa cuerpo y mente. Las personas suelen recibir múltiples pruebas médicas que descartan enfermedades físicas, pero rara vez se les ofrece una evaluación psicológica o emocional.

    Además, el sufrimiento emocional sigue estando estigmatizado: “ser fuerte” se confunde con “no sentir”. Esto hace que muchas personas lleguen a consulta después de años de síntomas, con una sensación de desesperanza, desconfianza y desgaste.

    El cuerpo como memoria emocional

    Van der Kolk propone que muchas de las sensaciones físicas que experimentan las personas con trauma (dolor, tensión, hipervigilancia, insomnio, dificultades digestivas) no son “psicosomáticas” en el sentido de “imaginarias”, sino somatizaciones reales de experiencias emocionales que han quedado atrapadas en el cuerpo.

    El trauma no resuelto —ya sea por experiencias de abuso, negligencia emocional, violencia, pérdidas tempranas o estrés crónico— no solo afecta a la mente, sino al sistema nervioso. Cuando no se puede hablar, llorar, gritar o escapar, el cuerpo se encarga de guardar esa carga. Pero no puede sostenerla indefinidamente sin consecuencias.

    La neurobiología del trauma y la somatización

    Desde la Teoría de la Regulación del Afecto de Allan Schore, sabemos que el desarrollo emocional saludable depende de relaciones tempranas seguras, en las que el bebé puede regular sus emociones a través del contacto con un cuidador sensible. Cuando esto falla, el sistema nervioso autónomo se desorganiza: el cuerpo aprende a sobrevivir, no a vivir en calma.
    Esto se traduce en adultos con sistemas nerviosos hiperactivados (ansiedad, tensión muscular, digestiones lentas, insomnio) o hipoactivados (fatiga crónica, sensación de vacío, disociación). Ambos extremos pueden generar síntomas físicos persistentes, incluso sin “estrés aparente”.

    El cuerpo grita lo que la infancia silenció.

    De la patología al mensaje: ¿Qué te está queriendo decir tu cuerpo?

    En lugar de ver el trastorno somático como un problema aislado, podemos verlo como una forma en que el cuerpo intenta adaptarse, alertar, proteger o expresar lo que no se pudo poner en palabras.

    Los síntomas pueden tener funciones emocionales y enviarnos un mensaje valioso:

    • El dolor puede tener la función de mantenernos en reposo cuando estamos agotados.
    • La fatiga puede avisarnos que nuestro cuerpo y/o mente están a punto de colapsar por sobreexigencia.
    • El nudo en la garganta puede avisarnos de que estamos guardando demasiadas cosas sin hablar o que el llanto lleva contenido años.
    • Las taquicardias, puede ser señal de una alerta corporal ante una amenaza que ya pasó pero no fue integrada.

    Tratamiento: trabajar con cuerpo, mente y vínculo

    Los trastornos somáticos no se resuelven con “pensar positivo” ni con que alguien te diga que “todo está en tu cabeza”. Este tipo de trastorno necesita un abordaje psicológico serio, respetuoso y profundo, además de trabajar con el cuerpo como aliado terapéutico.

    Desde este enfoque, el tratamiento requiere:

    • Psicoterapia emocionalmente sintonizada centrada en la regulación emocional, el procesamiento del trauma (cuando lo hay) y el trabajo con la conexión cuerpo-mente. Una intervención que ayude a regular el afecto, reconocer los estados del cuerpo y generar nuevas experiencias relacionales reparadoras.
    • Intervenciones terapéuticas psicoeducativas que ayuden a la persona a comprender la relación entre emociones y cuerpo.
    • Técnicas corporales que faciliten el descenso de la hiperactivación y que ayuden a liberar la carga retenida en el cuerpo como la atención plena, el yoga, la respiración, la integración sensoriomotriz.
    • Trabajo con la historia del paciente: a través del cuerpo, muchas veces emergen memorias implícitas que nunca pasaron al lenguaje. Aquí se trabaja desde el respeto, la contención y la seguridad.
    • En algunos casos, tratamiento farmacológico para reducir la ansiedad asociada, siempre supervisado por un psiquiatra.

    Importante

    • Los síntomas somáticos son reales, aunque no siempre tengan una causa médica visible.
    • El cuerpo es un mensajero, no un problema.
    • Las emociones que no se expresan, se imprimen en el cuerpo.
    • La regulación emocional, el vínculo terapéutico seguro y las técnicas corporales son claves para sanar.

    Escuchar al cuerpo es empezar a sanar

    Muchas personas con síntomas somáticos han vivido años de incomprensión médica, familiar o incluso terapéutica. Han sido etiquetadas como “hipocondríacas”, “dramáticas” o “débiles”. Pero si escuchamos desde otro lugar, podemos ver que el cuerpo no es el enemigo: es el guardián de una historia que aún no ha sido contada con palabras.

    Cuando el cuerpo habla, no debemos callarlo, sino escucharlo con curiosidad y sin juicio. Los trastornos somáticos no son un invento ni una exageración, sino una forma legítima del ser humano de expresar algo que ha sido silenciado o reprimido.

    Atender estos síntomas desde una mirada integral y compasiva permite a muchas personas empezar a vivir con menos dolor y más sentido.

    El cuerpo no está roto. Solo necesita que alguien escuche y entienda su lenguaje.  – Sandra Ribeiro

     

    Estamos aquí para ayudarte.

    Pide cita:

    Rellena nuestro formulario

    Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    “El cuerpo lleva la cuenta de lo que la mente intenta olvidar”.
    — Bessel van der Kolk

    El cuerpo como testigo

    Muchas personas viven atrapadas en un cuerpo que habla constantemente a través de dolores persistentes, fatiga crónica, problemas digestivos, taquicardias… Se han hecho pruebas, analíticas, resonancias… y todo “sale bien”, síntomas físicos reales que no encuentran explicación médica clara. Pero no se sienten bien. No duermen, no descansan, no pueden disfrutar de su cuerpo. En realidad, lo que ocurre no es que el cuerpo esté fallando, sino que está hablando por ellas.

    A veces, el cuerpo grita lo que no nos atrevemos a decir en voz alta. Te han dicho que “todo está bien”, pero tú no te sientes bien. En estos casos, el cuerpo puede estar expresando, a través de síntomas físicos, un sufrimiento emocional no resuelto.

    Este fenómeno se conoce como trastorno somático, y no es una invención ni una exageración. Lo que ocurre es que, aunque los síntomas son reales, intensos y generan un gran malestar, el origen no es una lesión física detectable, sino un desequilibrio emocional o psicológico que se manifiesta a través del cuerpo. Es la manera en que el cuerpo lleva la cuenta de experiencias emocionales que no han podido procesarse, como explica el psiquiatra Bessel van der Kolk en su libro El cuerpo lleva la cuenta

    ¿Qué es un trastorno somático?

    En el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5), el diagnóstico se denomina Trastorno de Síntomas Somáticos, y se caracteriza por:

    • Uno o más síntomas físicos que causan malestar significativo o alteran la vida diaria.
    • Preocupación excesiva por la salud, pensamientos persistentes sobre la gravedad de los síntomas, ansiedad o conductas repetitivas para controlarlos.
    • Persistencia de los síntomas, incluso si cambian con el tiempo (por ejemplo, dolor que aparece en diferentes partes del cuerpo o síntomas que se desplazan).

    Es decir, la persona presenta uno o más síntomas físicos persistentes que causan malestar y limitan su vida, sin que exista una causa médica que los explique completamente. Pero el diagnóstico no depende tanto de la ausencia de causa médica, sino del impacto que los síntomas tienen en la vida emocional y funcional de la persona.

    ¿Por qué el cuerpo habla?

    El cuerpo y la mente están profundamente conectados. Cuando una emoción no se puede procesar, expresar o incluso identificar, muchas veces se canaliza por vías somáticas. El cuerpo se convierte en un mensajero del dolor emocional no dicho.

    Esto puede ocurrir en personas que:

    En estos casos, el cuerpo toma la palabra cuando la persona no encuentra voz.

    Ejemplos comunes de somatización

    • Dolor crónico (espalda, cabeza, articulaciones) sin causa médica.
    • Problemas digestivos recurrentes (náuseas, colon irritable).
    • Mareos, sensación de desmayo o debilidad.
    • Dificultades respiratorias sin diagnóstico médico claro.>
    • Sensación de “nudo en la garganta” o dificultad para tragar.
    • Taquicardias o presión en el pecho sin alteraciones cardíacas.

    Estos síntomas suelen generar angustia, visitas frecuentes al médico y una sensación de no ser comprendido por el entorno.

    ¿Por qué no se detecta fácilmente?

    Vivimos en una cultura que separa cuerpo y mente. Las personas suelen recibir múltiples pruebas médicas que descartan enfermedades físicas, pero rara vez se les ofrece una evaluación psicológica o emocional.

    Además, el sufrimiento emocional sigue estando estigmatizado: “ser fuerte” se confunde con “no sentir”. Esto hace que muchas personas lleguen a consulta después de años de síntomas, con una sensación de desesperanza, desconfianza y desgaste.

    El cuerpo como memoria emocional

    Van der Kolk propone que muchas de las sensaciones físicas que experimentan las personas con trauma (dolor, tensión, hipervigilancia, insomnio, dificultades digestivas) no son “psicosomáticas” en el sentido de “imaginarias”, sino somatizaciones reales de experiencias emocionales que han quedado atrapadas en el cuerpo.

    El trauma no resuelto —ya sea por experiencias de abuso, negligencia emocional, violencia, pérdidas tempranas o estrés crónico— no solo afecta a la mente, sino al sistema nervioso. Cuando no se puede hablar, llorar, gritar o escapar, el cuerpo se encarga de guardar esa carga. Pero no puede sostenerla indefinidamente sin consecuencias.

    La neurobiología del trauma y la somatización

    Desde la Teoría de la Regulación del Afecto de Allan Schore, sabemos que el desarrollo emocional saludable depende de relaciones tempranas seguras, en las que el bebé puede regular sus emociones a través del contacto con un cuidador sensible. Cuando esto falla, el sistema nervioso autónomo se desorganiza: el cuerpo aprende a sobrevivir, no a vivir en calma.
    Esto se traduce en adultos con sistemas nerviosos hiperactivados (ansiedad, tensión muscular, digestiones lentas, insomnio) o hipoactivados (fatiga crónica, sensación de vacío, disociación). Ambos extremos pueden generar síntomas físicos persistentes, incluso sin “estrés aparente”.

    El cuerpo grita lo que la infancia silenció.

    De la patología al mensaje: ¿Qué te está queriendo decir tu cuerpo?

    En lugar de ver el trastorno somático como un problema aislado, podemos verlo como una forma en que el cuerpo intenta adaptarse, alertar, proteger o expresar lo que no se pudo poner en palabras.

    Los síntomas pueden tener funciones emocionales y enviarnos un mensaje valioso:

    • El dolor puede tener la función de mantenernos en reposo cuando estamos agotados.
    • La fatiga puede avisarnos que nuestro cuerpo y/o mente están a punto de colapsar por sobreexigencia.
    • El nudo en la garganta puede avisarnos de que estamos guardando demasiadas cosas sin hablar o que el llanto lleva contenido años.
    • Las taquicardias, puede ser señal de una alerta corporal ante una amenaza que ya pasó pero no fue integrada.

    Tratamiento: trabajar con cuerpo, mente y vínculo

    Los trastornos somáticos no se resuelven con “pensar positivo” ni con que alguien te diga que “todo está en tu cabeza”. Este tipo de trastorno necesita un abordaje psicológico serio, respetuoso y profundo, además de trabajar con el cuerpo como aliado terapéutico.

    Desde este enfoque, el tratamiento requiere:

    • Psicoterapia emocionalmente sintonizada centrada en la regulación emocional, el procesamiento del trauma (cuando lo hay) y el trabajo con la conexión cuerpo-mente. Una intervención que ayude a regular el afecto, reconocer los estados del cuerpo y generar nuevas experiencias relacionales reparadoras.
    • Intervenciones terapéuticas psicoeducativas que ayuden a la persona a comprender la relación entre emociones y cuerpo.
    • Técnicas corporales que faciliten el descenso de la hiperactivación y que ayuden a liberar la carga retenida en el cuerpo como la atención plena, el yoga, la respiración, la integración sensoriomotriz.
    • Trabajo con la historia del paciente: a través del cuerpo, muchas veces emergen memorias implícitas que nunca pasaron al lenguaje. Aquí se trabaja desde el respeto, la contención y la seguridad.
    • En algunos casos, tratamiento farmacológico para reducir la ansiedad asociada, siempre supervisado por un psiquiatra.

    Importante

    • Los síntomas somáticos son reales, aunque no siempre tengan una causa médica visible.
    • El cuerpo es un mensajero, no un problema.
    • Las emociones que no se expresan, se imprimen en el cuerpo.
    • La regulación emocional, el vínculo terapéutico seguro y las técnicas corporales son claves para sanar.

    Escuchar al cuerpo es empezar a sanar

    Muchas personas con síntomas somáticos han vivido años de incomprensión médica, familiar o incluso terapéutica. Han sido etiquetadas como “hipocondríacas”, “dramáticas” o “débiles”. Pero si escuchamos desde otro lugar, podemos ver que el cuerpo no es el enemigo: es el guardián de una historia que aún no ha sido contada con palabras.

    Cuando el cuerpo habla, no debemos callarlo, sino escucharlo con curiosidad y sin juicio. Los trastornos somáticos no son un invento ni una exageración, sino una forma legítima del ser humano de expresar algo que ha sido silenciado o reprimido.

    Atender estos síntomas desde una mirada integral y compasiva permite a muchas personas empezar a vivir con menos dolor y más sentido.

    El cuerpo no está roto. Solo necesita que alguien escuche y entienda su lenguaje.  – Sandra Ribeiro

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    Trastornos Somáticos: cuando el cuerpo habla lo que la mente no puede

    “El cuerpo lleva la cuenta de lo que la mente intenta olvidar”.
    — Bessel van der Kolk

    El cuerpo como testigo

    Muchas personas viven atrapadas en un cuerpo que habla constantemente a través de dolores persistentes, fatiga crónica, problemas digestivos, taquicardias… Se han hecho pruebas, analíticas, resonancias… y todo “sale bien”, síntomas físicos reales que no encuentran explicación médica clara. Pero no se sienten bien. No duermen, no descansan, no pueden disfrutar de su cuerpo. En realidad, lo que ocurre no es que el cuerpo esté fallando, sino que está hablando por ellas.

    A veces, el cuerpo grita lo que no nos atrevemos a decir en voz alta. Te han dicho que “todo está bien”, pero tú no te sientes bien. En estos casos, el cuerpo puede estar expresando, a través de síntomas físicos, un sufrimiento emocional no resuelto.

    Este fenómeno se conoce como trastorno somático, y no es una invención ni una exageración. Lo que ocurre es que, aunque los síntomas son reales, intensos y generan un gran malestar, el origen no es una lesión física detectable, sino un desequilibrio emocional o psicológico que se manifiesta a través del cuerpo. Es la manera en que el cuerpo lleva la cuenta de experiencias emocionales que no han podido procesarse, como explica el psiquiatra Bessel van der Kolk en su libro El cuerpo lleva la cuenta

    ¿Qué es un trastorno somático?

    En el Manual Diagnóstico y Estadístico de Trastornos Mentales (DSM-5), el diagnóstico se denomina Trastorno de Síntomas Somáticos, y se caracteriza por:

    • Uno o más síntomas físicos que causan malestar significativo o alteran la vida diaria.
    • Preocupación excesiva por la salud, pensamientos persistentes sobre la gravedad de los síntomas, ansiedad o conductas repetitivas para controlarlos.
    • Persistencia de los síntomas, incluso si cambian con el tiempo (por ejemplo, dolor que aparece en diferentes partes del cuerpo o síntomas que se desplazan).

    Es decir, la persona presenta uno o más síntomas físicos persistentes que causan malestar y limitan su vida, sin que exista una causa médica que los explique completamente. Pero el diagnóstico no depende tanto de la ausencia de causa médica, sino del impacto que los síntomas tienen en la vida emocional y funcional de la persona.

    ¿Por qué el cuerpo habla?

    El cuerpo y la mente están profundamente conectados. Cuando una emoción no se puede procesar, expresar o incluso identificar, muchas veces se canaliza por vías somáticas. El cuerpo se convierte en un mensajero del dolor emocional no dicho.

    Esto puede ocurrir en personas que:

    En estos casos, el cuerpo toma la palabra cuando la persona no encuentra voz.

    Ejemplos comunes de somatización

    • Dolor crónico (espalda, cabeza, articulaciones) sin causa médica.
    • Problemas digestivos recurrentes (náuseas, colon irritable).
    • Mareos, sensación de desmayo o debilidad.
    • Dificultades respiratorias sin diagnóstico médico claro.>
    • Sensación de “nudo en la garganta” o dificultad para tragar.
    • Taquicardias o presión en el pecho sin alteraciones cardíacas.

    Estos síntomas suelen generar angustia, visitas frecuentes al médico y una sensación de no ser comprendido por el entorno.

    ¿Por qué no se detecta fácilmente?

    Vivimos en una cultura que separa cuerpo y mente. Las personas suelen recibir múltiples pruebas médicas que descartan enfermedades físicas, pero rara vez se les ofrece una evaluación psicológica o emocional.

    Además, el sufrimiento emocional sigue estando estigmatizado: “ser fuerte” se confunde con “no sentir”. Esto hace que muchas personas lleguen a consulta después de años de síntomas, con una sensación de desesperanza, desconfianza y desgaste.

    El cuerpo como memoria emocional

    Van der Kolk propone que muchas de las sensaciones físicas que experimentan las personas con trauma (dolor, tensión, hipervigilancia, insomnio, dificultades digestivas) no son “psicosomáticas” en el sentido de “imaginarias”, sino somatizaciones reales de experiencias emocionales que han quedado atrapadas en el cuerpo.

    El trauma no resuelto —ya sea por experiencias de abuso, negligencia emocional, violencia, pérdidas tempranas o estrés crónico— no solo afecta a la mente, sino al sistema nervioso. Cuando no se puede hablar, llorar, gritar o escapar, el cuerpo se encarga de guardar esa carga. Pero no puede sostenerla indefinidamente sin consecuencias.

    La neurobiología del trauma y la somatización

    Desde la Teoría de la Regulación del Afecto de Allan Schore, sabemos que el desarrollo emocional saludable depende de relaciones tempranas seguras, en las que el bebé puede regular sus emociones a través del contacto con un cuidador sensible. Cuando esto falla, el sistema nervioso autónomo se desorganiza: el cuerpo aprende a sobrevivir, no a vivir en calma.
    Esto se traduce en adultos con sistemas nerviosos hiperactivados (ansiedad, tensión muscular, digestiones lentas, insomnio) o hipoactivados (fatiga crónica, sensación de vacío, disociación). Ambos extremos pueden generar síntomas físicos persistentes, incluso sin “estrés aparente”.

    El cuerpo grita lo que la infancia silenció.

    De la patología al mensaje: ¿Qué te está queriendo decir tu cuerpo?

    En lugar de ver el trastorno somático como un problema aislado, podemos verlo como una forma en que el cuerpo intenta adaptarse, alertar, proteger o expresar lo que no se pudo poner en palabras.

    Los síntomas pueden tener funciones emocionales y enviarnos un mensaje valioso:

    • El dolor puede tener la función de mantenernos en reposo cuando estamos agotados.
    • La fatiga puede avisarnos que nuestro cuerpo y/o mente están a punto de colapsar por sobreexigencia.
    • El nudo en la garganta puede avisarnos de que estamos guardando demasiadas cosas sin hablar o que el llanto lleva contenido años.
    • Las taquicardias, puede ser señal de una alerta corporal ante una amenaza que ya pasó pero no fue integrada.

    Tratamiento: trabajar con cuerpo, mente y vínculo

    Los trastornos somáticos no se resuelven con “pensar positivo” ni con que alguien te diga que “todo está en tu cabeza”. Este tipo de trastorno necesita un abordaje psicológico serio, respetuoso y profundo, además de trabajar con el cuerpo como aliado terapéutico.

    Desde este enfoque, el tratamiento requiere:

    • Psicoterapia emocionalmente sintonizada centrada en la regulación emocional, el procesamiento del trauma (cuando lo hay) y el trabajo con la conexión cuerpo-mente. Una intervención que ayude a regular el afecto, reconocer los estados del cuerpo y generar nuevas experiencias relacionales reparadoras.
    • Intervenciones terapéuticas psicoeducativas que ayuden a la persona a comprender la relación entre emociones y cuerpo.
    • Técnicas corporales que faciliten el descenso de la hiperactivación y que ayuden a liberar la carga retenida en el cuerpo como la atención plena, el yoga, la respiración, la integración sensoriomotriz.
    • Trabajo con la historia del paciente: a través del cuerpo, muchas veces emergen memorias implícitas que nunca pasaron al lenguaje. Aquí se trabaja desde el respeto, la contención y la seguridad.
    • En algunos casos, tratamiento farmacológico para reducir la ansiedad asociada, siempre supervisado por un psiquiatra.

    Importante

    • Los síntomas somáticos son reales, aunque no siempre tengan una causa médica visible.
    • El cuerpo es un mensajero, no un problema.
    • Las emociones que no se expresan, se imprimen en el cuerpo.
    • La regulación emocional, el vínculo terapéutico seguro y las técnicas corporales son claves para sanar.

    Escuchar al cuerpo es empezar a sanar

    Muchas personas con síntomas somáticos han vivido años de incomprensión médica, familiar o incluso terapéutica. Han sido etiquetadas como “hipocondríacas”, “dramáticas” o “débiles”. Pero si escuchamos desde otro lugar, podemos ver que el cuerpo no es el enemigo: es el guardián de una historia que aún no ha sido contada con palabras.

    Cuando el cuerpo habla, no debemos callarlo, sino escucharlo con curiosidad y sin juicio. Los trastornos somáticos no son un invento ni una exageración, sino una forma legítima del ser humano de expresar algo que ha sido silenciado o reprimido.

    Atender estos síntomas desde una mirada integral y compasiva permite a muchas personas empezar a vivir con menos dolor y más sentido.

    El cuerpo no está roto. Solo necesita que alguien escuche y entienda su lenguaje.  – Sandra Ribeiro

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • El apego: qué es y cómo influye en nuestras relaciones

    El apego: qué es y cómo influye en nuestras relaciones

    Terapia para Adultos

    En qué consiste…

    La modalidad de terapia para adultos consiste en un proceso de enfoque individual en el que, a través de sesiones periódicas en un ambiente de total privacidad y confidencialidad, se detecta y se define el problema y las posibles causas que lo genera. Posteriormente, se aborda cada una de estas causas, conociendo sus síntomas y averiguando cómo y para qué surgen. También se exploran los recursos que dispones para solucionar el problema y se crean nuevas estrategias de afrontamiento.

    Es muy importante conocerse a sí mismo, ya que el autoconocimiento es la primera condición para cambiar. El objetivo de la terapia para adultos es que consigas este autoconocimiento y que puedas identificar las emociones no saludables y disponer de un abanico de herramientas para hacer frente a las circunstancias de tu vida de la manera más eficaz y menos dañina.

    Cómo trabajamos…

    Evaluación inicial

    Comenzamos una fase de evaluación, donde nos enfocamos en comprender tus necesidades y recoger información relevante. Exploraremos el problema que te preocupa, cómo se manifiesta y cómo impacta en tu vida diaria. Esta fase nos permitirá crear un mapa claro de tu situación actual para empezar a trazar un camino hacia el cambio.

    Definición de objetivos y herramientas

    Con la información recogida, trabajaremos juntos para definir tus objetivos y metas terapéuticas. Diseñaremos un plan personalizado de intervención que se adapte a tus necesidades específicas, utilizando herramientas y enfoques basados en tratamientos de eficacia comprobada. Este es un proceso colaborativo, donde tu participación activa es clave para avanzar hacia el bienestar que deseas.

    Seguimiento y prevención

    Una vez que comencemos a lograr los objetivos planteados, pasaremos a la fase de seguimiento, donde evaluaremos los cambios alcanzados y ajustaremos las estrategias si es necesario. Además, trabajaremos en la prevención de posibles recaídas, ofreciéndote recursos y habilidades para que puedas mantener los avances conseguidos a largo plazo.

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  • El apego: qué es y cómo influye en nuestras relaciones

    El apego: qué es y cómo influye en nuestras relaciones

    ¿Qué es el apego y por qué es tan importante?

    El apego es ese primer vínculo emocional profundo que desarrollamos desde que nacemos. No se trata solo de amor o cariño: es una conexión vital que nos proporciona seguridad, consuelo y protección, especialmente en momentos de amenaza, miedo o malestar.

    Desde los primeros meses de vida, este lazo se forja a través de las interacciones con nuestros cuidadores principales. Si ellos responden a nuestras necesidades con calidez, consistencia y disponibilidad, comenzamos a formar una idea del mundo que nos dice: “puedo confiar”, “soy importante”, “merece la pena pedir ayuda”.

    Esto, aunque parezca simple, tiene un impacto enorme en nuestra manera de vincularnos en la adultez: en cómo amamos, cómo nos relacionamos, cómo pedimos (o no pedimos) ayuda, y cómo manejamos los conflictos.

    La teoría del apego: una base científica sólida

    La teoría del apego fue desarrollada por el psiquiatra y psicoanalista John Bowlby, y más tarde ampliada por la psicóloga Mary Ainsworth. A través de sus estudios, demostraron que la calidad del vínculo con nuestras figuras de apego (padres, abuelos, cuidadores) determina el tipo de apego que desarrollamos.

    Ainsworth identificó distintos patrones de apego basándose en cómo los niños respondían a la separación y el reencuentro con su madre. Estos estilos no son etiquetas definitivas, pero sí modelos mentales que se internalizan y se activan, muchas veces de forma automática, en nuestras relaciones adultas.

    Los 4 tipos de apego principales

    A lo largo del desarrollo, y según cómo haya sido esa primera experiencia vincular, se forman distintos estilos de apego que no son categorías rígidas, pero sí nos pueden servir de guía para entender ciertos patrones:

    1. Apego seguro

    Las personas con apego seguro:

    • Se sienten cómodas con la intimidad.
    • Saben pedir ayuda cuando la necesitan.
    • Confían en los demás sin perder su autonomía.
    • Suelen tener relaciones equilibradas, con buena comunicación y límites sanos.

    Este tipo de apego nace de relaciones en la infancia y adolescencia donde el niño fue visto, atendido y valorado de manera consistente por sus cuidadores.

    2. Apego ansioso

    Aquí es común que aparezca el temor constante a ser abandonado o no ser suficiente. Quienes tienen apego ansioso:

    • Buscan validación constante.
    • Temen que la otra persona los deje de querer.
    • A menudo se sacrifican por la relación, dejando sus propias necesidades de lado.
    • Son hipersensibles a los cambios emocionales del otro.

    Este patrón suele surgir cuando el cuidado recibido fue impredecible o inconsistente: a veces presente, a veces ausente, generando incertidumbre respecto a la relación de cuidado.

    3. Apego evitativo

    Las personas con este estilo tienen interiorizado que mostrar sus necesidades o emociones no es seguro. Así que:

    • Se vuelven muy autosuficientes.
    • Evitan la cercanía emocional.
    • Suelen sentir que el amor “asfixia” o que la vulnerabilidad es una debilidad.
    • Pueden parecer fríos o distantes, pero en el fondo, temen profundamente ser heridos.

    Este patrón se desarrolla cuando el entorno fue frío, crítico o excesivamente demandante, en ocasiones, con falta de cariño.

    4. Apego desorganizado

    Este es el tipo más complejo. Aquí, la figura de apego fue también fuente de miedo, es decir:

    • La misma persona que debía cuidar, también lastimaba.
    • Las relaciones se viven con mucha ambivalencia.
    • Hay comportamientos contradictorios (acercamiento y rechazo).
    •  Se experimenta una gran dificultad para confiar o para establecer vínculos estables.

    Este tipo de apego está asociado a experiencias traumáticas, negligencia o violencia en la infancia, un daño repetido que ha condicionado la manera de relacionarse con los demás.

    ¿Por qué es útil conocer tu estilo de apego?

    Saber cuál es tu estilo de apego no es encasillarte, sino entender tus mecanismos emocionales. Muchas veces repetimos patrones sin darnos cuenta: elegimos parejas similares, reaccionamos del mismo modo ante conflictos o evitamos ciertos vínculos por miedo.

    Conocer tu estilo de apego te puede ayudar a:

    • Identificar dinámicas dañinas que repites sin ser consciente
    • Entender por qué algunas relaciones te resultan agotadoras o inseguras.
    • Desarrollar formas más sanas de vincularte.
    • Aprender a regular tus emociones con más autonomía y resiliencia.

    ¿Se puede cambiar un estilo de apego?

    Sí, se puede. La buena noticia es que el apego no es una sentencia. Es una huella, pero no un destino. Gracias a las nuevas experiencias afectivas y al trabajo personal —especialmente en terapia— es posible desarrollar un apego más seguro.

    Algunas herramientas útiles:

    • Psicoterapia: Es uno de los espacios más eficaces para revisar tu historia vincular y sanar heridas del pasado.
    • Relaciones conscientes: Rodearte de personas que te traten con respeto y coherencia emocional puede ayudarte a resignificar el amor.
    • Educación emocional: Aprender a identificar y regular tus emociones es clave para relacionarte desde un lugar más equilibrado.
    • Autocuidado: Cultivar una relación compasiva contigo mismo fortalece tu capacidad de establecer vínculos sanos. Si quieres saber más puedes leer: “Autocuidado sin culpa: cómo la terapia puede ayudarte a priorizar tu bienestar

    El valor de acompañarte con un profesional

    Entender tu estilo de apego y cómo influye en tus relaciones es un primer paso poderoso. Pero muchas veces, no basta con tener la información: necesitamos un espacio seguro donde podamos explorar nuestra historia, sanar heridas emocionales y construir nuevas formas de vincularnos. Ahí es donde la terapia psicológica marca la diferencia.

    En el Centro de Psicología Sandra Ribeiro, creemos que cada persona merece ser escuchada sin juicio, acompañada con respeto y guiada con profesionalismo. A través del proceso terapéutico, no solo trabajamos sobre tus patrones emocionales, sino que te ayudamos a desarrollar recursos internos que te permitan vivir con más equilibrio, seguridad y bienestar.

    Si sentís que estás repitiendo dinámicas que te hacen daño, si te cuesta confiar, poner límites o sentirte suficiente en tus vínculos, este puede ser el momento de buscar apoyo. La terapia no es para “cuando no puedes más”: es una herramienta valiosa para entenderte mejor, crecer y transformar tu forma de relacionarte contigo y con los demás.

    En resumen, nadie tiene un estilo de apego “puro” o estático. Todos tenemos matices, adaptaciones y defensas construidas a lo largo de la vida. Lo importante no es “encajar” en una categoría, sino empezar a conocerte, entenderte y cuidarte mejor.

    Comprender el apego no solo te ayuda a sanar tus relaciones, también puede transformar la forma en la que te miras a ti mismo: con más empatía, más paciencia y más amor.

     

     

  • Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    ¿Alguna vez has sentido que tu entorno va a cámara lenta y que tú funcionas en otra velocidad? Quizá en una reunión de trabajo ya vislumbraste la solución al problema antes de que los demás terminaran de plantearlo, o notas que tu mente nunca se apaga, siempre saltando de un pensamiento a otro. Tal vez un momento estás entusiasmado con una idea y al siguiente te desanimas por un comentario ajeno. Tener altas capacidades intelectuales (lo que tradicionalmente se llamaba ser “superdotado”) no es nada fácil. A pesar del mito de que las personas con un coeficiente intelectual alto lo tienen todo más sencillo –que su talento les permite triunfar sin esfuerzo–, la realidad es más compleja. Las altas capacidades no te hacen un genio omnipotente; simplemente implican una forma diferente de pensar y percibir el mundo. Y esa diferencia, aunque llena de potencial, a veces puede hacerte sentir fuera de sincronía con los demás.

    Una mente en modo rápido

    Desde pequeño es posible que hayas destacado por tu curiosidad insaciable y tu rapidez para aprender. Quienes tienen altas capacidades suelen mostrar una capacidad de análisis y de asociación de ideas fuera de lo común. Absorbes la información y detectas patrones donde otros no ven nada, y si algo te interesa de verdad, puedes concentrarte en ello durante horas hasta parecer obsesivo.
    ¿El problema? Cuando la actividad no te supone un reto, es casi seguro que te aburres. En el colegio quizá terminabas los ejercicios años por delante de tus compañeros, y luego venían interminables períodos de “inactividad forzada” haciendo tareas repetitivas que te provocaban tedio profundo. En el mundo adulto pasa algo parecido: en un trabajo poco estimulante o rutinario, la impaciencia y el enfado pueden hacer acto de presencia si no hay suficiente desafío intelectual. Tu jefe explica algo por enésima vez y tú piensas: “¡ya lo pillé, vamos al grano!”. Es esa sensación de estar siempre un paso (o diez) por delante.

    No es solo cuestión de velocidad, sino de estilo de pensamiento. Tu mente puede ser como un árbol frondoso, con muchas ramas de ideas brotando a la vez . Comienzas enfocándote en algo, pero enseguida saltas a otra cosa, y luego a otra, en una cascada imparable de pensamientos. Esta hiperactividad mental es apasionante, pero también puede ser agotadora. Con tantos estímulos internos, a veces te cuesta mantener la concentración en una sola tarea. Puede que incluso te hayan tildado de despistado o que alguna vez algún profesional sugiriera si tenías TDAH, cuando en realidad tu atención simplemente se dispara hacia donde encuentra interés. Si algo no te motiva, desconectas; si te apasiona, te hiperfocalizas.

    Otra consecuencia de esa voracidad mental es la dificultad para “parar la máquina”. Quizá te cuesta relajarte porque tu cerebro sigue encendido hasta altas horas de la noche, enganchado hilando ideas o dándole vueltas a mil cuestiones. Este sobrepensar es común en personas de altas capacidades y puede derivar en estrés o ansiedad si no aprendes a gestionarlo. A veces desearías tener un botón de off para tu cabeza. Irónicamente, también puedes pecar de lo contrario: dejar proyectos a medias en cuanto les has “sacado todo el jugo”. Muchas personas con altas capacidades confiesan que, después del subidón inicial de aprender algo nuevo o emprender un proyecto, pierden el interés una vez dominado lo esencial y se lanzan a otra cosa. Esto puede dar la impresión de inconstancia, cuando en realidad se trata de esa sed de nuevos estímulos e ideas.

    Al final del día, vivir con una mente tan rápida significa que a menudo el mundo se te antoja lento. Como resume la psicóloga María Gómez, es como “tener que vivir en un mundo que va dolorosamente lento para una persona con una mente excepcionalmente rápida” . Esa sensación puede ser tan frustrante como lo imaginas: quieres que todo y todos aceleren, pero el mundo sigue con su ritmo… y tú debes encontrar la manera de coexistir con esa diferencia.

    Emociones intensas a flor de piel

    Si lo cognitivo va a mil, las emociones tampoco se quedan atrás. Lejos del estereotipo frío del “cerebrito”, muchas personas con altas capacidades sienten todo en alta intensidad. Tienen una hipersensibilidad emocional marcada: pueden emocionarse o afectarse profundamente por situaciones que a otros apenas inquietan. Tal vez te han dicho “¡no exageres!” porque lloras con una película, o te conmueves con una canción, o te indignas ante una injusticia lejana. No es que seas dramático; es que tu umbral emocional es diferente. De hecho, estudios clásicos de la psicóloga Leta Hollingworth encontraron que hasta el 90% de los niños superdotados presentan una sensibilidad muy alta, experimentando el mundo de forma más intensa en lo sensorial, emocional y social. Esa gran sensibilidad puede ser un don –te permite percibir bellezas y matices que otros pasan por alto– pero también una carga: te hace más vulnerable al estrés, la ansiedad y la sobrestimulación cuando tu entorno no comprende ni atiende esa intensidad.

    ¿Te molestan ruidos que nadie más nota? ¿Te agobian las multitudes, las luces fuertes o ciertas texturas de ropa? No es imaginación tuya: es parte de esa sensibilidad aumentada que a menudo acompaña a las altas capacidades. Te sobrecargas sensorialmente con facilidad; por ejemplo, un centro comercial un sábado puede dejarte exhausto. A nivel emocional, vives con el “volumen” subido. La empatía es un rasgo destacado: quizás percibes al instante el estado de ánimo de quienes te rodean y casi sientes el dolor ajeno como propio. Esto puede llevarte a sufrir mucho por las desgracias de otros o por las injusticias del mundo, a tal punto que es como si cargaras con el peso del mundo en los hombros. Mientras los demás comentan una tragedia lejana y al rato siguen con su día, tú te quedas rumiando, con el corazón encogido, preguntándote ¿por qué nadie más se inmuta?.

    Además de la empatía, probablemente tienes un agudo sentido ético. Las personas de altas capacidades suelen poseer una fuerte brújula moral y un gran sentido de la justicia. Esto significa que te cuesta mucho aceptar las arbitrariedades o las “mentiras a medias” del día a día. Si algo va contra tus valores, lo sientes intensamente: enfado, tristeza, frustración. Y si eres además altamente sensible, los conflictos o enfrentamientos no solo te disgustan, sino que pueden alterarte profundamente a nivel físico (taquicardia, nudo en el estómago, ganas de llorar). Por eso, a veces prefieres evitar decir lo que piensas para no generar discusiones que luego te dejen temblando. Te vuelves más callado de lo que en realidad querrías, autocensurándote para protegerte.

    También es común en personas con AACC una tendencia a la reflexión existencial. Desde joven quizá te has hecho las “grandes preguntas” sobre la vida, la muerte, el sentido (o sinsentido) de todo esto. Esa profundidad de pensamiento, sumada a la lucidez con la que analizas el mundo, a veces puede traducirse en una especie de melancolía o tristeza existencial. No es depresión clínica en sí misma (aunque puede confundirse), sino una sensación de vacío o de dolor por la lucidez. Ves las injusticias, la fragilidad de la vida, la hipocresía social, y te afecta más de lo que quisieras. Algunos autores lo llaman “depresión existencial del superdotado” – no porque estés condenado a ella, sino porque es una reacción comprensible de una mente preocupada por los grandes temas en un mundo que a veces parece superficial. Puede que desde niño te hayas sentido un poco mayor que tu edad en este sentido, cargando con preguntas y preocupaciones que ningún compañero compartía.

    La soledad de sentirse diferente

    Con todo lo anterior, no es sorprendente que a menudo te hayas sentido solo o alienígena en medio de la gente. Crecer y vivir con altas capacidades a veces equivale a sentirse como un extranjero en tu propio mundo. Es esa sensación de no encajar del todo, de que las conversaciones triviales te aburren pero si sacas tus temas apasionantes “no hablas el mismo idioma” que los demás. Desde siempre tal vez arrastras una soledad existencial difícil de explicar, “como un eco sordo” que te acompaña desde la niñez. Te ha costado encontrar a otros como tú, personas con quienes compartir esas inquietudes intensas o ese humor peculiar que otros no entienden . Es posible que con el tiempo incluso te resignaras a sentirte solo entre la multitud , pensando que eras el raro, el incomprendido.

    Muchas personas con altas capacidades aprenden a disimular para encajar. Como nos cuenta la psicóloga María Gutiérrez, muchos adultos superdotados sienten vergüenza de identificarse así porque les suena a creerse superiores, y arrastran historias de rechazo o burlas en la infancia por ser “el listo de la clase”. Así que, igual que una persona muy alta intenta encorvarse para no destacar, alguien con altas capacidades a menudo se encoge metafóricamente: oculta sus ideas, finge que no sabe tanto, se queda callado en grupo aunque por dentro tenga mil cosas que decir . Todo para no desentonar ni despertar envidias o críticas. Quizá te has sorprendido a ti mismo rebajando tu entusiasmo o fingiendo que no entendiste un chiste cuando en realidad ya pensaste tres remates mejores, solo para no parecer pedante. Es un mecanismo de protección: has aprendido que destacar puede traer aislamiento o comentarios despectivos, así que prefieres pasar desapercibido. El problema es que, al callar y guardarte tanto, esa riqueza interior no desaparece: simplemente se vuelve contra ti. Puede traducirse en rabia acumulada, en tristeza, o en sentir que nadie te conoce de verdad porque nunca muestras tu yo completo .

    En las relaciones personales, esta brecha se nota. Hacer amigos puede haber sido difícil en distintos momentos de tu vida. No es que no quieras compañía, al contrario: anhelas conexiones profundas, conversaciones significativas, compartir intereses y sueños. Pero muchas veces te has topado con incomprensión. En la pareja, por ejemplo, es común que surja un desajuste si tu media naranja no logra entender tu forma particular de pensar y sentir. Puede que te digan “es que no te entiendo” o “no sé por qué te complicas tanto”, lo cual duele porque ataca justo esa parte esencial de ti. A largo plazo, esta falta de sintonía intelectual o emocional puede generar distancia e incluso ruptura si no se aborda con comunicación y empatía. Y en la amistad igual: quizás te ha costado encontrar grupos donde realmente encajes, donde puedas hablar tanto de las últimas noticias científicas como de la película de moda, y sentir que los demás te siguen el ritmo.

    Con el tiempo, el autoaislamiento se vuelve una tentación: mejor solo que mal acompañado, podrías pensar. Hay adultos con altas capacidades que, tras repetidos intentos fallidos de pertenencia, optan por la soledad antes que la incomprensión. Sin embargo, ese aislamiento autoimpuesto no deja de ser doloroso. En el fondo, deseas conectar, pertenecer sin dejar de ser tú mismo. Deseas poder mostrar tu entusiasmo sin miedo, que alguien diga “¡yo también pienso eso!”. Cuando eso no ocurre fácilmente, la soledad se magnifica. Tareas sociales comunes como “hacer amigos” o “encajar en un equipo de trabajo” pueden resultarte excepcionalmente complicadas . Te sientes raro, los demás quizás te ven raro, y ese círculo vicioso refuerza la idea de que eres un bicho raro. Pero déjame decirte algo importante: no lo eres. O al menos, no eres el único. Hay más personas como tú, aunque cueste encontrarlas, viviendo esas mismas experiencias de sentirse fuera de lugar. Saber eso ya es un pequeño alivio: comprender que tu diferencia es real pero compartida por otros, y que tiene un nombre (altas capacidades), puede ayudarte a quitarte de encima la pesada losa de la culpa o la rareza personal.

    Desafíos cotidianos: trabajo, relaciones y sobrepensar

    En el día a día, llevar esta “mochila” de altas capacidades trae retos muy concretos. Por ejemplo, en el ámbito laboral. A pesar de que muchos esperarían que una persona muy inteligente tuviera un camino profesional brillante, la realidad es que a veces te cuesta encontrar tu lugar en las estructuras convencionales. Si el trabajo es demasiado rutinario, te aburres y pierdes motivación rápidamente. Si es interesante pero el entorno es rígido o poco innovador, te sientes sofocado. Puedes haber pasado por múltiples empleos o incluso reinvenciones profesionales buscando ese sitio donde puedas aportar todo tu potencial. De hecho, es común que las personas con altas capacidades tengan currículos “atípicos”, con varios giros, formaciones diversas o cambios de trabajo frecuentes. Desde fuera, alguien de recursos humanos podría ver eso y pensar que eres inestable, cuando en realidad estás persiguiendo el match adecuado entre tus múltiples intereses y el trabajo. La multipotencialidad (tener muchas pasiones y habilidades) es un arma de doble filo: por un lado, hace que puedas desempeñarte en campos distintos con éxito; por otro, elegir una sola carrera o permanecer años en el mismo puesto puede sentirse asfixiante. “Has estudiado tantas cosas y probado tantos trabajos que acabas sintiéndote inútil, sin encontrar tu sitio, mientras el resto parece seguir un camino trazado” decía un testimonio, reflejando esa frustración. Incluso con un trabajo “bueno” en apariencia, quizás sientes que no encajas del todo y que te estás conformando con menos de lo que podrías dar.

    Las relaciones con jefes y compañeros también pueden ser complicadas. Tu sentido crítico y tu honestidad podrían haber chocado con alguna jerarquía. Si ves que algo no tiene lógica o podría mejorarse, te cuesta morderte la lengua y seguir órdenes sin más. Tiendes a cuestionar lo establecido si carece de sentido, y no soportas la frase “siempre se ha hecho así” como justificación. Esto, aunque suele ser con buena intención (buscar la mejora), a veces no es bien recibido. Puede que hayas experimentado roces por imponer sin querer tu criterio, simplemente porque estabas muy seguro de tu idea y no entendías por qué los demás no la veían tan clara. A eso súmale que te irrita la ineficiencia: reuniones eternas para decidir minucias, procesos burocráticos absurdos… en tu cabeza gritabas “¡vamos, avancemos!” y te costaba disimular la impaciencia. Trabajar en equipo puede volverse un desafío si sientes que el equipo va a paso de tortuga o no comparte tu nivel de compromiso. No es que falte humildad de tu parte; es una diferencia de ritmos y perspectivas. Algunas personas con AACC se desenvuelven mejor en trabajos más independientes, donde pueden “ir a su bola” y gestionar su tiempo y métodos a su manera. Otras, sin embargo, disfrutan trabajando en grupo siempre que el grupo sea estimulante y –ejem– tal vez liderado por ellas (no es raro que quienes tienen altas capacidades asuman roles de liderazgo, formal o informalmente, porque ven cómo coordinar mejor las cosas).

    En el terreno personal y emocional, otro gran desafío suele ser la autoexigencia. Eres probablemente tu peor crítico. La combinación de perfeccionismo y alta autocrítica típica en las personas con altas capacidades puede conducirte al síndrome del impostor: por muy bien que hagas algo, siempre encuentras defectos, siempre crees que no es para tanto o que “te sobrestiman” . Puedes volverte intolerante a tus propios fallos, al mínimo error, y eso en vez de impulsarte muchas veces te paraliza. ¿Te suena dedicarle muchísimo tiempo a un trabajo o proyecto porque sientes que nunca queda perfecto? Esa parálisis por análisis es común: «los adultos con altas capacidades suelen ser perfeccionistas (a veces hasta la parálisis)» señala el psicólogo Federico F. Gil. Este nivel de exigencia autoimpuesta mina tu autoestima, porque es como perseguir un horizonte que siempre se aleja. Irónicamente, desde fuera puede haber también la expectativa de que “como eres tan listo, no puedes equivocarte”, lo que añade presión externa a la interna. Es una doble losa: la sociedad espera excelencia constante de ti y tú mismo no te permites menos. Resultado: estrés, miedo al fracaso y una sensación de nunca ser suficiente.

    Esta dinámica puede desembocar en episodios de ansiedad o depresión. No porque las altas capacidades en sí sean un trastorno (¡para nada!), sino porque sentirse diferente y rechazado repetidamente lleva a pensar que el problema está en uno mismo. Si durante años te han hecho sentir “el raro” o has tenido dificultades para encajar, es lógico que se hayan generado inseguridades. Muchos adultos con altas capacidades cargan con heridas emocionales de su infancia o adolescencia: bullying, incomprensión familiar o escolar, fracasos en relaciones… Todo eso puede dejar cicatrices en forma de fobias sociales, ansiedad crónica o tristeza latente. A veces, incluso, en la búsqueda de aliviar ese malestar, algunas personas pueden caer en conductas de riesgo (abusar de alcohol, por ejemplo, para “anestesiar” la mente, o engancharse a algo que les abstraiga). No es que vaya a pasarte obligatoriamente, pero es un recordatorio de que la salud mental puede resentirse cuando vives tanto tiempo sintiendo que no encajas.

    Llegados a este punto, podrías preguntarte: ¿Entonces todo es negativo? ¿Estoy condenado a una vida de frustración?
    La respuesta es no, para nada.
    Sí, hemos pintado un panorama con muchas aristas dolorosas, porque es importante validarlas y reconocerlas. Pero las altas capacidades también traen alegrías intensas, creatividad desbordante, humor ingenioso y capacidad de maravillarte con el mundo. Seguramente has vivido momentos de “flow” increíbles, en los que tu mente rápida resolvió un problema complejo en un santiamén o en los que conectaste ideas de forma tan original que encontraste soluciones únicas. Tal vez disfrutas enormemente de tus hobbies (música, arte, ciencia, juegos, lo que sea) con una pasión contagiosa. Muchas personas con AACC ven belleza donde otros no, aprecian los pequeños detalles cotidianos, experimentan placer intelectual descubriendo cosas nuevas y tienen un sentido del humor muy agudo (aunque a veces los chistes solo los pilles tú, y eso también tiene su gracia). En resumen, no todo es un problema: tu forma de ser tiene un montón de luces además de sombras. El objetivo es aprender a manejar esas sombras para que las luces brillen plenamente.

    Entenderte mejor y buscar apoyo

    El primer paso para convertir lo que a veces sientes como desventaja en una ventaja es reconocer y aceptar tus altas capacidades . Puede sonar obvio, pero muchos adultos pasan media vida sin ponerle nombre a eso que les pasa, culpándose por sentirse como se sienten. Darte cuenta de que, oye, no estás roto ni eres un bicho raro, sino que tienes un perfil cognitivo-emocional distinto, puede ser liberador. Entender que el aburrimiento que sientes cuando el mundo va lento, o esa intensidad emocional, forman parte de quién eres, te ayudará a dejar de verlo como un fallo. A partir de ahí, puedes aprender estrategias para manejarlo. Piensa que así como un atleta de alto rendimiento necesita entrenamiento especializado, una “mente de alto rendimiento” también puede beneficiarse de guía y apoyo especializados.

    Aquí es donde entra en juego la posibilidad de buscar ayuda profesional. Esto no significa ni mucho menos que estés enfermo o que haya algo mal contigo. Significa simplemente que a veces un psicólogo/a con experiencia en altas capacidades puede darte herramientas valiosas. Muchos adultos con altas capacidades descubren que trabajar la parte emocional y de gestión de sus pensamientos resulta determinante para su bienestar. Un terapeuta que entienda este perfil puede ayudarte a desenredar ese ovillo de sobrepensamiento, a rebajar ese crítico interno implacable, y a encontrar maneras de comunicarte con los demás sin sentir que hablas en otro idioma. También puede ayudarte a sanar esas heridas de la infancia (el sentimiento de no encajar, las inseguridades acumuladas) para que dejen de frenarte en tu vida presente.

    Además del apoyo individual, buscar comunidad puede marcar la diferencia. Hoy en día existen grupos, foros y asociaciones de personas adultas con altas capacidades donde, por primera vez, muchos dicen “¡por fin alguien que me entiende!”. Compartir experiencias con pares puede aliviar mucho esa soledad interna. No se trata de hacer un club exclusivo ni de alimentar el ego; se trata de sentir pertenencia y comprensión mutua, que es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos. Si no conoces a nadie en persona, incluso leer libros o blogs sobre el tema (como este) ya te puede brindar ese efecto espejo: reconocer en las palabras de otros rasgos y vivencias que creías únicas de ti. Verás que hay todo un vocabulario y conocimiento desarrollado en torno a las altas capacidades en la vida adulta, lo cual legitima lo que sientes.

    También es importante destacar que una evaluación psicológica completa no solo sirve para detectar las altas capacidades, sino que también permite identificar otras posibles dificultades o condiciones que pueden estar presentes y afectar al desarrollo emocional y cognitivo. Contar con un diagnóstico integral facilita orientar mejor la intervención y el apoyo necesario para que la persona pueda desarrollarse de forma saludable y plena.

    En última instancia, tú mereces vivir plenamente con tus particularidades. No tienes que resignarte a la amargura ni a la apatía. Como muchas personas de altas capacidades descubren, con la orientación correcta aquello que antes te hacía tropezar puede convertirse en tu fortaleza. Esa imaginación desbordante, canalizada, te hará crear proyectos maravillosos. Esa sensibilidad te permitirá disfrutar de la belleza y empatizar profundamente con quienes amas. Esa mente rápida te dará soluciones brillantes y te hará destacar en lo que verdaderamente te motive. El camino no siempre es sencillo –habrá que desaprender la vergüenza, ajustar expectativas y practicar mucha auto-compasión– pero vale la pena. No estás solo en esto, aunque a veces lo hayas sentido así. Hay profesionales, comunidades y recursos dedicados justamente a acompañar a personas como tú en este viaje de autodescubrimiento y crecimiento.

    Si te has visto reflejado en estas líneas, quizás hayas comenzado a sospechar que el mundo te parece lento porque tu mente va rápido. Permítete sentir alivio por entenderte mejor y, si lo consideras oportuno, da el siguiente paso: infórmate más, habla con gente de confianza o busca apoyo especializado. Tu bienestar intelectual y emocional lo merece. Al fin y al cabo, tener altas capacidades es solo una forma distinta de ser humano – con sus retos, sí, pero también con un enorme potencial de disfrute, creatividad y aportación a los demás. Se trata de aprender a vivir a tu propio ritmo sin que el mundo te pese tanto, y de encontrar tu sitio, ese en el que puedas ser tú mismo sin la necesidad de frenarte constantemente. No estás solo, y no estás condenado a ir desincronizado para siempre. Con comprensión y apoyo, podrás convertir esa velocidad extra en tu aliada y vivir una vida más plena y auténtica, a tu manera. Y quizás descubras que, después de todo, el mundo no es tan lento – o que tú puedes aportarle un poco de tu velocidad para hacerlo avanzar. ¡Ánimo en el camino!

    En nuestra clínica estamos aquí para ayudarte a comprenderte, a sanar y a construir una vida más alineada con quien eres. Escríbenos y empieza tu proceso de forma segura y respetuosa.

     

     

  • Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    ¿Alguna vez has sentido que tu entorno va a cámara lenta y que tú funcionas en otra velocidad? Quizá en una reunión de trabajo ya vislumbraste la solución al problema antes de que los demás terminaran de plantearlo, o notas que tu mente nunca se apaga, siempre saltando de un pensamiento a otro. Tal vez un momento estás entusiasmado con una idea y al siguiente te desanimas por un comentario ajeno. Tener altas capacidades intelectuales (lo que tradicionalmente se llamaba ser “superdotado”) no es nada fácil. A pesar del mito de que las personas con un coeficiente intelectual alto lo tienen todo más sencillo –que su talento les permite triunfar sin esfuerzo–, la realidad es más compleja. Las altas capacidades no te hacen un genio omnipotente; simplemente implican una forma diferente de pensar y percibir el mundo. Y esa diferencia, aunque llena de potencial, a veces puede hacerte sentir fuera de sincronía con los demás.

    Una mente en modo rápido

    Desde pequeño es posible que hayas destacado por tu curiosidad insaciable y tu rapidez para aprender. Quienes tienen altas capacidades suelen mostrar una capacidad de análisis y de asociación de ideas fuera de lo común. Absorbes la información y detectas patrones donde otros no ven nada, y si algo te interesa de verdad, puedes concentrarte en ello durante horas hasta parecer obsesivo.
    ¿El problema? Cuando la actividad no te supone un reto, es casi seguro que te aburres. En el colegio quizá terminabas los ejercicios años por delante de tus compañeros, y luego venían interminables períodos de “inactividad forzada” haciendo tareas repetitivas que te provocaban tedio profundo. En el mundo adulto pasa algo parecido: en un trabajo poco estimulante o rutinario, la impaciencia y el enfado pueden hacer acto de presencia si no hay suficiente desafío intelectual. Tu jefe explica algo por enésima vez y tú piensas: “¡ya lo pillé, vamos al grano!”. Es esa sensación de estar siempre un paso (o diez) por delante.

    No es solo cuestión de velocidad, sino de estilo de pensamiento. Tu mente puede ser como un árbol frondoso, con muchas ramas de ideas brotando a la vez . Comienzas enfocándote en algo, pero enseguida saltas a otra cosa, y luego a otra, en una cascada imparable de pensamientos. Esta hiperactividad mental es apasionante, pero también puede ser agotadora. Con tantos estímulos internos, a veces te cuesta mantener la concentración en una sola tarea. Puede que incluso te hayan tildado de despistado o que alguna vez algún profesional sugiriera si tenías TDAH, cuando en realidad tu atención simplemente se dispara hacia donde encuentra interés. Si algo no te motiva, desconectas; si te apasiona, te hiperfocalizas.

    Otra consecuencia de esa voracidad mental es la dificultad para “parar la máquina”. Quizá te cuesta relajarte porque tu cerebro sigue encendido hasta altas horas de la noche, enganchado hilando ideas o dándole vueltas a mil cuestiones. Este sobrepensar es común en personas de altas capacidades y puede derivar en estrés o ansiedad si no aprendes a gestionarlo. A veces desearías tener un botón de off para tu cabeza. Irónicamente, también puedes pecar de lo contrario: dejar proyectos a medias en cuanto les has “sacado todo el jugo”. Muchas personas con altas capacidades confiesan que, después del subidón inicial de aprender algo nuevo o emprender un proyecto, pierden el interés una vez dominado lo esencial y se lanzan a otra cosa. Esto puede dar la impresión de inconstancia, cuando en realidad se trata de esa sed de nuevos estímulos e ideas.

    Al final del día, vivir con una mente tan rápida significa que a menudo el mundo se te antoja lento. Como resume la psicóloga María Gómez, es como “tener que vivir en un mundo que va dolorosamente lento para una persona con una mente excepcionalmente rápida” . Esa sensación puede ser tan frustrante como lo imaginas: quieres que todo y todos aceleren, pero el mundo sigue con su ritmo… y tú debes encontrar la manera de coexistir con esa diferencia.

    Emociones intensas a flor de piel

    Si lo cognitivo va a mil, las emociones tampoco se quedan atrás. Lejos del estereotipo frío del “cerebrito”, muchas personas con altas capacidades sienten todo en alta intensidad. Tienen una hipersensibilidad emocional marcada: pueden emocionarse o afectarse profundamente por situaciones que a otros apenas inquietan. Tal vez te han dicho “¡no exageres!” porque lloras con una película, o te conmueves con una canción, o te indignas ante una injusticia lejana. No es que seas dramático; es que tu umbral emocional es diferente. De hecho, estudios clásicos de la psicóloga Leta Hollingworth encontraron que hasta el 90% de los niños superdotados presentan una sensibilidad muy alta, experimentando el mundo de forma más intensa en lo sensorial, emocional y social. Esa gran sensibilidad puede ser un don –te permite percibir bellezas y matices que otros pasan por alto– pero también una carga: te hace más vulnerable al estrés, la ansiedad y la sobrestimulación cuando tu entorno no comprende ni atiende esa intensidad.

    ¿Te molestan ruidos que nadie más nota? ¿Te agobian las multitudes, las luces fuertes o ciertas texturas de ropa? No es imaginación tuya: es parte de esa sensibilidad aumentada que a menudo acompaña a las altas capacidades. Te sobrecargas sensorialmente con facilidad; por ejemplo, un centro comercial un sábado puede dejarte exhausto. A nivel emocional, vives con el “volumen” subido. La empatía es un rasgo destacado: quizás percibes al instante el estado de ánimo de quienes te rodean y casi sientes el dolor ajeno como propio. Esto puede llevarte a sufrir mucho por las desgracias de otros o por las injusticias del mundo, a tal punto que es como si cargaras con el peso del mundo en los hombros. Mientras los demás comentan una tragedia lejana y al rato siguen con su día, tú te quedas rumiando, con el corazón encogido, preguntándote ¿por qué nadie más se inmuta?.

    Además de la empatía, probablemente tienes un agudo sentido ético. Las personas de altas capacidades suelen poseer una fuerte brújula moral y un gran sentido de la justicia. Esto significa que te cuesta mucho aceptar las arbitrariedades o las “mentiras a medias” del día a día. Si algo va contra tus valores, lo sientes intensamente: enfado, tristeza, frustración. Y si eres además altamente sensible, los conflictos o enfrentamientos no solo te disgustan, sino que pueden alterarte profundamente a nivel físico (taquicardia, nudo en el estómago, ganas de llorar). Por eso, a veces prefieres evitar decir lo que piensas para no generar discusiones que luego te dejen temblando. Te vuelves más callado de lo que en realidad querrías, autocensurándote para protegerte.

    También es común en personas con AACC una tendencia a la reflexión existencial. Desde joven quizá te has hecho las “grandes preguntas” sobre la vida, la muerte, el sentido (o sinsentido) de todo esto. Esa profundidad de pensamiento, sumada a la lucidez con la que analizas el mundo, a veces puede traducirse en una especie de melancolía o tristeza existencial. No es depresión clínica en sí misma (aunque puede confundirse), sino una sensación de vacío o de dolor por la lucidez. Ves las injusticias, la fragilidad de la vida, la hipocresía social, y te afecta más de lo que quisieras. Algunos autores lo llaman “depresión existencial del superdotado” – no porque estés condenado a ella, sino porque es una reacción comprensible de una mente preocupada por los grandes temas en un mundo que a veces parece superficial. Puede que desde niño te hayas sentido un poco mayor que tu edad en este sentido, cargando con preguntas y preocupaciones que ningún compañero compartía.

    La soledad de sentirse diferente

    Con todo lo anterior, no es sorprendente que a menudo te hayas sentido solo o alienígena en medio de la gente. Crecer y vivir con altas capacidades a veces equivale a sentirse como un extranjero en tu propio mundo. Es esa sensación de no encajar del todo, de que las conversaciones triviales te aburren pero si sacas tus temas apasionantes “no hablas el mismo idioma” que los demás. Desde siempre tal vez arrastras una soledad existencial difícil de explicar, “como un eco sordo” que te acompaña desde la niñez. Te ha costado encontrar a otros como tú, personas con quienes compartir esas inquietudes intensas o ese humor peculiar que otros no entienden . Es posible que con el tiempo incluso te resignaras a sentirte solo entre la multitud , pensando que eras el raro, el incomprendido.

    Muchas personas con altas capacidades aprenden a disimular para encajar. Como nos cuenta la psicóloga María Gutiérrez, muchos adultos superdotados sienten vergüenza de identificarse así porque les suena a creerse superiores, y arrastran historias de rechazo o burlas en la infancia por ser “el listo de la clase”. Así que, igual que una persona muy alta intenta encorvarse para no destacar, alguien con altas capacidades a menudo se encoge metafóricamente: oculta sus ideas, finge que no sabe tanto, se queda callado en grupo aunque por dentro tenga mil cosas que decir . Todo para no desentonar ni despertar envidias o críticas. Quizá te has sorprendido a ti mismo rebajando tu entusiasmo o fingiendo que no entendiste un chiste cuando en realidad ya pensaste tres remates mejores, solo para no parecer pedante. Es un mecanismo de protección: has aprendido que destacar puede traer aislamiento o comentarios despectivos, así que prefieres pasar desapercibido. El problema es que, al callar y guardarte tanto, esa riqueza interior no desaparece: simplemente se vuelve contra ti. Puede traducirse en rabia acumulada, en tristeza, o en sentir que nadie te conoce de verdad porque nunca muestras tu yo completo .

    En las relaciones personales, esta brecha se nota. Hacer amigos puede haber sido difícil en distintos momentos de tu vida. No es que no quieras compañía, al contrario: anhelas conexiones profundas, conversaciones significativas, compartir intereses y sueños. Pero muchas veces te has topado con incomprensión. En la pareja, por ejemplo, es común que surja un desajuste si tu media naranja no logra entender tu forma particular de pensar y sentir. Puede que te digan “es que no te entiendo” o “no sé por qué te complicas tanto”, lo cual duele porque ataca justo esa parte esencial de ti. A largo plazo, esta falta de sintonía intelectual o emocional puede generar distancia e incluso ruptura si no se aborda con comunicación y empatía. Y en la amistad igual: quizás te ha costado encontrar grupos donde realmente encajes, donde puedas hablar tanto de las últimas noticias científicas como de la película de moda, y sentir que los demás te siguen el ritmo.

    Con el tiempo, el autoaislamiento se vuelve una tentación: mejor solo que mal acompañado, podrías pensar. Hay adultos con altas capacidades que, tras repetidos intentos fallidos de pertenencia, optan por la soledad antes que la incomprensión. Sin embargo, ese aislamiento autoimpuesto no deja de ser doloroso. En el fondo, deseas conectar, pertenecer sin dejar de ser tú mismo. Deseas poder mostrar tu entusiasmo sin miedo, que alguien diga “¡yo también pienso eso!”. Cuando eso no ocurre fácilmente, la soledad se magnifica. Tareas sociales comunes como “hacer amigos” o “encajar en un equipo de trabajo” pueden resultarte excepcionalmente complicadas . Te sientes raro, los demás quizás te ven raro, y ese círculo vicioso refuerza la idea de que eres un bicho raro. Pero déjame decirte algo importante: no lo eres. O al menos, no eres el único. Hay más personas como tú, aunque cueste encontrarlas, viviendo esas mismas experiencias de sentirse fuera de lugar. Saber eso ya es un pequeño alivio: comprender que tu diferencia es real pero compartida por otros, y que tiene un nombre (altas capacidades), puede ayudarte a quitarte de encima la pesada losa de la culpa o la rareza personal.

    Desafíos cotidianos: trabajo, relaciones y sobrepensar

    En el día a día, llevar esta “mochila” de altas capacidades trae retos muy concretos. Por ejemplo, en el ámbito laboral. A pesar de que muchos esperarían que una persona muy inteligente tuviera un camino profesional brillante, la realidad es que a veces te cuesta encontrar tu lugar en las estructuras convencionales. Si el trabajo es demasiado rutinario, te aburres y pierdes motivación rápidamente. Si es interesante pero el entorno es rígido o poco innovador, te sientes sofocado. Puedes haber pasado por múltiples empleos o incluso reinvenciones profesionales buscando ese sitio donde puedas aportar todo tu potencial. De hecho, es común que las personas con altas capacidades tengan currículos “atípicos”, con varios giros, formaciones diversas o cambios de trabajo frecuentes. Desde fuera, alguien de recursos humanos podría ver eso y pensar que eres inestable, cuando en realidad estás persiguiendo el match adecuado entre tus múltiples intereses y el trabajo. La multipotencialidad (tener muchas pasiones y habilidades) es un arma de doble filo: por un lado, hace que puedas desempeñarte en campos distintos con éxito; por otro, elegir una sola carrera o permanecer años en el mismo puesto puede sentirse asfixiante. “Has estudiado tantas cosas y probado tantos trabajos que acabas sintiéndote inútil, sin encontrar tu sitio, mientras el resto parece seguir un camino trazado” decía un testimonio, reflejando esa frustración. Incluso con un trabajo “bueno” en apariencia, quizás sientes que no encajas del todo y que te estás conformando con menos de lo que podrías dar.

    Las relaciones con jefes y compañeros también pueden ser complicadas. Tu sentido crítico y tu honestidad podrían haber chocado con alguna jerarquía. Si ves que algo no tiene lógica o podría mejorarse, te cuesta morderte la lengua y seguir órdenes sin más. Tiendes a cuestionar lo establecido si carece de sentido, y no soportas la frase “siempre se ha hecho así” como justificación. Esto, aunque suele ser con buena intención (buscar la mejora), a veces no es bien recibido. Puede que hayas experimentado roces por imponer sin querer tu criterio, simplemente porque estabas muy seguro de tu idea y no entendías por qué los demás no la veían tan clara. A eso súmale que te irrita la ineficiencia: reuniones eternas para decidir minucias, procesos burocráticos absurdos… en tu cabeza gritabas “¡vamos, avancemos!” y te costaba disimular la impaciencia. Trabajar en equipo puede volverse un desafío si sientes que el equipo va a paso de tortuga o no comparte tu nivel de compromiso. No es que falte humildad de tu parte; es una diferencia de ritmos y perspectivas. Algunas personas con AACC se desenvuelven mejor en trabajos más independientes, donde pueden “ir a su bola” y gestionar su tiempo y métodos a su manera. Otras, sin embargo, disfrutan trabajando en grupo siempre que el grupo sea estimulante y –ejem– tal vez liderado por ellas (no es raro que quienes tienen altas capacidades asuman roles de liderazgo, formal o informalmente, porque ven cómo coordinar mejor las cosas).

    En el terreno personal y emocional, otro gran desafío suele ser la autoexigencia. Eres probablemente tu peor crítico. La combinación de perfeccionismo y alta autocrítica típica en las personas con altas capacidades puede conducirte al síndrome del impostor: por muy bien que hagas algo, siempre encuentras defectos, siempre crees que no es para tanto o que “te sobrestiman” . Puedes volverte intolerante a tus propios fallos, al mínimo error, y eso en vez de impulsarte muchas veces te paraliza. ¿Te suena dedicarle muchísimo tiempo a un trabajo o proyecto porque sientes que nunca queda perfecto? Esa parálisis por análisis es común: «los adultos con altas capacidades suelen ser perfeccionistas (a veces hasta la parálisis)» señala el psicólogo Federico F. Gil. Este nivel de exigencia autoimpuesta mina tu autoestima, porque es como perseguir un horizonte que siempre se aleja. Irónicamente, desde fuera puede haber también la expectativa de que “como eres tan listo, no puedes equivocarte”, lo que añade presión externa a la interna. Es una doble losa: la sociedad espera excelencia constante de ti y tú mismo no te permites menos. Resultado: estrés, miedo al fracaso y una sensación de nunca ser suficiente.

    Esta dinámica puede desembocar en episodios de ansiedad o depresión. No porque las altas capacidades en sí sean un trastorno (¡para nada!), sino porque sentirse diferente y rechazado repetidamente lleva a pensar que el problema está en uno mismo. Si durante años te han hecho sentir “el raro” o has tenido dificultades para encajar, es lógico que se hayan generado inseguridades. Muchos adultos con altas capacidades cargan con heridas emocionales de su infancia o adolescencia: bullying, incomprensión familiar o escolar, fracasos en relaciones… Todo eso puede dejar cicatrices en forma de fobias sociales, ansiedad crónica o tristeza latente. A veces, incluso, en la búsqueda de aliviar ese malestar, algunas personas pueden caer en conductas de riesgo (abusar de alcohol, por ejemplo, para “anestesiar” la mente, o engancharse a algo que les abstraiga). No es que vaya a pasarte obligatoriamente, pero es un recordatorio de que la salud mental puede resentirse cuando vives tanto tiempo sintiendo que no encajas.

    Llegados a este punto, podrías preguntarte: ¿Entonces todo es negativo? ¿Estoy condenado a una vida de frustración?
    La respuesta es no, para nada.
    Sí, hemos pintado un panorama con muchas aristas dolorosas, porque es importante validarlas y reconocerlas. Pero las altas capacidades también traen alegrías intensas, creatividad desbordante, humor ingenioso y capacidad de maravillarte con el mundo. Seguramente has vivido momentos de “flow” increíbles, en los que tu mente rápida resolvió un problema complejo en un santiamén o en los que conectaste ideas de forma tan original que encontraste soluciones únicas. Tal vez disfrutas enormemente de tus hobbies (música, arte, ciencia, juegos, lo que sea) con una pasión contagiosa. Muchas personas con AACC ven belleza donde otros no, aprecian los pequeños detalles cotidianos, experimentan placer intelectual descubriendo cosas nuevas y tienen un sentido del humor muy agudo (aunque a veces los chistes solo los pilles tú, y eso también tiene su gracia). En resumen, no todo es un problema: tu forma de ser tiene un montón de luces además de sombras. El objetivo es aprender a manejar esas sombras para que las luces brillen plenamente.

    Entenderte mejor y buscar apoyo

    El primer paso para convertir lo que a veces sientes como desventaja en una ventaja es reconocer y aceptar tus altas capacidades . Puede sonar obvio, pero muchos adultos pasan media vida sin ponerle nombre a eso que les pasa, culpándose por sentirse como se sienten. Darte cuenta de que, oye, no estás roto ni eres un bicho raro, sino que tienes un perfil cognitivo-emocional distinto, puede ser liberador. Entender que el aburrimiento que sientes cuando el mundo va lento, o esa intensidad emocional, forman parte de quién eres, te ayudará a dejar de verlo como un fallo. A partir de ahí, puedes aprender estrategias para manejarlo. Piensa que así como un atleta de alto rendimiento necesita entrenamiento especializado, una “mente de alto rendimiento” también puede beneficiarse de guía y apoyo especializados.

    Aquí es donde entra en juego la posibilidad de buscar ayuda profesional. Esto no significa ni mucho menos que estés enfermo o que haya algo mal contigo. Significa simplemente que a veces un psicólogo/a con experiencia en altas capacidades puede darte herramientas valiosas. Muchos adultos con altas capacidades descubren que trabajar la parte emocional y de gestión de sus pensamientos resulta determinante para su bienestar. Un terapeuta que entienda este perfil puede ayudarte a desenredar ese ovillo de sobrepensamiento, a rebajar ese crítico interno implacable, y a encontrar maneras de comunicarte con los demás sin sentir que hablas en otro idioma. También puede ayudarte a sanar esas heridas de la infancia (el sentimiento de no encajar, las inseguridades acumuladas) para que dejen de frenarte en tu vida presente.

    Además del apoyo individual, buscar comunidad puede marcar la diferencia. Hoy en día existen grupos, foros y asociaciones de personas adultas con altas capacidades donde, por primera vez, muchos dicen “¡por fin alguien que me entiende!”. Compartir experiencias con pares puede aliviar mucho esa soledad interna. No se trata de hacer un club exclusivo ni de alimentar el ego; se trata de sentir pertenencia y comprensión mutua, que es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos. Si no conoces a nadie en persona, incluso leer libros o blogs sobre el tema (como este) ya te puede brindar ese efecto espejo: reconocer en las palabras de otros rasgos y vivencias que creías únicas de ti. Verás que hay todo un vocabulario y conocimiento desarrollado en torno a las altas capacidades en la vida adulta, lo cual legitima lo que sientes.

    También es importante destacar que una evaluación psicológica completa no solo sirve para detectar las altas capacidades, sino que también permite identificar otras posibles dificultades o condiciones que pueden estar presentes y afectar al desarrollo emocional y cognitivo. Contar con un diagnóstico integral facilita orientar mejor la intervención y el apoyo necesario para que la persona pueda desarrollarse de forma saludable y plena.

    En última instancia, tú mereces vivir plenamente con tus particularidades. No tienes que resignarte a la amargura ni a la apatía. Como muchas personas de altas capacidades descubren, con la orientación correcta aquello que antes te hacía tropezar puede convertirse en tu fortaleza. Esa imaginación desbordante, canalizada, te hará crear proyectos maravillosos. Esa sensibilidad te permitirá disfrutar de la belleza y empatizar profundamente con quienes amas. Esa mente rápida te dará soluciones brillantes y te hará destacar en lo que verdaderamente te motive. El camino no siempre es sencillo –habrá que desaprender la vergüenza, ajustar expectativas y practicar mucha auto-compasión– pero vale la pena. No estás solo en esto, aunque a veces lo hayas sentido así. Hay profesionales, comunidades y recursos dedicados justamente a acompañar a personas como tú en este viaje de autodescubrimiento y crecimiento.

    Si te has visto reflejado en estas líneas, quizás hayas comenzado a sospechar que el mundo te parece lento porque tu mente va rápido. Permítete sentir alivio por entenderte mejor y, si lo consideras oportuno, da el siguiente paso: infórmate más, habla con gente de confianza o busca apoyo especializado. Tu bienestar intelectual y emocional lo merece. Al fin y al cabo, tener altas capacidades es solo una forma distinta de ser humano – con sus retos, sí, pero también con un enorme potencial de disfrute, creatividad y aportación a los demás. Se trata de aprender a vivir a tu propio ritmo sin que el mundo te pese tanto, y de encontrar tu sitio, ese en el que puedas ser tú mismo sin la necesidad de frenarte constantemente. No estás solo, y no estás condenado a ir desincronizado para siempre. Con comprensión y apoyo, podrás convertir esa velocidad extra en tu aliada y vivir una vida más plena y auténtica, a tu manera. Y quizás descubras que, después de todo, el mundo no es tan lento – o que tú puedes aportarle un poco de tu velocidad para hacerlo avanzar. ¡Ánimo en el camino!

    En nuestra clínica estamos aquí para ayudarte a comprenderte, a sanar y a construir una vida más alineada con quien eres. Escríbenos y empieza tu proceso de forma segura y respetuosa.

     

     

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