Category: Uncategorized

  • Adolescente tirano y padres agotados: una llamada de atención al sistema familiar

    Adolescente tirano y padres agotados: una llamada de atención al sistema familiar

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus psicólogas

    Pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

  • ¿Cuántos de tus “rasgos de personalidad” son en realidad roles defensivos?

    ¿Cuántos de tus “rasgos de personalidad” son en realidad roles defensivos?

    Durante mucho tiempo, muchas personas hemos aprendido a ser algo más que nosotros mismos: a ser graciosas para no incomodar, complacientes para evitar el rechazo, fuertes para no parecer vulnerables, perfectas para sentirnos merecedoras de amor. Esas formas de estar en el mundo no nacen de la autenticidad, sino de la necesidad de defendernos, de protegernos de algo que alguna vez dolió o amenazó con doler.

    Nota: Los roles y mandatos aquí descritos no tienen género. Se han usado artículos como “el” o “la” solo para facilitar la lectura, pero cualquier persona —más allá de su identidad de género— puede encarnar cualquiera de estos personajes defensivos.

    Lo que llamamos personalidad muchas veces es, en realidad, una estrategia de supervivencia.

    • Ser la graciosa en una familia llena de tensión.
    • Ser la fuerte cuando nadie más podía sostenerse.
    • Ser la complaciente porque decir “no” traía consecuencias.
    • Ser la perfecta porque el error era castigado con desaprobación o abandono.

    Los roles de supervivencia: personajes que aprendimos a interpretar

    En entornos donde no hubo suficiente seguridad emocional, aprendimos a adoptar roles para protegernos. Algunos de los más comunes:

    • La fuerte: Nunca pide ayuda, siempre puede con todo. Sostiene a los demás, pero rara vez es sostenida.
    • La complaciente: Anticipa las necesidades de todos, dice que sí aunque quiera decir que no. Teme profundamente el rechazo.
    • La graciosa: Usa el humor para desviar la tensión, para evitar el conflicto o esconder el dolor.
    • La perfecta: Cree que si no comete errores será querida y aceptada. El fallo es vivido como una amenaza.
    • La invisible: Se hace pequeña para no molestar, para no ocupar espacio. Aprendió que ser vista era peligroso.
    • La salvadora: Se encarga de que los otros estén bien, aunque eso implique descuidarse a sí misma.

    Cada uno de estos roles no es una elección consciente, sino una adaptación, y aunque nos protegieron, también nos alejaron de lo que somos. No son nuestra esencia, sino armaduras.

    Mandatos familiares: lo que se espera de ti para ser querido/a

    Los mandatos familiares son frases no siempre dichas en voz alta, pero transmitidas con fuerza a través del ambiente emocional. Algunos ejemplos:

    • “No molestes”

    • Significado implícito: Tu presencia solo es válida si no genera necesidades, conflictos o incomodidades.
    • Origen frecuente: Familias que no saben sostener el dolor emocional o que temen la vulnerabilidad.
    • Efecto en la adultez: Dificultad para expresar necesidades, miedo a incomodar, tendencia a desaparecer o minimizarse en los vínculos.
    • “Sé fuerte”

    • Significado implícito: Sentir está mal. No te derrumbes. Sostente.
    • Origen frecuente: Padres emocionalmente desbordados, ausentes o centrados en sus propios problemas.
    • Efecto en la adultez: Incapacidad para pedir ayuda, bloqueo emocional, sensación de tener que poder con todo.
    • “No llores”

    • Significado implícito: Tus emociones no son bienvenidas. El llanto incomoda, debilita o avergüenza.
    • Origen frecuente: Adultos que aprendieron a reprimir sus propias emociones o temen perder el control.
    • Efecto en la adultez: Dificultad para conectar con la tristeza o el dolor, miedo a ser visto llorando, necesidad de mostrarse siempre “bien”.
    • “Tú eres la que siempre puede”

    • Significado implícito: Tu valor está en resolver, aguantar, encargarte de todo.
    • Origen frecuente: Hija mayor parentificada o persona que asume funciones adultas desde la infancia.
    • Efecto en la adultez: Autoexigencia extrema, dificultad para delegar, sentirse culpable al descansar o fallar.
    • “Haz reír a mamá”

    • Significado implícito: Tu función es regular el estado emocional de otro (frecuentemente un adulto inestable).
    • Origen frecuente: Madres deprimidas, ansiosas o emocionalmente frágiles que encuentran alivio en el hijo “gracioso” o “brillante”.
    • Efecto en la adultez: Uso del humor como defensa, dificultad para conectar con la tristeza propia, hiperatención al estado emocional ajeno.
    • “Tú no puedes fallar”

    • Significado implícito: El amor es condicional: sólo si eres brillante, perfecto/a, cumplidor/a, mereces aprobación.
    • Origen frecuente: Familias donde el rendimiento se valora más que el ser.
    • Efecto en la adultez: Miedo paralizante al error, perfeccionismo extremo, autoimagen basada solo en logros.
    • “Tú cuidas de todos”

    • Significado implícito: No eres un niño/a, eres el sostén emocional o práctico de la familia.
    • Origen frecuente: Ambientes con adultos emocionalmente ausentes, enfermos, o dependientes.
    • Efecto en la adultez: Tendencia a cuidar compulsivamente, a olvidarse de sí mismo, a entrar en relaciones donde se repite el rol de salvador/a.

    Estos mandatos se graban en la infancia y operan en la adultez como brújulas internas que nos dirigen hacia lo que debemos ser para mantener el vínculo o sentirnos validados. Sin embargo, no nos enseñan a ser nosotros mismos. Nos enseñan a ser funcionales para otros.

    Identificarlos es un paso esencial para empezar a liberarnos de ellos. Porque solo cuando cuestionamos lo que creemos que debemos ser, podemos empezar a descubrir lo que realmente somos.

    Relación entre mandatos familiares y roles defensivos

     

    Mandato familiar Mensaje implícito Rol defensivo que genera Cómo actúa este rol en la vida adulta
    “No molestes.” Tu presencia es válida solo si no incomodas. La invisible / El que no da problemas No expresa necesidades, evita el conflicto, se borra emocionalmente.
    “Sé fuerte.” No muestres debilidad. No sientas. La fuerte / El autosuficiente No pide ayuda, carga sola con todo, se endurece para sobrevivir.
    “No llores.” El dolor emocional no es bienvenido. El contenido / La que siempre está bien Bloquea la tristeza, minimiza lo que siente, se muestra siempre estable.
    “Tú eres la que siempre puede.” No puedes caer. Siempre debes rendir. La perfecta / La que resuelve todo Vive en hiperexigencia, se sobrecarga, se culpa si no puede con todo.
    “Haz reír a mamá.” Tu valor está en animar a otros, no en ser tú. El gracioso / El payaso salvador Usa el humor para evitar el dolor, se convierte en el animador del grupo.
    “Tú no puedes fallar.” Solo eres valioso si eres brillante o exitoso. El impecable / El hijo perfecto Busca aprobación a través del logro, teme profundamente equivocarse.
    “Tú cuidas de todos.” Tu rol es cuidar, no ser cuidado. La cuidadora / El salvador de la familia Vive para los demás, descuida sus propios límites y necesidades.

    Observación terapéutica:

    Estos roles defensivos no son el problema: fueron soluciones en su momento.
    El conflicto aparece cuando seguimos actuando desde ellos en contextos donde ya no son necesarios —o incluso nos perjudican—.

    Por eso, el trabajo terapéutico no consiste en “quitar” el personaje, sino en reconocerlo, agradecerle su función protectora y dar paso a un yo más libre y auténtico.

    El guión de vida: la historia que nos contamos sin darnos cuenta

    Desde la teoría del Análisis Transaccional (Eric Berne), el guión de vida es el relato inconsciente que escribimos en la infancia —en base a nuestras experiencias, emociones, mensajes parentales y decisiones tempranas— y que seguimos interpretando de adultos sin cuestionarlo.
    Por ejemplo:

    • “Tengo que esforzarme mucho para merecer amor.”
    • “Si no cuido de los demás, nadie me querrá.”
    • “No es seguro mostrar lo que siento.”
    • “Mi valor depende de lo que logro.”
    • “Ser vulnerable es peligroso.”

    Este guión suele estar al servicio de la supervivencia emocional, no de la plenitud. Está lleno de renuncias, autocensuras y decisiones hechas desde el miedo o la necesidad de pertenecer.

    Sin embargo, el guión no es un destino. Podemos reescribirlo. Podemos tomar consciencia de qué historia llevamos contando sobre nosotros/as mismos/as… y empezar a contar una nueva. Una que no esté escrita desde la defensa, sino desde la autenticidad.

    ¿Qué aparece cuando bajamos la guardia?

    Cuando, gracias a la terapia, a un vínculo seguro o simplemente a la madurez emocional, empezamos a soltar estos personajes, lo primero que aparece no es siempre claridad. A veces, es el vacío.

    Ese “no sé quién soy si no soy útil”, “si no estoy al mando”, “si no hago reír”, “si no complazco”. Sin embargo, si nos quedamos ahí el tiempo suficiente, sin huir, algo empieza a emerger: El yo real. El que puede decir “no sé”, “esto no me gusta”, “esto sí lo deseo”, “esto me duele”, “esto soy”.
    Sin culpa, sin necesidad de justificarse.

    Caso clínico 1: Paulina, 38 años – La fuerte que nunca se derrumba

    Motivo de consulta:
    Paulina acude a terapia tras una crisis de ansiedad en el trabajo. Lleva años sintiéndose agotada, pero lo ha atribuido a su “vida intensa”. Cree que necesita “organizarse mejor” y ser “más eficiente”, pero su cuerpo ha empezado a decir basta.

    Contexto personal y familiar:
    Paulina es la mayor de tres hermanos. Su madre cayó en una depresión severa tras el nacimiento del segundo hijo. Su padre trabajaba todo el día. Desde los 7 años, Paulina asumió un rol de madre secundaria: preparaba desayunos, calmaba a sus hermanos, intentaba mantener la calma en casa.

    Nadie se lo pidió expresamente, pero recibía elogios cada vez que se comportaba como “una adulta responsable”. Aprendió que ser fuerte y no quejarse era lo que la hacía valiosa.

    A lo largo de su vida, ha repetido este patrón: es la que todos consultan, la que organiza, la que soluciona. En sus propias palabras: “No sé cómo pedir ayuda. Me siento culpable si descanso. Si me muestro vulnerable, siento que voy a derrumbarme del todo.

    Análisis terapéutico:
    Paulina desarrolló el rol de la fuerte, impulsado por el mandato familiar de “no añadir problemas”, “tú puedes con todo”, “sé madura”. Su guión de vida giraba en torno a la autosuficiencia extrema: “Solo si soy útil, me querrán. Si me muestro débil, seré una carga.

    En terapia, se exploró el dolor de no haber tenido infancia, el duelo por no haber sido cuidada, y la culpa asociada a empezar a decir que no y a disfrutar de su tiempo libre.

    Progresos:
    Tras meses de trabajo terapéutico, Paulina empezó a practicar algo revolucionario para ella: descansar, delegar, llorar sin pedir perdón. Fue difícil al inicio: sentía que se volvía “una vaga”, “una floja”. Pero poco a poco, empezó a descubrir que, bajo la coraza de la fortaleza, había una mujer tierna, sensible y creativa, que necesitaba ser sostenida tanto como sostener.

    Caminar hacia lo auténtico: volver a casa

    Así como en el caso de Paulina, era necesario recuperar el camino del yo real. Este camino implica darnos permiso para probar, equivocarnos, descansar, desobedecer mandatos. Ser más espontáneos/as. Y sobre todo: aprender a estar con nosotros/as mismos/as sin necesidad de defendernos.

    No para complacer, no para rendir, no para aparentar. Solo para ser.

    Caso clínico 2: Daniel, 31 años – El complaciente que no sabe qué desea

    Motivo de consulta:
    Daniel llega a terapia tras romper con su pareja. Dice que la ruptura le ha dejado “desorientado”, como si hubiera perdido su identidad. Afirma: “Ya no sé qué quiero. Siempre me adapto a la otra persona. Me doy cuenta de que nunca he tomado una decisión por mí mismo.

    Contexto personal y familiar:
    Hijo único, criado por una madre con ansiedad generalizada y un padre ausente emocionalmente, desde pequeño, Daniel percibió que su madre necesitaba que él estuviera bien para tranquilizarse. Era un niño “fácil”, que no se quejaba y que se mostraba siempre disponible.

    Recibía atención cuando decía frases como “no te preocupes, mamá” o cuando escondía sus propios malestares para que ella no sufriera. Nunca hubo espacio para su rabia, sus deseos, ni su autonomía. De adulto, repitió este patrón en todas sus relaciones.

    Análisis terapéutico:
    Daniel encarnaba el rol del complaciente. Su mandato familiar era claro: “No hagas sufrir a mamá”, “tú eres el que la calma”, “no generes conflictos”. En su guión de vida se inscribió la creencia: “Si no me adapto al otro, me rechazan. Si molesto, me quedo solo.

    En terapia, hubo que ayudarle primero a detectar qué deseaba él, sin el filtro de la aceptación externa. Al principio, no sabía ni lo que le gustaba comer o qué opinaba sobre temas cotidianos. Nunca se lo había preguntado.

    Progresos:
    Daniel empezó a construir un “yo” más definido. Comenzó a poner límites suaves con amigos y familiares, a permitirse tener gustos distintos, incluso a experimentar pequeñas formas de discrepancia entre su opinión y la de los demás. Fue difícil al inicio: sentía que estaba “siendo egoísta”, pero fue encontrando placer en estar solo, en elegir por sí mismo, en no tener que fundirse con el otro para sentirse valioso.
    Pudo mirar su historia con compasión, entendiendo que su complacencia era una estrategia de amor y de supervivencia, no una condena. Y que se puede querer… sin perderse.

    ¿Quién eres, entonces, cuando ya no necesitas defenderte?

    Cuando por fin estás a salvo y ya no hace falta agradar, rendir, controlar o disimular.
    Cuando estás con personas que no te exigen un papel, que no te retiran el cariño si bajas la guardia. Muchas veces, lo que aparece en ese momento es confusión, vacío, silencio, incluso miedo.

    Hemos habitado tanto tiempo en el personaje, que desnudarnos de él puede dejar al descubierto heridas que aún no han sanado. Y sin esas “máscaras”, muchas personas no saben por dónde empezar a buscarse.

    Sin embargo, si permaneces ahí, en ese espacio seguro, sin disfrazarte, algo empieza a brotar.

    Una voz más suave.
    Un deseo más genuino.
    Una manera de estar más tranquila, más honesta, más libre.

    Aparece el verdadero yo. No el yo que aprendió a sobrevivir, sino el yo que puede por fin vivir.

    Y ese yo no necesita brillar todo el tiempo, ni ser infalible, ni tenerlo todo claro. Ese yo puede decir “no sé”, “no puedo”, “no quiero”. Ese yo puede reír sin tener que hacer reír a otros. Puede llorar sin miedo a decepcionar. Puede amar sin miedo a perderse.

    Reconectar con ese yo no es un destino, sino un proceso.
    Un camino de regreso.
    A veces acompañado por la terapia, por vínculos seguros, por espacios donde no hay juicio.

    Y cuando lo encontramos, algo se alinea por dentro.
    Ya no vivimos desde la defensa.
    Vivimos desde la verdad.

    ¿Cómo volver a ti cuando llevas toda la vida siendo otro/a?

    Desmontar los personajes que construimos para sobrevivir no es un proceso rápido ni fácil. Requiere conciencia, tiempo y mucha compasión, pero es posible. Lo vemos cada día en terapia: cómo las personas, cuando se sienten seguras, empiezan a soltar la armadura. Al principio se sienten desnudas, desorientadas…, pero luego empiezan a respirar mejor. A elegir. A descansar. A decir que no. A decir que sí. A reconocer(se).

    Volver a ti no es un camino recto. A veces, hay que despedirse de quien creíste que eras o de quien los demás esperaban que fueras. Sin embargo, en ese proceso, emerge alguien más verdadero. Alguien más libre.

    Si te reconoces en alguno de estos personajes, te dejo aquí algunas claves terapéuticas que pueden ayudarte a reconectar contigo.

    Seis propuestas terapéuticas para volver a ti

    • 1. Identifica tu personaje principal
      Piensa: ¿Qué papel has interpretado con más frecuencia en tu vida? ¿El/la fuerte, el/la perfecto/a, el/la complaciente, el/la gracioso/a, el/la invisible?
      Ponerle nombre es el primer paso. No para juzgarlo, sino para entenderlo. Ese personaje te salvó. Pero ya no tiene por qué dirigir tu vida.
    • 2. Haz consciente el mandato
      ¿Cuál era el mensaje implícito en tu familia? Tal vez: “Si no ayudas, no vales.” “Si molestas, te rechazan.” “Si no eres el mejor, no importas.”
      Escribe esos mensajes. Léelos. ¿De quién vienen? ¿Siguen siendo ciertos para ti hoy?
    • 3. Reconstruye tu guión de vida
      En terapia (especialmente desde enfoques como el análisis transaccional, la terapia narrativa o el enfoque integrador-relacional), puedes explorar qué decisiones internas tomaste de pequeño/a para sobrevivir.
      Y luego, poco a poco, empezar a escribir una historia nueva. Desde el/la adulto/a que eres, no desde el/la niño/a que fuiste.
    • 4. Escucha tu cuerpo
      Muchos de estos personajes viven tensos, hiperactivos o desconectados del cuerpo. Párate a sentir: ¿qué necesita hoy tu cuerpo? ¿Descansar? ¿Llorar? ¿Moverse?
      Regresar a ti también es un regreso somático. Tu cuerpo sabe quién eres cuando no tienes que defenderte.
    • 5. Practica la desobediencia emocional
      Di “no” cuando sientas “no”. Pide ayuda aunque no estés al límite. Sé imperfecto/a a propósito. Prueba cómo se siente romper el guión, aunque sea en cosas pequeñas.
      El mundo no se cae. Y tú tampoco.
    • 6. Busca o crea vínculos donde no necesites actuar
      La terapia puede ser uno de esos espacios, pero también lo son los vínculos con personas que no te exigen rendimiento, perfección ni utilidad para quererte.
      Cuando hay seguridad, la defensa se relaja. Y cuando la defensa se relaja, aparece tu yo verdadero.

    Una última palabra

    Nadie elige sus defensas, las aprendemos para sobrevivir. Sin embargo, sí podemos elegir qué hacer con ellas cuando ya no nos sirven. No se trata de destruirlas con rabia, sino de agradecerles lo que hicieron por nosotros… y luego dejarlas ir.
    Quién eres sin defensa no es una versión rota. Es una versión más humana.
    Más completa.
    Más tú.

     

    Estamos aquí para ayudarte.

    Pide cita:

    Rellena nuestro formulario

    Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • TDAH en mujeres: la invisibilidad de una mente hiperactiva por dentro

    TDAH en mujeres: la invisibilidad de una mente hiperactiva por dentro

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus psicólogas

    Pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

  • Cómo acompañar a tus hijos en un divorcio sin romper su mundo

    Cómo acompañar a tus hijos en un divorcio sin romper su mundo

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Terapia Adultos

    TERAPIA DE PAREJA

    TERAPIA FAMILIAR

    TERAPIA PARA ADOLESCENTES

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus psicólogas

    Pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

  • Trastorno Obsesivo-Compulsivo en mujeres: cuando el TOC se esconde detrás de la culpa, la limpieza o el miedo a fallar

    Trastorno Obsesivo-Compulsivo en mujeres: cuando el TOC se esconde detrás de la culpa, la limpieza o el miedo a fallar

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus psicólogas

    Pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

  • Trastorno Obsesivo-Compulsivo en mujeres: cuando el TOC se esconde detrás de la culpa, la limpieza o el miedo a fallar

    Trastorno Obsesivo-Compulsivo en mujeres: cuando el TOC se esconde detrás de la culpa, la limpieza o el miedo a fallar

    ¿Alguna vez has tenido un pensamiento que te ha dejado paralizada de miedo?
    Algo que no querías pensar, que no tenía ningún sentido, pero que te hizo sentir como una mala persona solo por haberlo imaginado.

    ¿Y si sin querer hago daño a mi hijo?
    ¿Y si me olvido de cerrar la puerta y pasa algo terrible?
    ¿Y si no he revisado bien el proyecto y mi jefe me echa?

    Si alguna vez has tenido este tipo de pensamientos una y otra vez, y has hecho de todo por intentar quitártelos de la cabeza —evitando situaciones, comprobando cosas, limpiando, rezando, pidiendo confirmación o incluso castigándote emocional o físicamente—, es posible que estés conviviendo con algo que tiene nombre: el Trastorno Obsesivo-Compulsivo (TOC), pero quizá nadie te lo ha dicho hasta ahora.

    ¿Qué es el TOC (y qué no es)?

    El TOC no es simplemente tener manías, ni ser una persona ordenada o exigente.
    Tampoco es algo que se elige.
    Y desde luego, no tiene nada que ver con tu personalidad, ni con tu forma de ser.

    El TOC es una forma de ansiedad en la que la mente se llena de pensamientos intrusivos, incómodos, a veces incluso aterradores o vergonzosos, que no puedes controlar. Para calmar el miedo o la angustia que provocan, haces cosas para “neutralizarlos”: repites actos, limpias, evitas, compruebas, pides ayuda o lo revives en tu cabeza una y otra vez.
    Al principio puede parecer que eso ayuda, pero pronto descubres que no es así.
    Vuelve. Y con más fuerza.

    En definitiva, ell TOC es un trastorno de ansiedad que se manifiesta como un bucle de pensamientos que no deseas tener (obsesiones) y acciones, físicas o mentales, que realizas para calmar la angustia que esos pensamientos provocan (compulsiones).
    Es un mecanismo de la mente que busca aliviar el miedo y la ansiedad… pero que en realidad lo alimenta.

    Cuando eres mujer, el TOC a veces se disfraza

    Muchas mujeres llegan a terapia después de años de sufrimiento silencioso. No sabían que eso que les pasaba tenía nombre. Pensaban que eran demasiado sensibles, demasiado controladoras, demasiado inseguras. O peor aún: malas madres, malas parejas, malas personas.

    ¿Por qué?

    Porque el TOC en mujeres muchas veces se esconde detrás de la culpa, del miedo a fallar o de querer hacerlo todo bien.

    Y claro, vivimos en una sociedad que espera de nosotras perfección:
    Que cuidemos a todos, que anticipemos los riesgos, que estemos tranquilas, ordenadas, limpias, disponibles, entregadas.

    Entonces, cuando una mujer tiene miedo de dañar a su bebé (aunque nunca lo haría), se lo calla.
    Cuando duda sobre si ama a su pareja como debería, se angustia en secreto.
    Cuando necesita comprobar 20 veces que ha cerrado el gas, lo hace a escondidas, avergonzada.
    Cuando se imagina una escena horrible, siente que hay algo profundamente roto en ella.

    Pero nada de esto te convierte en una persona peligrosa.
    Te convierte en alguien que está sufriendo. Y eso merece atención y cuidado, no juicio.

    Tipos de TOC más frecuentes en mujeres

    Aunque el TOC puede adoptar muchas formas, hay algunas temáticas que aparecen con más frecuencia en mujeres. No porque las mujeres sean más débiles o más ansiosas, sino porque el contexto social, los roles de género y la historia personal influyen en cómo se expresa el malestar psicológico.

    Algunos tipos de TOC más comunes en mujeres son:

    TOC de contaminación

    Miedo a ensuciarse, enfermar o transmitir algo dañino. Puede llevar a lavarse compulsivamente, limpiar en exceso, evitar espacios públicos, usar guantes, cambiarse varias veces de ropa o evitar tocar objetos.

    TOC de daño

    Pensamientos intrusivos como: “¿Y si hago daño a mi bebé sin querer?”, “¿Y si atropello a alguien y no me doy cuenta?”. Este tipo de TOC genera una culpa muy intensa por tener este tipo de pensamientos y suele ir acompañado de comprobaciones constantes o evitación.

    TOC postparto

    Surge tras el nacimiento del bebé. Puede incluir imágenes violentas o perturbadoras relacionadas con hacerle daño, miedo extremo a ser una mala madre o necesidad de hacer rituales mentales o físicos para proteger al bebé.

    TOC relacional

    Se duda constantemente sobre la relación de pareja: “¿Y si no lo amo?”, “¿Y si estoy con la persona equivocada?”, “¿Y si nunca más sentiré deseo por él?”. No se trata de una crisis real de pareja, sino de una ansiedad que se proyecta ahí.

    TOC de orden o perfección

    Necesidad de que todo esté en su sitio o hecho “como debe ser”. El desorden o el error generan una incomodidad intensa, desproporcionada, y muchas veces aparece la sensación de que si no se hace bien, algo malo pasará.

    TOC moral o escrupuloso

    Obsesiones relacionadas con ser buena, justa, ética, correcta. Aparece la necesidad de revisar cada palabra, disculparse por todo, analizar si se ha ofendido a alguien o hacer esfuerzos mentales para “ser una buena persona”.

    ¿El TOC se presenta igual en hombres y mujeres?

    No. El TOC puede aparecer en cualquier persona, pero las temáticas y formas de expresarse no son iguales en hombres y mujeres, y esto tiene mucho que ver con cómo nos educan y qué se espera de nosotras.

    Algunas diferencias clave:

    • Las mujeres suelen mostrar TOC más ligado a la culpa, la maternidad, la limpieza o las relaciones. Se relaciona con los mandatos de cuidado, perfección, responsabilidad afectiva o moral.
    • Los hombres suelen presentar más frecuentemente TOC de tipo sexual, violento, de orden o superstición. Aunque esto está cambiando, el contexto cultural sigue influyendo.
    • El TOC en mujeres tiende a ocultarse más, porque muchas compulsiones son mentales, silenciosas, o se confunden con “manías de madre”, “ansiedad normal” o “cosas de la edad”.
    • Muchas mujeres tardan años en ser diagnosticadas, porque normalizan lo que sienten o lo viven con vergüenza. El TOC puede estar presente desde la adolescencia o incluso la infancia, pero no es raro que se diagnostique tras un embarazo, una ruptura o un pico de estrés vital.

    ¿Qué impacto tiene el TOC en la vida de una mujer?

    Vivir con TOC no es solo tener pensamientos molestos o repetir conductas extrañas.
    Es una experiencia profundamente angustiante, agotadora y solitaria.

    A nivel emocional:

    • La culpa y la vergüenza son emociones constantes.
    • Se puede perder la confianza en una misma: “¿Y si soy peligrosa?”, “¿Y si estoy loca?”.
    • El TOC erosiona la autoestima y refuerza el miedo a ser rechazada.

    A nivel funcional:

    • Dificulta el descanso (por revisar cosas o tener rumiaciones mentales).
    • Interfiere en las relaciones de pareja, maternidad, trabajo y vida social.
    • Puede llevar al aislamiento, la evitación, la depresión o crisis de ansiedad.

    Muchas mujeres viven una doble vida: por fuera parecen responsables, entregadas, eficientes; por dentro están agotadas, con miedo, dudando de todo lo que piensan o sienten.

    Un mensaje para ti

    Si algo de lo que has leído aquí te ha tocado, te ha hecho pensar “esto me pasa a mí”, no lo ignores.

    Si te sientes atrapada en tu mente, si repites pensamientos o conductas sin querer, si tienes miedo de lo que piensas o dudas todo el tiempo… es motivo suficiente para consultar con un profesional.

    No estás loca.
    No eres peligrosa.
    Y no estás sola.

    No minimices lo que te pasa solo porque desde fuera parezca que “todo está bien”.
    No tienes que cumplir un perfil “grave” para pedir ayuda.
    No tienes que seguir escondiendo lo que sientes, ni intentar solucionarlo sola.

    Hablar de lo que duele también es un acto de amor.

    El TOC no dice nada malo sobre ti. No te define. No es tu culpa.
    Pedir ayuda profesional no es un signo de debilidad, sino una forma de empezar a cuidarte.

    Con el acompañamiento adecuado, puedes volver a vivir con más libertad, más calma y más confianza en ti misma.

    Estamos aquí para ayudarte.

    Pide cita:

    Rellena nuestro formulario

    Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • La autoestima en los niños: una base para toda la vida

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    Adultos

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus psicólogas

    Pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

  • Vínculos que duelen: Heridas de la infancia y su impacto en nuestras relaciones

    Vínculos que duelen: Heridas de la infancia y su impacto en nuestras relaciones

    Hay heridas que no sangran ni hacen ruido, pero marcan profundamente, dejando una huella profunda en quien lo recibe desde la infancia. Muchas personas que acuden a terapia no recuerdan gritos ni golpes, pero sí una sensación persistente de no ser vistas, escuchadas ni validadas.

    Estas heridas se formaron en la infancia, cuando necesitábamos sostén, mirada, consuelo y regulación emocional por parte de nuestras figuras de apego —especialmente la madre—, y no siempre lo recibimos. Quizás porque no supieron, no pudieron o no estaban disponibles emocionalmente. Como niñas/os, no podíamos entender eso: simplemente asumimos que el problema éramos nosotras/os.

    En este artículo profundizamos en las consecuencias inmediatas de las heridas de la infancia y los síntomas que pueden aparecer en la niñez y en la adultez, cómo este patrón se cuela en nuestras relaciones afectivas y, sobre todo, qué podemos hacer para sanar y salir de ese lugar en el que, sin darnos cuenta, seguimos esperando que el mundo nos dé lo que no recibimos en la infancia.

    Qué son las heridas de la infancia

    Las heridas de la infancia o las heridas de apego son las cicatrices emocionales que se generan cuando, durante la niñez, nuestras necesidades afectivas básicas no fueron satisfechas de forma consistente, segura y amorosa. No siempre implican grandes traumas visibles; muchas veces se gestan en el silencio, en la ausencia emocional, en la respuesta errática o desbordada de quienes debían cuidarnos.

    El vínculo con nuestras figuras de apego primarias —generalmente madre y padre— moldea las bases sobre las que construiremos la percepción de nosotras/os mismas/os, de los demás y del mundo. Si esos vínculos fueron seguros, aprendemos que somos valiosas/os, dignas/os de amor, y que podemos confiar en el otro. Pero si fueron frágiles, caóticos o ausentes, aprendemos a sobrevivir, no a vincularnos desde la confianza.

    “No duelen tanto los gritos como las miradas que no estaban. No duele tanto lo que pasó como lo que nunca pasó.” — Sandra Ribeiro, psicóloga.

    Este tipo de experiencias no tienen por qué convertirse en un juicio hacia nuestros cuidadores. Muchos lo hicieron lo mejor que pudieron con lo que tenían. Pero reconocer lo que nos faltó, sin minimizarlo, es parte esencial del proceso de sanación. No se trata de culpar, sino de comprender. Y desde ahí, empezar a elegir algo diferente para nosotras/os, para nuestras relaciones y —si somos madres o padres— también para nuestras hijas e hijos.

    ¿Cómo se forma una herida de apego?

    Se forma cuando el niño o la niña experimenta una o varias de las siguientes situaciones de forma repetida o sostenida en el tiempo:

    • Negligencia emocional: cuando no se le atiende emocionalmente, no se valida su tristeza, miedo o alegría.
    • Incossistencia: hoy mamá/papá está disponible emocionalmente y mañana no. Esto genera confusión y ansiedad.
    • Hipervigilancia: el menor debe adaptarse al estado emocional del adulto (por ejemplo, no llorar para no enfadar a la madre/padre).
    • Castigo afectivo: el afecto se retira como consecuencia de un comportamiento considerado “incorrecto”.
    • Parentalización: se espera que la niña o el niño cuide emocionalmente al adulto (por ejemplo, consolar a la madre/padre triste o callarse para no preocuparla/o).

    Estas experiencias no solo dejan dolor emocional. También enseñan a la niña o al niño estrategias para evitar el abandono, ser aceptada/o o, al menos, no ser rechazada/o. Con el tiempo, esas estrategias se vuelven automáticas y moldean nuestra forma de relacionarnos con el mundo. Pero no son caminos libres, sino moldes impuestos por la necesidad de supervivencia afectiva. Donde y cómo se contruye el apego y como nos afecta en la edad adulta es un tema que abordamos en otro artículo de nuestro blog donde analizamos sus distintos tipos.

     

    Cómo se siente una herida de la infancia

    Las heridas de la infancia no siempre se recuerdan con imágenes nítidas. A veces no hay un “gran evento traumático” que podamos señalar, pero sí hay una sensación persistente que ha estado con nosotras/os durante años. Algo que duele, que pesa, que condiciona, aunque no siempre podamos explicarlo con palabras.

    Con el tiempo, esa herida no se queda en el pasado. Se manifiesta en el presente, en cómo sentimos, cómo nos vinculamos y cómo nos tratamos a nosotras/os mismas/os. Aquí te comparto algunas de las formas más comunes en las que una herida de la infancia puede sentirse en la adultez:

    ▸ Sensación de vacío que no se llena con nada

    Es como si faltara algo esencial. A pesar de logros, vínculos o estabilidad, persiste una sensación de que “algo me falta”. No es ambición, es carencia emocional antigua. Un eco de una necesidad no cubierta que sigue buscando ser satisfecha.

    ▸ Inseguridad crónica

    Vivimos con el miedo constante de molestar, de no estar a la altura, de que nos dejen si nos mostramos tal cual somos. El vínculo se vuelve frágil en nuestra mente, y eso nos lleva a esforzarnos constantemente por merecer amor, aunque ya lo tengamos.

    ▸ Repetición de patrones de relaciones dolorosas

    Solemos elegir vínculos donde nos sentimos de nuevo invisibles, usadas/os, controladas/os o desprotegidas/os. No por masoquismo, sino porque nuestro sistema relacional busca inconscientemente aquello que conoció de niña/o. Se repite el guión, esperando esta vez poder cambiar el final. Puedes leer más en el artículo: “Heridas emocionales que causan relaciones desequilibradas”

    ▸ Hipervigilancia emocional

    Nos convertimos en expertas/os en leer el estado emocional de los demás. Antes de que alguien hable, ya intentamos anticipar si está molesto, triste o decepcionado con nosotras/os. Esto viene de haber tenido que ajustarnos a los estados emocionales de nuestra madre o padre, sin que los nuestros fueran prioridad.

    ▸ Autoabandono

    Aprendimos a sobrevivir adaptándonos, silenciándonos, siendo la/el que no da problemas. Eso puede seguir hoy en nuestra vida adulta como una dificultad para poner límites, decir que no o reconocer nuestras propias necesidades. Cuidamos a todos… menos a nosotras/os mismas/os.

    ▸ Dificultad para confiar, recibir amor o pedir ayuda

    Aunque anhelamos cercanía y cariño, algo dentro de nosotras/os desconfía o se retrae cuando lo recibe. O bien, sentimos vergüenza al necesitar ayuda. Esto no es frialdad: es protección aprendida. Una armadura que usamos para no sentir el dolor de la ausencia o el rechazo.

    Las heridas de la infancia no se curan con exigencia, ni con perfección, ni repitiendo viejas estrategias de sobrevivencia emocional. Se sanan con una nueva manera de estar en nuestra compañía. Una forma de relación interna donde haya espacio para nuestras emociones, nuestros límites, nuestra historia.

     

    “Sanamos cuando dejamos de exigirnos y empezamos a mirarnos a nosotras/os mismas/os desde el amor.”
    — Sandra Ribeiro, psicóloga.

     

    Duelos invisibles: formas en que nuestras necesidades emocionales no fueron cubiertas

    Durante la infancia, todos y todas tuvimos necesidades emocionales fundamentales: ser vistos, escuchados, validados, amados incondicionalmente. Cuando esas necesidades no fueron cubiertas —ya fuera por falta de recursos, madurez emocional o historia personal de nuestras madres y padres—, no siempre lo vivimos como un trauma visible. Lo que sí quedó, muchas veces, fue una sensación persistente de vacío, de no ser suficiente, o de haber tenido que adaptarnos demasiado para no perder su amor. Este tema lo vemos con detenimiento en el artículo: “Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos”

    Estas formas de ausencia emocional, confusión o desbordamiento afectivo no siempre se nombran, pero generan una herida silenciosa, la herida de apego, que luego se manifiesta en nuestras relaciones, nuestra autoestima y nuestra forma de estar en el mundo.

    Aquí te presento algunas formas comunes en que nuestras necesidades emocionales pudieron no haber sido bien atendidas en la infancia:

    1. El castigo de silencio: una forma de violencia relacional

    El castigo de silencio, esa forma sutil y devastadora de retirar el afecto y la palabra como forma de control o castigo, deja una huella profunda en quien lo recibe. Consiste en dejar de hablar a la niña o al niño como forma de castigo, ignorarla/o emocional o físicamente, como si no existiera. Esto genera una angustia profunda: la niña o el niño no sabe qué ha hecho mal ni cómo reparar el vínculo. Aprende que su valor depende de su capacidad para no molestar.

    “Si me porto bien, mi madre/padre me habla. Si no, dejo de existir.”

    Para una niña o un niño, el silencio de quien le cuida no es paz: es abandono emocional. Aprendimos que nuestro valor podía depender de nuestro comportamiento y que, si no éramos “buenos”, merecíamos ser ignorados.

    “Cuando mi madre se enfadaba conmigo, dejaba de hablarme. Podían pasar horas, días… y yo no sabía qué había hecho mal.” — Lucía, 39 años

    “Todavía hoy, si alguien me deja de contestar un mensaje o se aleja sin explicaciones, siento el mismo nudo en el estómago que cuando mi madre me ignoraba de pequeña.”  — Marta, 30 años

    “Mi padre podía pasar días sin hablarme, sin mirarme, como si no existiera. Lo peor era que nadie en casa lo consideraba raro. Yo pensaba que algo en mí estaba roto.”  — Pablo, 47 años

    “Mi madre podía estar días sin hablarme por no haber recogido mi habitación.” — Maricarmen, 53 años

    Este tipo de vínculo genera un dolor silencioso que, en muchos casos, se arrastra hasta la edad adulta, afectando la autoestima, las relaciones y la manera de afrontar el conflicto emocional.

    2. Cuando sentir no estaba permitido

    • “No llores, eso no es nada.”
    • “Estás exagerando, no es para tanto.”
    • “Los niños fuertes no tienen miedo.”
    • “¡Qué sensible eres!”
    • “Estás siendo dramática.”

    Frases como estas enseñan que las emociones son un problema, que hay que esconder lo que sentimos o, incluso, desconfiar de nuestra propia percepción. Aprendimos a tragarnos el llanto o a reír cuando estábamos tristes, para no molestar.

    3. Parentalización: Ser el sostén emocional de mamá o papá

    Quizás no lo vimos así en su momento, pero cuando un niño tiene que cuidar emocionalmente al adulto —escucharlo, consolarlo, protegerlo—, se invierten los roles. Esto se llama parentalización. Puede que nos volviéramos “maduras/os” muy pronto, pero el coste fue dejar de ser niñas/os.

    4. Las comparaciones constantes

    • “Tu hermano sí que me ayuda.”
    • “A tu edad yo ya sabía hacer eso.”
    • “Ojalá fueras más como…”

    Las comparaciones, aunque comunes, dejan una huella de insuficiencia, como si nunca fuéramos lo bastante buenos. Aprendimos a competir por afecto o a vivir con la sensación de estar siempre por debajo.

    5. La crítica como forma de vínculo

    En muchas familias, el afecto venía acompañado de exigencias, juicios o expectativas constantes. No se gritaba ni se pegaba, pero el amor era condicional.Te querían… si sacabas buenas notas, si ayudabas en casa, si no te enfadabas, si no molestabas

    • La crítica se volvía la forma de estar en contacto: era la manera en que tu madre o padre te miraba, te prestaba atención, o se implicaba contigo. Te corregía “por tu bien”, te exigía “para que fueras fuerte”, te señalaba los errores “para que no los repitieras”.
    • Pero lo que aprendiste en lo profundo no fue amor incondicional. Aprendiste que tu valor estaba en no fallar. Que solo eras digna/o de afecto si eras impecable, útil, brillante o “la/el que no da problemas”.

    Esto deja una herida muy concreta: la autoexigencia como forma de vida. Una voz interior que no perdona fallos, que siempre empuja, que rara vez celebra. Y que, muchas veces, repite ese mismo patrón con los demás: ya sea criticándolos o eligiendo personas que nos critican, porque ese es el lenguaje afectivo que conocimos.

    6. La culpa como forma de control

    • “Con todo lo que he hecho por ti…”
    • “Me vas a matar de un disgusto.”
    • “Qué ingrata/o eres.”

    Estos mensajes pueden parecer pequeños, pero en la infancia pesan. Nos enseñan que nuestros deseos, decisiones o necesidades dañan a quienes queremos. Y así, aprendimos a desconectarnos de lo que necesitamos para cuidar al otro.

    Impacto de las heridas de la infancia en la adultez

    Las heridas de la infancia no se quedan en la infancia: se filtran en nuestras relaciones adultas, a veces sin que seamos conscientes. Son esas emociones intensas que sentimos “sin motivo aparente”, esas reacciones que parecen excesivas, o esas elecciones que repetimos y no entendemos del todo. Algunas de las formas más frecuentes en que se manifiestan incluyen:

    • Hipersensibilidad ante el rechazo:
      Cualquier señal de desaprobación, silencio o distancia puede activar una alarma interna. Incluso situaciones neutras —una demora en responder un mensaje, un tono de voz diferente, una mirada evasiva— pueden sentirse como una amenaza de abandono. La herida se reabre fácilmente, porque no está cerrada del todo.
    • Relaciones basadas en la complacencia o en mendigar atención:
      Nos volvemos expertas/os en detectar lo que el otro necesita, en adaptarnos, en evitar el conflicto… pero nos olvidamos de nosotras/os. A veces, incluso, aceptamos migajas emocionales con tal de no quedarnos solas/os. Esto no es debilidad: es un intento desesperado de no volver a sentir el dolor de ser ignoradas/os o no vistas/os en la infancia.
    • Miedo desproporcionado ante los silencios de la pareja:
      Cuando el silencio se utilizó como castigo —como en el caso de muchas madres o padres emocionalmente inmaduras/os o con rasgos narcisistas—, el silencio actual no se vive como espacio, sino como castigo o amenaza. Es una herida antigua activándose en el presente.
    • Normalización de vínculos emocionalmente negligentes:
      Si crecimos sintiendo que lo “normal” era no ser escuchadas/os, no ser consoladas/os, no ser importantes, es fácil que de adultas/os repitamos esos vínculos. No porque los deseemos, sino porque nos resultan familiares. Y lo familiar suele sentirse seguro, aunque duela.

    Cómo sanar las heridas de la infancia y romper patrones emocionales dañinos

    Sanar las heridas de la infancia y romper un patrón emocional no empieza con fuerza de voluntad ni con exigencia. Empieza con conciencia y con presencia. Repetimos lo que conocemos porque en su momento nos ayudó a sobrevivir, a adaptarnos, a conservar el vínculo con nuestras figuras de apego. Por eso, al principio, el patrón se resiste: parece protector, incluso necesario.

    Romper estos bucles implica caminar hacia una nueva forma de vincularnos con nosotras/os mismas/os, con nuestro mundo interno y con los demás. No es fácil, pero sí es posible. Aquí algunos pasos clave para iniciar ese camino:

    1. Nombrar lo que dolió, sin justificarlo

    El primer paso para sanar es poder ponerle nombre a la herida emocional. A veces cuesta, porque sentimos que al hacerlo estamos traicionando a nuestros padres o siendo “ingratas/os”. Pero reconocer el dolor no es atacar a nadie, es validar tu vivencia interna. Puedes decir: “Mi madre/padre no supo acompañarme emocionalmente”, o “Sentí que tenía que ganarme su amor”… sin que eso niegue otras partes de tu madre/padre que pueden ser buenas.

    No necesitamos demonizar a nadie, pero sí permitirnos contar la verdad emocional de nuestra infancia.

    2. Dejar de buscar fuera lo que faltó dentro

    Muchas personas caen, sin darse cuenta, en lo que el Dr. José Luis Marín llama el bucle de reivindicación: un intento inconsciente de que alguien, hoy, les dé el amor, el cuidado o la validación que no recibieron de niñas/os. Buscan que sus parejas, sus amistades o incluso sus psicólogas/os “reparen” esa carencia.

    Pero ningún vínculo actual puede devolvernos una infancia distinta. Sanar no es conseguir lo que no tuvimos, sino construir una nueva relación con nosotras/os mismas/os desde el presente y, desde ahí, también construir vínculos sanos con nuestro entorno.

    3. Cultivar el vínculo interno

    Cuando el vínculo con mamá/papá fue inseguro, ausente o doloroso, muchas veces nuestra relación con nosotras/os mismas/os quedó afectada. La voz interna se volvió crítica, autoexigente o incluso ausente.

    Romper el patrón es aprender a ser una presencia segura para ti misma/o:

    • Reconocer tus emociones sin juzgarlas.
    • Preguntarte “¿Qué necesito?” en vez de “¿Qué esperan de mí?”
    • Cuidarte, sin esperar a que todo se derrumbe.

    Este es un proceso profundo, que muchas veces requiere acompañamiento terapéutico, especialmente si hay trauma relacional. Pero cada pequeño acto de presencia interna es un ladrillo nuevo en tu casa emocional.

    4. Poner límites, aunque incomode

    Si aprendiste que amar es complacer o adaptarse, poner límites puede parecer un acto de egoísmo o amenaza. Pero no lo es. Los límites son una forma de decir: “Esto también cuenta. Yo también cuento”.

    Poner límites a personas que perpetúan dinámicas dolorosas (una madre crítica, una pareja que guarda silencio como castigo, amistades que no respetan tus emociones) no significa dejar de amar. Significa amarte también a ti. Puedes leer más en: “La habilidad de decir NO: aprende a establecer límites saludables”

    5. Repetir el nuevo patrón… hasta que lo sientas propio

    Al principio, los nuevos vínculos sanos pueden parecer aburridos, incómodos o poco intensos. Pero no es que falte amor: es que no hay drama, ni hipervigilancia, ni ansiedad disfrazada de pasión.

    Insistir en lo nuevo —relaciones más equilibradas, elecciones más conscientes, formas de hablarte con más compasión— es lo que te permite, con el tiempo, sentir que ya no estás repitiendo tu historia, sino escribiendo una nueva.

    Estamos aquí para ayudarte.

    Pide cita:

    Rellena nuestro formulario

    Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

     

  • Para tratar a un adolescente de hoy, hay que ser una madre o un padre de hoy

    Para tratar a un adolescente de hoy, hay que ser una madre o un padre de hoy

    Hay una escena que se repite en muchas casas: una madre que entra en la habitación de su hija y le pregunta cómo está, y recibe un “déjame en paz” como respuesta. Un padre que intenta dar un consejo sobre amistades o redes sociales y escucha: “¡Tú no entiendes nada!”. Situaciones que hieren, que desconciertan, y que nos hacen sentir que estamos perdiendo la conexión.

    Pero lo que está pasando no es solo una etapa difícil. Es una etapa transformadora. Y para poder acompañarla, necesitamos algo más que consejos sueltos o frases hechas. Necesitamos entender qué le está pasando a su cerebro, a su mundo interno… y también revisar el nuestro.

    El cerebro adolescente: una obra en construcción

    Entre los 12 y los 25 años, el cerebro adolescente vive una intensa remodelación. Según el psiquiatra Daniel J. Siegel, autor de El cerebro del adolescente, esta etapa combina una mayor intensidad emocional, impulsos hacia la novedad y una búsqueda intensa de identidad y pertenencia.

    No están locos ni rebeldes por gusto. Están tratando de organizarse por dentro mientras el mundo les pide respuestas por fuera.

    Testimonio

    “Yo antes pensaba que mi hijo me hablaba mal porque me faltaba al respeto. Pero cuando entendí que su cerebro reacciona desde la emoción antes que desde la razón, pude respirar, contenerme… y luego hablar con él desde otro lugar. Y la diferencia fue enorme.”
    — Verónica, madre de un adolescente de 15 años.

    Un ejemplo común:
    Julia, de 15 años, llega del instituto con cara de pocos amigos. Su madre le pregunta: “¿Cómo te fue el examen de mates?”, y Julia contesta: “¡Ya, déjame, todo me sale mal!”. La madre se siente rechazada, pero lo que Julia está intentando decir es: “Hoy me sentí frustrada y no sé cómo manejarlo”. Lo que necesita no es un sermón, sino un espacio seguro para sentirse comprendida.

    Los adolescentes muchas veces no entienden por qué reaccionan como lo hacen. Su sistema emocional va a toda velocidad, pero su capacidad de autorregulación aún se está formando.

    Cambiar el chip: no se trata de controlarlos, sino de guiarlos

    Educar a un adolescente hoy no puede hacerse desde el “porque lo digo yo”. No se trata de soltar el timón, pero sí de cambiar la forma en la que nos relacionamos.

    Educar hoy implica:

    1. Entender el funcionamiento de su cerebro

    Sus áreas racionales (como el córtex prefrontal) aún están madurando, mientras que las zonas emocionales (como la amígdala) están hiperactivadas.

    Ejemplo
    Marcos, de 14 años, se pelea con su mejor amigo por algo que le escribió en WhatsApp. Llega a casa diciendo: “¡No quiero volver al cole nunca más!”. Su padre le dice: “No exageres”. En lugar de calmarlo, eso lo hace sentir más solo. Lo que necesita es: “Entiendo que estés dolido. ¿Te gustaría contarme qué pasó?”.
    Testimonio
    “Cuando empecé a validar lo que sentía mi hija en lugar de minimizarlo, noté que dejó de gritar y empezó a hablar. No fue magia, fue sentir que yo ya no estaba contra ella, sino con ella.”
    — Andrés, padre de una adolescente de 16 años.

    2. Nombrar lo que sienten

    Cuando les ayudamos a poner palabras a sus emociones, fortalecemos su regulación interna.
    Ejemplo
    Sofía, de 16 años, se pone a llorar cuando su grupo de amigas hace un plan sin ella. En lugar de decirle “no llores por eso”, su madre le dice: “Debe doler sentirse excluida. ¿Quieres hablarlo?”. Eso genera seguridad emocional

    3. Aceptar el “ni niño ni adulto”

    Quieren autonomía, pero aún necesitan guía. Este equilibrio es complejo y delicado.

    Ejemplo
    Pedro, de 17 años, quiere irse de viaje con amigos por primera vez. Su madre, con miedo, en lugar de negarse rotundamente, dice: “Hablemos de cómo podrías hacerlo de forma responsable. Me preocupa tu seguridad, pero quiero confiar en ti”.

    Testimonio
    “Me resistí mucho al primer permiso para que saliera de noche. Pero cuando lo hablamos juntos, le propuse acuerdos en lugar de imponerle normas. Hoy, cuando sale, me manda mensajes por decisión propia. Nunca pensé que llegaría a eso.”
    — Laura, madre de un chico de 17 años.

     

    ¿Y nosotros, qué?

    Muchos adultos educamos desde lo que aprendimos: obediencia, castigos, silencios. Pero este mundo ya no es el mismo. Hoy los adolescentes se comparan constantemente en redes sociales, lidian con ansiedad escolar, se sienten desbordados… y no siempre saben cómo pedir ayuda.

    Educar hoy implica actualizarnos emocionalmente

    Testimonio
    “Mi hija me dijo una vez: ‘No quiero que me resuelvas el problema, quiero que me escuches’. Me dolió, pero fue una bofetada de realidad. Desde entonces, intento estar más presente, no más perfecta.”
    — Cecilia, madre de una adolescente de 15 años.

    Ejemplo
    Ana, madre de tres hijos, dice en consulta: “Me doy cuenta de que repito con mi hija las frases que me decía mi madre, pero luego me siento culpable”. Empezó a respirar antes de contestar, a pedir perdón cuando se equivocaba. Notó que su hija empezó a acercarse más.

    Ser madre o padre de hoy: más humanos, más presentes, más reales

    Nuestros adolescentes necesitan adultos que los miren con respeto, no con juicio. Que no interpreten su silencio como desinterés, ni su irritabilidad como mala educación.

    Ejemplo
    Cuando Tomás, de 13 años, contestó con brusquedad, su padre optó por no responder desde el enfado. Más tarde le dice: “No me gustó cómo me hablaste antes. ¿Te pasa algo? Estoy aquí si necesitas hablar”. A la noche, Tomás se acercó a su padre. A su manera, estaba pidiendo ayuda.

    Testimonio
    “La adolescencia me obligó a revisar mis formas, mi paciencia, mis heridas. Es duro, pero también hermoso ver cómo, cuando me muestro vulnerable, mi hijo baja la guardia también.”
    — Marcos, padre de un adolescente de 14 años.

    Educar hoy con las fórmulas de hoy

    Educar no se trata de tener razón, sino de construir un vínculo sano con nuestros/as hijos/as.
    Nuestros adolescentes no necesitan adultos perfectos, sino adultos presentes y disponibles emocionalmente. Que sepan decir: “No sé lo que te pasa, pero quiero entenderte”.

    Y que comprendan que educar no es controlar</strong”>. Es acompañar el crecimiento en un mundo complejo, con amor firme, presencia real y mucha humanidad.

    ¿Qué significa estar disponible emocionalmente?

    Muchas madres y padres sienten culpa por no poder estar todo el tiempo con sus hijos/as adolescentes. Jornadas laborales largas, responsabilidades familiares o económicas, incluso enfermedades u obligaciones que no pueden evitar. Pero estar disponible emocionalmente no es lo mismo que estar disponible físicamente a todas horas.

    Un padre o una madre puede pasar todo el día en casa y no estar disponible emocionalmente si cada vez que su hijo/a se acerca está con el móvil, contesta con monosílabos o evita el conflicto. En cambio, un padre o una madre que llega a casa a las ocho de la noche, pero se sienta cinco minutos sin pantalla, con la intención de escuchar y conectar con su hijo/a, está emocionalmente presente.

    Ejemplo
    Carolina trabaja doble jornada. Sabe que no puede recoger a su hija del instituto ni estar en sus tardes de estudio. Sin embargo, al final del día, se sienta con ella y le pregunta: “¿Qué fue lo mejor y lo peor de tu día?”. A veces la hija responde poco, a veces mucho. Pero sabe que su madre está ahí. Eso crea un puente, aunque el tiempo sea escaso.

    Testimonio
    “Yo pensaba que debía estar todo el día con mi hijo para que sintiera mi amor. Pero cuando comprendí que lo importante era cómo estaba emocionalmente cuando él me necesitaba, solté mucha culpa. Aprendí a mirar, escuchar y validar, aunque solo tuviera 15 minutos por la noche.”
    — Miriam, madre de un chico de 13 años.

    Estar disponibles emocionalmente implica:

    • Mostrar interés real cuando nos hablan, aunque sea un tema trivial.>
    • Aceptar sus emociones sin minimizar (“no es para tanto”) ni anular (“eso no es importante”).
    • Dar espacio cuando lo piden, pero también mostrar que seguimos cerca.
    • Estar dispuestos a reparar cuando cometemos errores, pidiendo “perdón” o diciendo “me equivoqué”.

    Ejemplo:
    Una madre que trabaja fuera de casa deja una nota a su hija adolescente cada mañana: “Te quiero. Estoy pensando en ti. Estoy aquí si me necesitas.” La hija, aunque no lo comente, la guarda. Esas pequeñas acciones construyen el apego emocional seguro.

    No se trata de hacerlo perfecto, sino de que sientan que estamos ahí con ellos, aunque no estemos todo el tiempo junto a ellos.

     

     

    Estamos aquí para ayudarte.

    Pide cita:

    Rellena nuestro formulario

    Para mantenerte informado/a de todos nuestros artículos, síguenos en Instagram.

    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • Terapia sistémica: mirando más allá del individuo para entender el cambio

    Terapia sistémica: mirando más allá del individuo para entender el cambio

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

    Terapias

    Terapia Adultos

    TERAPIA DE PAREJA

    TERAPIA FAMILIAR

    TERAPIA PARA ADOLESCENTES

    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

    Un plan adaptado a ti

    Diseñamos tratamientos personalizados que se ajustan a tus necesidades y objetivos. Contigo, trazamos el camino hacia tu bienestar.

    Cerca de ti, presencial u online

    Te acompañamos donde estés, con la misma cercanía y calidad, ya sea en nuestras consultas o desde la comodidad de tu hogar.

    Profesionales especializados para cada necesidad

    Contamos con un equipo diverso y altamente cualificado, preparado para ofrecerte el apoyo que necesitas en cada etapa de tu vida.

    Nuestros pacientes nos avalan

    Cada historia de mejora y bienestar nos motiva a seguir creciendo. Sus testimonios son nuestra mayor recompensa.

    Tus Psicólogas

    pedir cita

    Da el primer paso hacia tu bienestar. Rellena el formulario y nos pondremos en contacto contigo lo antes posible.

    Nuestro Blog

CONÓCENOS
TERAPIAS
TRATAMIENTOS
PARA PSICÓLOGOS
TARIFAS
BLOG

CONTACTO

Centro de Psicología
Sandra Ribeiro

C. Puerto de los Leones, 1
3° planta, oficina 315
Majadahonda, Madrid

644 633 100
contacto@sandraribeiro.es