Author: Cristina Rejas

  • Nuestro Centro impulsa la contratación de personas jóvenes de la mano de la Comunidad de Madrid

    ESTE ES TU PRIMER PASO

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

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    ¿Cómo trabajamos?

    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

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  • El poder de la resiliencia: Cómo superar los desafíos emocionales

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  • Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    ¿Alguna vez has sentido que tu entorno va a cámara lenta y que tú funcionas en otra velocidad? Quizá en una reunión de trabajo ya vislumbraste la solución al problema antes de que los demás terminaran de plantearlo, o notas que tu mente nunca se apaga, siempre saltando de un pensamiento a otro. Tal vez un momento estás entusiasmado con una idea y al siguiente te desanimas por un comentario ajeno. Tener altas capacidades intelectuales (lo que tradicionalmente se llamaba ser “superdotado”) no es nada fácil. A pesar del mito de que las personas con un coeficiente intelectual alto lo tienen todo más sencillo –que su talento les permite triunfar sin esfuerzo–, la realidad es más compleja. Las altas capacidades no te hacen un genio omnipotente; simplemente implican una forma diferente de pensar y percibir el mundo. Y esa diferencia, aunque llena de potencial, a veces puede hacerte sentir fuera de sincronía con los demás.

    Una mente en modo rápido

    Desde pequeño es posible que hayas destacado por tu curiosidad insaciable y tu rapidez para aprender. Quienes tienen altas capacidades suelen mostrar una capacidad de análisis y de asociación de ideas fuera de lo común. Absorbes la información y detectas patrones donde otros no ven nada, y si algo te interesa de verdad, puedes concentrarte en ello durante horas hasta parecer obsesivo.
    ¿El problema? Cuando la actividad no te supone un reto, es casi seguro que te aburres. En el colegio quizá terminabas los ejercicios años por delante de tus compañeros, y luego venían interminables períodos de “inactividad forzada” haciendo tareas repetitivas que te provocaban tedio profundo. En el mundo adulto pasa algo parecido: en un trabajo poco estimulante o rutinario, la impaciencia y el enfado pueden hacer acto de presencia si no hay suficiente desafío intelectual. Tu jefe explica algo por enésima vez y tú piensas: “¡ya lo pillé, vamos al grano!”. Es esa sensación de estar siempre un paso (o diez) por delante.

    No es solo cuestión de velocidad, sino de estilo de pensamiento. Tu mente puede ser como un árbol frondoso, con muchas ramas de ideas brotando a la vez . Comienzas enfocándote en algo, pero enseguida saltas a otra cosa, y luego a otra, en una cascada imparable de pensamientos. Esta hiperactividad mental es apasionante, pero también puede ser agotadora. Con tantos estímulos internos, a veces te cuesta mantener la concentración en una sola tarea. Puede que incluso te hayan tildado de despistado o que alguna vez algún profesional sugiriera si tenías TDAH, cuando en realidad tu atención simplemente se dispara hacia donde encuentra interés. Si algo no te motiva, desconectas; si te apasiona, te hiperfocalizas.

    Otra consecuencia de esa voracidad mental es la dificultad para “parar la máquina”. Quizá te cuesta relajarte porque tu cerebro sigue encendido hasta altas horas de la noche, enganchado hilando ideas o dándole vueltas a mil cuestiones. Este sobrepensar es común en personas de altas capacidades y puede derivar en estrés o ansiedad si no aprendes a gestionarlo. A veces desearías tener un botón de off para tu cabeza. Irónicamente, también puedes pecar de lo contrario: dejar proyectos a medias en cuanto les has “sacado todo el jugo”. Muchas personas con altas capacidades confiesan que, después del subidón inicial de aprender algo nuevo o emprender un proyecto, pierden el interés una vez dominado lo esencial y se lanzan a otra cosa. Esto puede dar la impresión de inconstancia, cuando en realidad se trata de esa sed de nuevos estímulos e ideas.

    Al final del día, vivir con una mente tan rápida significa que a menudo el mundo se te antoja lento. Como resume la psicóloga María Gómez, es como “tener que vivir en un mundo que va dolorosamente lento para una persona con una mente excepcionalmente rápida” . Esa sensación puede ser tan frustrante como lo imaginas: quieres que todo y todos aceleren, pero el mundo sigue con su ritmo… y tú debes encontrar la manera de coexistir con esa diferencia.

    Emociones intensas a flor de piel

    Si lo cognitivo va a mil, las emociones tampoco se quedan atrás. Lejos del estereotipo frío del “cerebrito”, muchas personas con altas capacidades sienten todo en alta intensidad. Tienen una hipersensibilidad emocional marcada: pueden emocionarse o afectarse profundamente por situaciones que a otros apenas inquietan. Tal vez te han dicho “¡no exageres!” porque lloras con una película, o te conmueves con una canción, o te indignas ante una injusticia lejana. No es que seas dramático; es que tu umbral emocional es diferente. De hecho, estudios clásicos de la psicóloga Leta Hollingworth encontraron que hasta el 90% de los niños superdotados presentan una sensibilidad muy alta, experimentando el mundo de forma más intensa en lo sensorial, emocional y social. Esa gran sensibilidad puede ser un don –te permite percibir bellezas y matices que otros pasan por alto– pero también una carga: te hace más vulnerable al estrés, la ansiedad y la sobrestimulación cuando tu entorno no comprende ni atiende esa intensidad.

    ¿Te molestan ruidos que nadie más nota? ¿Te agobian las multitudes, las luces fuertes o ciertas texturas de ropa? No es imaginación tuya: es parte de esa sensibilidad aumentada que a menudo acompaña a las altas capacidades. Te sobrecargas sensorialmente con facilidad; por ejemplo, un centro comercial un sábado puede dejarte exhausto. A nivel emocional, vives con el “volumen” subido. La empatía es un rasgo destacado: quizás percibes al instante el estado de ánimo de quienes te rodean y casi sientes el dolor ajeno como propio. Esto puede llevarte a sufrir mucho por las desgracias de otros o por las injusticias del mundo, a tal punto que es como si cargaras con el peso del mundo en los hombros. Mientras los demás comentan una tragedia lejana y al rato siguen con su día, tú te quedas rumiando, con el corazón encogido, preguntándote ¿por qué nadie más se inmuta?.

    Además de la empatía, probablemente tienes un agudo sentido ético. Las personas de altas capacidades suelen poseer una fuerte brújula moral y un gran sentido de la justicia. Esto significa que te cuesta mucho aceptar las arbitrariedades o las “mentiras a medias” del día a día. Si algo va contra tus valores, lo sientes intensamente: enfado, tristeza, frustración. Y si eres además altamente sensible, los conflictos o enfrentamientos no solo te disgustan, sino que pueden alterarte profundamente a nivel físico (taquicardia, nudo en el estómago, ganas de llorar). Por eso, a veces prefieres evitar decir lo que piensas para no generar discusiones que luego te dejen temblando. Te vuelves más callado de lo que en realidad querrías, autocensurándote para protegerte.

    También es común en personas con AACC una tendencia a la reflexión existencial. Desde joven quizá te has hecho las “grandes preguntas” sobre la vida, la muerte, el sentido (o sinsentido) de todo esto. Esa profundidad de pensamiento, sumada a la lucidez con la que analizas el mundo, a veces puede traducirse en una especie de melancolía o tristeza existencial. No es depresión clínica en sí misma (aunque puede confundirse), sino una sensación de vacío o de dolor por la lucidez. Ves las injusticias, la fragilidad de la vida, la hipocresía social, y te afecta más de lo que quisieras. Algunos autores lo llaman “depresión existencial del superdotado” – no porque estés condenado a ella, sino porque es una reacción comprensible de una mente preocupada por los grandes temas en un mundo que a veces parece superficial. Puede que desde niño te hayas sentido un poco mayor que tu edad en este sentido, cargando con preguntas y preocupaciones que ningún compañero compartía.

    La soledad de sentirse diferente

    Con todo lo anterior, no es sorprendente que a menudo te hayas sentido solo o alienígena en medio de la gente. Crecer y vivir con altas capacidades a veces equivale a sentirse como un extranjero en tu propio mundo. Es esa sensación de no encajar del todo, de que las conversaciones triviales te aburren pero si sacas tus temas apasionantes “no hablas el mismo idioma” que los demás. Desde siempre tal vez arrastras una soledad existencial difícil de explicar, “como un eco sordo” que te acompaña desde la niñez. Te ha costado encontrar a otros como tú, personas con quienes compartir esas inquietudes intensas o ese humor peculiar que otros no entienden . Es posible que con el tiempo incluso te resignaras a sentirte solo entre la multitud , pensando que eras el raro, el incomprendido.

    Muchas personas con altas capacidades aprenden a disimular para encajar. Como nos cuenta la psicóloga María Gutiérrez, muchos adultos superdotados sienten vergüenza de identificarse así porque les suena a creerse superiores, y arrastran historias de rechazo o burlas en la infancia por ser “el listo de la clase”. Así que, igual que una persona muy alta intenta encorvarse para no destacar, alguien con altas capacidades a menudo se encoge metafóricamente: oculta sus ideas, finge que no sabe tanto, se queda callado en grupo aunque por dentro tenga mil cosas que decir . Todo para no desentonar ni despertar envidias o críticas. Quizá te has sorprendido a ti mismo rebajando tu entusiasmo o fingiendo que no entendiste un chiste cuando en realidad ya pensaste tres remates mejores, solo para no parecer pedante. Es un mecanismo de protección: has aprendido que destacar puede traer aislamiento o comentarios despectivos, así que prefieres pasar desapercibido. El problema es que, al callar y guardarte tanto, esa riqueza interior no desaparece: simplemente se vuelve contra ti. Puede traducirse en rabia acumulada, en tristeza, o en sentir que nadie te conoce de verdad porque nunca muestras tu yo completo .

    En las relaciones personales, esta brecha se nota. Hacer amigos puede haber sido difícil en distintos momentos de tu vida. No es que no quieras compañía, al contrario: anhelas conexiones profundas, conversaciones significativas, compartir intereses y sueños. Pero muchas veces te has topado con incomprensión. En la pareja, por ejemplo, es común que surja un desajuste si tu media naranja no logra entender tu forma particular de pensar y sentir. Puede que te digan “es que no te entiendo” o “no sé por qué te complicas tanto”, lo cual duele porque ataca justo esa parte esencial de ti. A largo plazo, esta falta de sintonía intelectual o emocional puede generar distancia e incluso ruptura si no se aborda con comunicación y empatía. Y en la amistad igual: quizás te ha costado encontrar grupos donde realmente encajes, donde puedas hablar tanto de las últimas noticias científicas como de la película de moda, y sentir que los demás te siguen el ritmo.

    Con el tiempo, el autoaislamiento se vuelve una tentación: mejor solo que mal acompañado, podrías pensar. Hay adultos con altas capacidades que, tras repetidos intentos fallidos de pertenencia, optan por la soledad antes que la incomprensión. Sin embargo, ese aislamiento autoimpuesto no deja de ser doloroso. En el fondo, deseas conectar, pertenecer sin dejar de ser tú mismo. Deseas poder mostrar tu entusiasmo sin miedo, que alguien diga “¡yo también pienso eso!”. Cuando eso no ocurre fácilmente, la soledad se magnifica. Tareas sociales comunes como “hacer amigos” o “encajar en un equipo de trabajo” pueden resultarte excepcionalmente complicadas . Te sientes raro, los demás quizás te ven raro, y ese círculo vicioso refuerza la idea de que eres un bicho raro. Pero déjame decirte algo importante: no lo eres. O al menos, no eres el único. Hay más personas como tú, aunque cueste encontrarlas, viviendo esas mismas experiencias de sentirse fuera de lugar. Saber eso ya es un pequeño alivio: comprender que tu diferencia es real pero compartida por otros, y que tiene un nombre (altas capacidades), puede ayudarte a quitarte de encima la pesada losa de la culpa o la rareza personal.

    Desafíos cotidianos: trabajo, relaciones y sobrepensar

    En el día a día, llevar esta “mochila” de altas capacidades trae retos muy concretos. Por ejemplo, en el ámbito laboral. A pesar de que muchos esperarían que una persona muy inteligente tuviera un camino profesional brillante, la realidad es que a veces te cuesta encontrar tu lugar en las estructuras convencionales. Si el trabajo es demasiado rutinario, te aburres y pierdes motivación rápidamente. Si es interesante pero el entorno es rígido o poco innovador, te sientes sofocado. Puedes haber pasado por múltiples empleos o incluso reinvenciones profesionales buscando ese sitio donde puedas aportar todo tu potencial. De hecho, es común que las personas con altas capacidades tengan currículos “atípicos”, con varios giros, formaciones diversas o cambios de trabajo frecuentes. Desde fuera, alguien de recursos humanos podría ver eso y pensar que eres inestable, cuando en realidad estás persiguiendo el match adecuado entre tus múltiples intereses y el trabajo. La multipotencialidad (tener muchas pasiones y habilidades) es un arma de doble filo: por un lado, hace que puedas desempeñarte en campos distintos con éxito; por otro, elegir una sola carrera o permanecer años en el mismo puesto puede sentirse asfixiante. “Has estudiado tantas cosas y probado tantos trabajos que acabas sintiéndote inútil, sin encontrar tu sitio, mientras el resto parece seguir un camino trazado” decía un testimonio, reflejando esa frustración. Incluso con un trabajo “bueno” en apariencia, quizás sientes que no encajas del todo y que te estás conformando con menos de lo que podrías dar.

    Las relaciones con jefes y compañeros también pueden ser complicadas. Tu sentido crítico y tu honestidad podrían haber chocado con alguna jerarquía. Si ves que algo no tiene lógica o podría mejorarse, te cuesta morderte la lengua y seguir órdenes sin más. Tiendes a cuestionar lo establecido si carece de sentido, y no soportas la frase “siempre se ha hecho así” como justificación. Esto, aunque suele ser con buena intención (buscar la mejora), a veces no es bien recibido. Puede que hayas experimentado roces por imponer sin querer tu criterio, simplemente porque estabas muy seguro de tu idea y no entendías por qué los demás no la veían tan clara. A eso súmale que te irrita la ineficiencia: reuniones eternas para decidir minucias, procesos burocráticos absurdos… en tu cabeza gritabas “¡vamos, avancemos!” y te costaba disimular la impaciencia. Trabajar en equipo puede volverse un desafío si sientes que el equipo va a paso de tortuga o no comparte tu nivel de compromiso. No es que falte humildad de tu parte; es una diferencia de ritmos y perspectivas. Algunas personas con AACC se desenvuelven mejor en trabajos más independientes, donde pueden “ir a su bola” y gestionar su tiempo y métodos a su manera. Otras, sin embargo, disfrutan trabajando en grupo siempre que el grupo sea estimulante y –ejem– tal vez liderado por ellas (no es raro que quienes tienen altas capacidades asuman roles de liderazgo, formal o informalmente, porque ven cómo coordinar mejor las cosas).

    En el terreno personal y emocional, otro gran desafío suele ser la autoexigencia. Eres probablemente tu peor crítico. La combinación de perfeccionismo y alta autocrítica típica en las personas con altas capacidades puede conducirte al síndrome del impostor: por muy bien que hagas algo, siempre encuentras defectos, siempre crees que no es para tanto o que “te sobrestiman” . Puedes volverte intolerante a tus propios fallos, al mínimo error, y eso en vez de impulsarte muchas veces te paraliza. ¿Te suena dedicarle muchísimo tiempo a un trabajo o proyecto porque sientes que nunca queda perfecto? Esa parálisis por análisis es común: «los adultos con altas capacidades suelen ser perfeccionistas (a veces hasta la parálisis)» señala el psicólogo Federico F. Gil. Este nivel de exigencia autoimpuesta mina tu autoestima, porque es como perseguir un horizonte que siempre se aleja. Irónicamente, desde fuera puede haber también la expectativa de que “como eres tan listo, no puedes equivocarte”, lo que añade presión externa a la interna. Es una doble losa: la sociedad espera excelencia constante de ti y tú mismo no te permites menos. Resultado: estrés, miedo al fracaso y una sensación de nunca ser suficiente.

    Esta dinámica puede desembocar en episodios de ansiedad o depresión. No porque las altas capacidades en sí sean un trastorno (¡para nada!), sino porque sentirse diferente y rechazado repetidamente lleva a pensar que el problema está en uno mismo. Si durante años te han hecho sentir “el raro” o has tenido dificultades para encajar, es lógico que se hayan generado inseguridades. Muchos adultos con altas capacidades cargan con heridas emocionales de su infancia o adolescencia: bullying, incomprensión familiar o escolar, fracasos en relaciones… Todo eso puede dejar cicatrices en forma de fobias sociales, ansiedad crónica o tristeza latente. A veces, incluso, en la búsqueda de aliviar ese malestar, algunas personas pueden caer en conductas de riesgo (abusar de alcohol, por ejemplo, para “anestesiar” la mente, o engancharse a algo que les abstraiga). No es que vaya a pasarte obligatoriamente, pero es un recordatorio de que la salud mental puede resentirse cuando vives tanto tiempo sintiendo que no encajas.

    Llegados a este punto, podrías preguntarte: ¿Entonces todo es negativo? ¿Estoy condenado a una vida de frustración?
    La respuesta es no, para nada.
    Sí, hemos pintado un panorama con muchas aristas dolorosas, porque es importante validarlas y reconocerlas. Pero las altas capacidades también traen alegrías intensas, creatividad desbordante, humor ingenioso y capacidad de maravillarte con el mundo. Seguramente has vivido momentos de “flow” increíbles, en los que tu mente rápida resolvió un problema complejo en un santiamén o en los que conectaste ideas de forma tan original que encontraste soluciones únicas. Tal vez disfrutas enormemente de tus hobbies (música, arte, ciencia, juegos, lo que sea) con una pasión contagiosa. Muchas personas con AACC ven belleza donde otros no, aprecian los pequeños detalles cotidianos, experimentan placer intelectual descubriendo cosas nuevas y tienen un sentido del humor muy agudo (aunque a veces los chistes solo los pilles tú, y eso también tiene su gracia). En resumen, no todo es un problema: tu forma de ser tiene un montón de luces además de sombras. El objetivo es aprender a manejar esas sombras para que las luces brillen plenamente.

    Entenderte mejor y buscar apoyo

    El primer paso para convertir lo que a veces sientes como desventaja en una ventaja es reconocer y aceptar tus altas capacidades . Puede sonar obvio, pero muchos adultos pasan media vida sin ponerle nombre a eso que les pasa, culpándose por sentirse como se sienten. Darte cuenta de que, oye, no estás roto ni eres un bicho raro, sino que tienes un perfil cognitivo-emocional distinto, puede ser liberador. Entender que el aburrimiento que sientes cuando el mundo va lento, o esa intensidad emocional, forman parte de quién eres, te ayudará a dejar de verlo como un fallo. A partir de ahí, puedes aprender estrategias para manejarlo. Piensa que así como un atleta de alto rendimiento necesita entrenamiento especializado, una “mente de alto rendimiento” también puede beneficiarse de guía y apoyo especializados.

    Aquí es donde entra en juego la posibilidad de buscar ayuda profesional. Esto no significa ni mucho menos que estés enfermo o que haya algo mal contigo. Significa simplemente que a veces un psicólogo/a con experiencia en altas capacidades puede darte herramientas valiosas. Muchos adultos con altas capacidades descubren que trabajar la parte emocional y de gestión de sus pensamientos resulta determinante para su bienestar. Un terapeuta que entienda este perfil puede ayudarte a desenredar ese ovillo de sobrepensamiento, a rebajar ese crítico interno implacable, y a encontrar maneras de comunicarte con los demás sin sentir que hablas en otro idioma. También puede ayudarte a sanar esas heridas de la infancia (el sentimiento de no encajar, las inseguridades acumuladas) para que dejen de frenarte en tu vida presente.

    Además del apoyo individual, buscar comunidad puede marcar la diferencia. Hoy en día existen grupos, foros y asociaciones de personas adultas con altas capacidades donde, por primera vez, muchos dicen “¡por fin alguien que me entiende!”. Compartir experiencias con pares puede aliviar mucho esa soledad interna. No se trata de hacer un club exclusivo ni de alimentar el ego; se trata de sentir pertenencia y comprensión mutua, que es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos. Si no conoces a nadie en persona, incluso leer libros o blogs sobre el tema (como este) ya te puede brindar ese efecto espejo: reconocer en las palabras de otros rasgos y vivencias que creías únicas de ti. Verás que hay todo un vocabulario y conocimiento desarrollado en torno a las altas capacidades en la vida adulta, lo cual legitima lo que sientes.

    También es importante destacar que una evaluación psicológica completa no solo sirve para detectar las altas capacidades, sino que también permite identificar otras posibles dificultades o condiciones que pueden estar presentes y afectar al desarrollo emocional y cognitivo. Contar con un diagnóstico integral facilita orientar mejor la intervención y el apoyo necesario para que la persona pueda desarrollarse de forma saludable y plena.

    En última instancia, tú mereces vivir plenamente con tus particularidades. No tienes que resignarte a la amargura ni a la apatía. Como muchas personas de altas capacidades descubren, con la orientación correcta aquello que antes te hacía tropezar puede convertirse en tu fortaleza. Esa imaginación desbordante, canalizada, te hará crear proyectos maravillosos. Esa sensibilidad te permitirá disfrutar de la belleza y empatizar profundamente con quienes amas. Esa mente rápida te dará soluciones brillantes y te hará destacar en lo que verdaderamente te motive. El camino no siempre es sencillo –habrá que desaprender la vergüenza, ajustar expectativas y practicar mucha auto-compasión– pero vale la pena. No estás solo en esto, aunque a veces lo hayas sentido así. Hay profesionales, comunidades y recursos dedicados justamente a acompañar a personas como tú en este viaje de autodescubrimiento y crecimiento.

    Si te has visto reflejado en estas líneas, quizás hayas comenzado a sospechar que el mundo te parece lento porque tu mente va rápido. Permítete sentir alivio por entenderte mejor y, si lo consideras oportuno, da el siguiente paso: infórmate más, habla con gente de confianza o busca apoyo especializado. Tu bienestar intelectual y emocional lo merece. Al fin y al cabo, tener altas capacidades es solo una forma distinta de ser humano – con sus retos, sí, pero también con un enorme potencial de disfrute, creatividad y aportación a los demás. Se trata de aprender a vivir a tu propio ritmo sin que el mundo te pese tanto, y de encontrar tu sitio, ese en el que puedas ser tú mismo sin la necesidad de frenarte constantemente. No estás solo, y no estás condenado a ir desincronizado para siempre. Con comprensión y apoyo, podrás convertir esa velocidad extra en tu aliada y vivir una vida más plena y auténtica, a tu manera. Y quizás descubras que, después de todo, el mundo no es tan lento – o que tú puedes aportarle un poco de tu velocidad para hacerlo avanzar. ¡Ánimo en el camino!

    En nuestra clínica estamos aquí para ayudarte a comprenderte, a sanar y a construir una vida más alineada con quien eres. Escríbenos y empieza tu proceso de forma segura y respetuosa.

     

     

  • Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    Altas capacidades: cuando el mundo te parece lento

    ¿Alguna vez has sentido que tu entorno va a cámara lenta y que tú funcionas en otra velocidad? Quizá en una reunión de trabajo ya vislumbraste la solución al problema antes de que los demás terminaran de plantearlo, o notas que tu mente nunca se apaga, siempre saltando de un pensamiento a otro. Tal vez un momento estás entusiasmado con una idea y al siguiente te desanimas por un comentario ajeno. Tener altas capacidades intelectuales (lo que tradicionalmente se llamaba ser “superdotado”) no es nada fácil. A pesar del mito de que las personas con un coeficiente intelectual alto lo tienen todo más sencillo –que su talento les permite triunfar sin esfuerzo–, la realidad es más compleja. Las altas capacidades no te hacen un genio omnipotente; simplemente implican una forma diferente de pensar y percibir el mundo. Y esa diferencia, aunque llena de potencial, a veces puede hacerte sentir fuera de sincronía con los demás.

    Una mente en modo rápido

    Desde pequeño es posible que hayas destacado por tu curiosidad insaciable y tu rapidez para aprender. Quienes tienen altas capacidades suelen mostrar una capacidad de análisis y de asociación de ideas fuera de lo común. Absorbes la información y detectas patrones donde otros no ven nada, y si algo te interesa de verdad, puedes concentrarte en ello durante horas hasta parecer obsesivo.
    ¿El problema? Cuando la actividad no te supone un reto, es casi seguro que te aburres. En el colegio quizá terminabas los ejercicios años por delante de tus compañeros, y luego venían interminables períodos de “inactividad forzada” haciendo tareas repetitivas que te provocaban tedio profundo. En el mundo adulto pasa algo parecido: en un trabajo poco estimulante o rutinario, la impaciencia y el enfado pueden hacer acto de presencia si no hay suficiente desafío intelectual. Tu jefe explica algo por enésima vez y tú piensas: “¡ya lo pillé, vamos al grano!”. Es esa sensación de estar siempre un paso (o diez) por delante.

    No es solo cuestión de velocidad, sino de estilo de pensamiento. Tu mente puede ser como un árbol frondoso, con muchas ramas de ideas brotando a la vez . Comienzas enfocándote en algo, pero enseguida saltas a otra cosa, y luego a otra, en una cascada imparable de pensamientos. Esta hiperactividad mental es apasionante, pero también puede ser agotadora. Con tantos estímulos internos, a veces te cuesta mantener la concentración en una sola tarea. Puede que incluso te hayan tildado de despistado o que alguna vez algún profesional sugiriera si tenías TDAH, cuando en realidad tu atención simplemente se dispara hacia donde encuentra interés. Si algo no te motiva, desconectas; si te apasiona, te hiperfocalizas.

    Otra consecuencia de esa voracidad mental es la dificultad para “parar la máquina”. Quizá te cuesta relajarte porque tu cerebro sigue encendido hasta altas horas de la noche, enganchado hilando ideas o dándole vueltas a mil cuestiones. Este sobrepensar es común en personas de altas capacidades y puede derivar en estrés o ansiedad si no aprendes a gestionarlo. A veces desearías tener un botón de off para tu cabeza. Irónicamente, también puedes pecar de lo contrario: dejar proyectos a medias en cuanto les has “sacado todo el jugo”. Muchas personas con altas capacidades confiesan que, después del subidón inicial de aprender algo nuevo o emprender un proyecto, pierden el interés una vez dominado lo esencial y se lanzan a otra cosa. Esto puede dar la impresión de inconstancia, cuando en realidad se trata de esa sed de nuevos estímulos e ideas.

    Al final del día, vivir con una mente tan rápida significa que a menudo el mundo se te antoja lento. Como resume la psicóloga María Gómez, es como “tener que vivir en un mundo que va dolorosamente lento para una persona con una mente excepcionalmente rápida” . Esa sensación puede ser tan frustrante como lo imaginas: quieres que todo y todos aceleren, pero el mundo sigue con su ritmo… y tú debes encontrar la manera de coexistir con esa diferencia.

    Emociones intensas a flor de piel

    Si lo cognitivo va a mil, las emociones tampoco se quedan atrás. Lejos del estereotipo frío del “cerebrito”, muchas personas con altas capacidades sienten todo en alta intensidad. Tienen una hipersensibilidad emocional marcada: pueden emocionarse o afectarse profundamente por situaciones que a otros apenas inquietan. Tal vez te han dicho “¡no exageres!” porque lloras con una película, o te conmueves con una canción, o te indignas ante una injusticia lejana. No es que seas dramático; es que tu umbral emocional es diferente. De hecho, estudios clásicos de la psicóloga Leta Hollingworth encontraron que hasta el 90% de los niños superdotados presentan una sensibilidad muy alta, experimentando el mundo de forma más intensa en lo sensorial, emocional y social. Esa gran sensibilidad puede ser un don –te permite percibir bellezas y matices que otros pasan por alto– pero también una carga: te hace más vulnerable al estrés, la ansiedad y la sobrestimulación cuando tu entorno no comprende ni atiende esa intensidad.

    ¿Te molestan ruidos que nadie más nota? ¿Te agobian las multitudes, las luces fuertes o ciertas texturas de ropa? No es imaginación tuya: es parte de esa sensibilidad aumentada que a menudo acompaña a las altas capacidades. Te sobrecargas sensorialmente con facilidad; por ejemplo, un centro comercial un sábado puede dejarte exhausto. A nivel emocional, vives con el “volumen” subido. La empatía es un rasgo destacado: quizás percibes al instante el estado de ánimo de quienes te rodean y casi sientes el dolor ajeno como propio. Esto puede llevarte a sufrir mucho por las desgracias de otros o por las injusticias del mundo, a tal punto que es como si cargaras con el peso del mundo en los hombros. Mientras los demás comentan una tragedia lejana y al rato siguen con su día, tú te quedas rumiando, con el corazón encogido, preguntándote ¿por qué nadie más se inmuta?.

    Además de la empatía, probablemente tienes un agudo sentido ético. Las personas de altas capacidades suelen poseer una fuerte brújula moral y un gran sentido de la justicia. Esto significa que te cuesta mucho aceptar las arbitrariedades o las “mentiras a medias” del día a día. Si algo va contra tus valores, lo sientes intensamente: enfado, tristeza, frustración. Y si eres además altamente sensible, los conflictos o enfrentamientos no solo te disgustan, sino que pueden alterarte profundamente a nivel físico (taquicardia, nudo en el estómago, ganas de llorar). Por eso, a veces prefieres evitar decir lo que piensas para no generar discusiones que luego te dejen temblando. Te vuelves más callado de lo que en realidad querrías, autocensurándote para protegerte.

    También es común en personas con AACC una tendencia a la reflexión existencial. Desde joven quizá te has hecho las “grandes preguntas” sobre la vida, la muerte, el sentido (o sinsentido) de todo esto. Esa profundidad de pensamiento, sumada a la lucidez con la que analizas el mundo, a veces puede traducirse en una especie de melancolía o tristeza existencial. No es depresión clínica en sí misma (aunque puede confundirse), sino una sensación de vacío o de dolor por la lucidez. Ves las injusticias, la fragilidad de la vida, la hipocresía social, y te afecta más de lo que quisieras. Algunos autores lo llaman “depresión existencial del superdotado” – no porque estés condenado a ella, sino porque es una reacción comprensible de una mente preocupada por los grandes temas en un mundo que a veces parece superficial. Puede que desde niño te hayas sentido un poco mayor que tu edad en este sentido, cargando con preguntas y preocupaciones que ningún compañero compartía.

    La soledad de sentirse diferente

    Con todo lo anterior, no es sorprendente que a menudo te hayas sentido solo o alienígena en medio de la gente. Crecer y vivir con altas capacidades a veces equivale a sentirse como un extranjero en tu propio mundo. Es esa sensación de no encajar del todo, de que las conversaciones triviales te aburren pero si sacas tus temas apasionantes “no hablas el mismo idioma” que los demás. Desde siempre tal vez arrastras una soledad existencial difícil de explicar, “como un eco sordo” que te acompaña desde la niñez. Te ha costado encontrar a otros como tú, personas con quienes compartir esas inquietudes intensas o ese humor peculiar que otros no entienden . Es posible que con el tiempo incluso te resignaras a sentirte solo entre la multitud , pensando que eras el raro, el incomprendido.

    Muchas personas con altas capacidades aprenden a disimular para encajar. Como nos cuenta la psicóloga María Gutiérrez, muchos adultos superdotados sienten vergüenza de identificarse así porque les suena a creerse superiores, y arrastran historias de rechazo o burlas en la infancia por ser “el listo de la clase”. Así que, igual que una persona muy alta intenta encorvarse para no destacar, alguien con altas capacidades a menudo se encoge metafóricamente: oculta sus ideas, finge que no sabe tanto, se queda callado en grupo aunque por dentro tenga mil cosas que decir . Todo para no desentonar ni despertar envidias o críticas. Quizá te has sorprendido a ti mismo rebajando tu entusiasmo o fingiendo que no entendiste un chiste cuando en realidad ya pensaste tres remates mejores, solo para no parecer pedante. Es un mecanismo de protección: has aprendido que destacar puede traer aislamiento o comentarios despectivos, así que prefieres pasar desapercibido. El problema es que, al callar y guardarte tanto, esa riqueza interior no desaparece: simplemente se vuelve contra ti. Puede traducirse en rabia acumulada, en tristeza, o en sentir que nadie te conoce de verdad porque nunca muestras tu yo completo .

    En las relaciones personales, esta brecha se nota. Hacer amigos puede haber sido difícil en distintos momentos de tu vida. No es que no quieras compañía, al contrario: anhelas conexiones profundas, conversaciones significativas, compartir intereses y sueños. Pero muchas veces te has topado con incomprensión. En la pareja, por ejemplo, es común que surja un desajuste si tu media naranja no logra entender tu forma particular de pensar y sentir. Puede que te digan “es que no te entiendo” o “no sé por qué te complicas tanto”, lo cual duele porque ataca justo esa parte esencial de ti. A largo plazo, esta falta de sintonía intelectual o emocional puede generar distancia e incluso ruptura si no se aborda con comunicación y empatía. Y en la amistad igual: quizás te ha costado encontrar grupos donde realmente encajes, donde puedas hablar tanto de las últimas noticias científicas como de la película de moda, y sentir que los demás te siguen el ritmo.

    Con el tiempo, el autoaislamiento se vuelve una tentación: mejor solo que mal acompañado, podrías pensar. Hay adultos con altas capacidades que, tras repetidos intentos fallidos de pertenencia, optan por la soledad antes que la incomprensión. Sin embargo, ese aislamiento autoimpuesto no deja de ser doloroso. En el fondo, deseas conectar, pertenecer sin dejar de ser tú mismo. Deseas poder mostrar tu entusiasmo sin miedo, que alguien diga “¡yo también pienso eso!”. Cuando eso no ocurre fácilmente, la soledad se magnifica. Tareas sociales comunes como “hacer amigos” o “encajar en un equipo de trabajo” pueden resultarte excepcionalmente complicadas . Te sientes raro, los demás quizás te ven raro, y ese círculo vicioso refuerza la idea de que eres un bicho raro. Pero déjame decirte algo importante: no lo eres. O al menos, no eres el único. Hay más personas como tú, aunque cueste encontrarlas, viviendo esas mismas experiencias de sentirse fuera de lugar. Saber eso ya es un pequeño alivio: comprender que tu diferencia es real pero compartida por otros, y que tiene un nombre (altas capacidades), puede ayudarte a quitarte de encima la pesada losa de la culpa o la rareza personal.

    Desafíos cotidianos: trabajo, relaciones y sobrepensar

    En el día a día, llevar esta “mochila” de altas capacidades trae retos muy concretos. Por ejemplo, en el ámbito laboral. A pesar de que muchos esperarían que una persona muy inteligente tuviera un camino profesional brillante, la realidad es que a veces te cuesta encontrar tu lugar en las estructuras convencionales. Si el trabajo es demasiado rutinario, te aburres y pierdes motivación rápidamente. Si es interesante pero el entorno es rígido o poco innovador, te sientes sofocado. Puedes haber pasado por múltiples empleos o incluso reinvenciones profesionales buscando ese sitio donde puedas aportar todo tu potencial. De hecho, es común que las personas con altas capacidades tengan currículos “atípicos”, con varios giros, formaciones diversas o cambios de trabajo frecuentes. Desde fuera, alguien de recursos humanos podría ver eso y pensar que eres inestable, cuando en realidad estás persiguiendo el match adecuado entre tus múltiples intereses y el trabajo. La multipotencialidad (tener muchas pasiones y habilidades) es un arma de doble filo: por un lado, hace que puedas desempeñarte en campos distintos con éxito; por otro, elegir una sola carrera o permanecer años en el mismo puesto puede sentirse asfixiante. “Has estudiado tantas cosas y probado tantos trabajos que acabas sintiéndote inútil, sin encontrar tu sitio, mientras el resto parece seguir un camino trazado” decía un testimonio, reflejando esa frustración. Incluso con un trabajo “bueno” en apariencia, quizás sientes que no encajas del todo y que te estás conformando con menos de lo que podrías dar.

    Las relaciones con jefes y compañeros también pueden ser complicadas. Tu sentido crítico y tu honestidad podrían haber chocado con alguna jerarquía. Si ves que algo no tiene lógica o podría mejorarse, te cuesta morderte la lengua y seguir órdenes sin más. Tiendes a cuestionar lo establecido si carece de sentido, y no soportas la frase “siempre se ha hecho así” como justificación. Esto, aunque suele ser con buena intención (buscar la mejora), a veces no es bien recibido. Puede que hayas experimentado roces por imponer sin querer tu criterio, simplemente porque estabas muy seguro de tu idea y no entendías por qué los demás no la veían tan clara. A eso súmale que te irrita la ineficiencia: reuniones eternas para decidir minucias, procesos burocráticos absurdos… en tu cabeza gritabas “¡vamos, avancemos!” y te costaba disimular la impaciencia. Trabajar en equipo puede volverse un desafío si sientes que el equipo va a paso de tortuga o no comparte tu nivel de compromiso. No es que falte humildad de tu parte; es una diferencia de ritmos y perspectivas. Algunas personas con AACC se desenvuelven mejor en trabajos más independientes, donde pueden “ir a su bola” y gestionar su tiempo y métodos a su manera. Otras, sin embargo, disfrutan trabajando en grupo siempre que el grupo sea estimulante y –ejem– tal vez liderado por ellas (no es raro que quienes tienen altas capacidades asuman roles de liderazgo, formal o informalmente, porque ven cómo coordinar mejor las cosas).

    En el terreno personal y emocional, otro gran desafío suele ser la autoexigencia. Eres probablemente tu peor crítico. La combinación de perfeccionismo y alta autocrítica típica en las personas con altas capacidades puede conducirte al síndrome del impostor: por muy bien que hagas algo, siempre encuentras defectos, siempre crees que no es para tanto o que “te sobrestiman” . Puedes volverte intolerante a tus propios fallos, al mínimo error, y eso en vez de impulsarte muchas veces te paraliza. ¿Te suena dedicarle muchísimo tiempo a un trabajo o proyecto porque sientes que nunca queda perfecto? Esa parálisis por análisis es común: «los adultos con altas capacidades suelen ser perfeccionistas (a veces hasta la parálisis)» señala el psicólogo Federico F. Gil. Este nivel de exigencia autoimpuesta mina tu autoestima, porque es como perseguir un horizonte que siempre se aleja. Irónicamente, desde fuera puede haber también la expectativa de que “como eres tan listo, no puedes equivocarte”, lo que añade presión externa a la interna. Es una doble losa: la sociedad espera excelencia constante de ti y tú mismo no te permites menos. Resultado: estrés, miedo al fracaso y una sensación de nunca ser suficiente.

    Esta dinámica puede desembocar en episodios de ansiedad o depresión. No porque las altas capacidades en sí sean un trastorno (¡para nada!), sino porque sentirse diferente y rechazado repetidamente lleva a pensar que el problema está en uno mismo. Si durante años te han hecho sentir “el raro” o has tenido dificultades para encajar, es lógico que se hayan generado inseguridades. Muchos adultos con altas capacidades cargan con heridas emocionales de su infancia o adolescencia: bullying, incomprensión familiar o escolar, fracasos en relaciones… Todo eso puede dejar cicatrices en forma de fobias sociales, ansiedad crónica o tristeza latente. A veces, incluso, en la búsqueda de aliviar ese malestar, algunas personas pueden caer en conductas de riesgo (abusar de alcohol, por ejemplo, para “anestesiar” la mente, o engancharse a algo que les abstraiga). No es que vaya a pasarte obligatoriamente, pero es un recordatorio de que la salud mental puede resentirse cuando vives tanto tiempo sintiendo que no encajas.

    Llegados a este punto, podrías preguntarte: ¿Entonces todo es negativo? ¿Estoy condenado a una vida de frustración?
    La respuesta es no, para nada.
    Sí, hemos pintado un panorama con muchas aristas dolorosas, porque es importante validarlas y reconocerlas. Pero las altas capacidades también traen alegrías intensas, creatividad desbordante, humor ingenioso y capacidad de maravillarte con el mundo. Seguramente has vivido momentos de “flow” increíbles, en los que tu mente rápida resolvió un problema complejo en un santiamén o en los que conectaste ideas de forma tan original que encontraste soluciones únicas. Tal vez disfrutas enormemente de tus hobbies (música, arte, ciencia, juegos, lo que sea) con una pasión contagiosa. Muchas personas con AACC ven belleza donde otros no, aprecian los pequeños detalles cotidianos, experimentan placer intelectual descubriendo cosas nuevas y tienen un sentido del humor muy agudo (aunque a veces los chistes solo los pilles tú, y eso también tiene su gracia). En resumen, no todo es un problema: tu forma de ser tiene un montón de luces además de sombras. El objetivo es aprender a manejar esas sombras para que las luces brillen plenamente.

    Entenderte mejor y buscar apoyo

    El primer paso para convertir lo que a veces sientes como desventaja en una ventaja es reconocer y aceptar tus altas capacidades . Puede sonar obvio, pero muchos adultos pasan media vida sin ponerle nombre a eso que les pasa, culpándose por sentirse como se sienten. Darte cuenta de que, oye, no estás roto ni eres un bicho raro, sino que tienes un perfil cognitivo-emocional distinto, puede ser liberador. Entender que el aburrimiento que sientes cuando el mundo va lento, o esa intensidad emocional, forman parte de quién eres, te ayudará a dejar de verlo como un fallo. A partir de ahí, puedes aprender estrategias para manejarlo. Piensa que así como un atleta de alto rendimiento necesita entrenamiento especializado, una “mente de alto rendimiento” también puede beneficiarse de guía y apoyo especializados.

    Aquí es donde entra en juego la posibilidad de buscar ayuda profesional. Esto no significa ni mucho menos que estés enfermo o que haya algo mal contigo. Significa simplemente que a veces un psicólogo/a con experiencia en altas capacidades puede darte herramientas valiosas. Muchos adultos con altas capacidades descubren que trabajar la parte emocional y de gestión de sus pensamientos resulta determinante para su bienestar. Un terapeuta que entienda este perfil puede ayudarte a desenredar ese ovillo de sobrepensamiento, a rebajar ese crítico interno implacable, y a encontrar maneras de comunicarte con los demás sin sentir que hablas en otro idioma. También puede ayudarte a sanar esas heridas de la infancia (el sentimiento de no encajar, las inseguridades acumuladas) para que dejen de frenarte en tu vida presente.

    Además del apoyo individual, buscar comunidad puede marcar la diferencia. Hoy en día existen grupos, foros y asociaciones de personas adultas con altas capacidades donde, por primera vez, muchos dicen “¡por fin alguien que me entiende!”. Compartir experiencias con pares puede aliviar mucho esa soledad interna. No se trata de hacer un club exclusivo ni de alimentar el ego; se trata de sentir pertenencia y comprensión mutua, que es algo a lo que todos los seres humanos aspiramos. Si no conoces a nadie en persona, incluso leer libros o blogs sobre el tema (como este) ya te puede brindar ese efecto espejo: reconocer en las palabras de otros rasgos y vivencias que creías únicas de ti. Verás que hay todo un vocabulario y conocimiento desarrollado en torno a las altas capacidades en la vida adulta, lo cual legitima lo que sientes.

    También es importante destacar que una evaluación psicológica completa no solo sirve para detectar las altas capacidades, sino que también permite identificar otras posibles dificultades o condiciones que pueden estar presentes y afectar al desarrollo emocional y cognitivo. Contar con un diagnóstico integral facilita orientar mejor la intervención y el apoyo necesario para que la persona pueda desarrollarse de forma saludable y plena.

    En última instancia, tú mereces vivir plenamente con tus particularidades. No tienes que resignarte a la amargura ni a la apatía. Como muchas personas de altas capacidades descubren, con la orientación correcta aquello que antes te hacía tropezar puede convertirse en tu fortaleza. Esa imaginación desbordante, canalizada, te hará crear proyectos maravillosos. Esa sensibilidad te permitirá disfrutar de la belleza y empatizar profundamente con quienes amas. Esa mente rápida te dará soluciones brillantes y te hará destacar en lo que verdaderamente te motive. El camino no siempre es sencillo –habrá que desaprender la vergüenza, ajustar expectativas y practicar mucha auto-compasión– pero vale la pena. No estás solo en esto, aunque a veces lo hayas sentido así. Hay profesionales, comunidades y recursos dedicados justamente a acompañar a personas como tú en este viaje de autodescubrimiento y crecimiento.

    Si te has visto reflejado en estas líneas, quizás hayas comenzado a sospechar que el mundo te parece lento porque tu mente va rápido. Permítete sentir alivio por entenderte mejor y, si lo consideras oportuno, da el siguiente paso: infórmate más, habla con gente de confianza o busca apoyo especializado. Tu bienestar intelectual y emocional lo merece. Al fin y al cabo, tener altas capacidades es solo una forma distinta de ser humano – con sus retos, sí, pero también con un enorme potencial de disfrute, creatividad y aportación a los demás. Se trata de aprender a vivir a tu propio ritmo sin que el mundo te pese tanto, y de encontrar tu sitio, ese en el que puedas ser tú mismo sin la necesidad de frenarte constantemente. No estás solo, y no estás condenado a ir desincronizado para siempre. Con comprensión y apoyo, podrás convertir esa velocidad extra en tu aliada y vivir una vida más plena y auténtica, a tu manera. Y quizás descubras que, después de todo, el mundo no es tan lento – o que tú puedes aportarle un poco de tu velocidad para hacerlo avanzar. ¡Ánimo en el camino!

    En nuestra clínica estamos aquí para ayudarte a comprenderte, a sanar y a construir una vida más alineada con quien eres. Escríbenos y empieza tu proceso de forma segura y respetuosa.

     

     

  • Estrategias para fomentar la autonomía en los adolescentes: Preparándolos para la vida adulta

    Estrategias para fomentar la autonomía en los adolescentes: Preparándolos para la vida adulta

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  • Estrategias para fomentar la autonomía en los adolescentes: Preparándolos para la vida adulta

    Estrategias para fomentar la autonomía en los adolescentes: Preparándolos para la vida adulta

    La adolescencia es una etapa de transformaciones profundas, tanto físicas como emocionales. Durante estos años, los adolescentes experimentan cambios hormonales, desarrollan nuevas formas de pensar y sienten una necesidad creciente de explorar su identidad personal. Es un periodo en el que buscan definirse, ganar independencia y comenzar a trazar el rumbo de su futuro, a veces con entusiasmo, otras con inseguridad y confusión. Para madres, padres y cuidadores, este proceso puede ser tan desafiante como emocionante, lleno de dudas y aprendizajes. Comprender esta etapa como una oportunidad para sembrar la confianza y la responsabilidad es esencial. Fomentar la autonomía en los adolescentes no solo les ayuda a resolver problemas cotidianos por sí mismos, sino que también fortalece su autoestima, les permite desarrollar una identidad sólida y los prepara para enfrentar los desafíos de la vida adulta con seguridad, responsabilidad y equilibrio emocional.

    A continuación, te presentamos estrategias prácticas y efectivas para acompañar a tu hijo o hija en este camino hacia la autonomía.

    1. Establecer límites y responsabilidades claras

    La autonomía no significa ausencia de reglas. De hecho, los límites bien definidos son esenciales para que los adolescentes aprendan a autorregularse y a comprender el impacto de sus acciones en los demás y a desarrollar autocontrol. Las normas y responsabilidades no deben verse como castigos, sino como oportunidades para aprender y crecer.

    • Define normas claras y coherentes en casa, adaptadas a su edad y nivel de madurez.
    • Explica las consecuencias de sus acciones, tanto positivas como negativas, reforzando la idea de causa y efecto.
    • Permite que participen en la definición de algunas reglas, lo cual fortalece su sentido de pertenencia y responsabilidad.
    • Establece rutinas predecibles que den estructura al día a día, lo cual les aporta seguridad.
    • Revisa periódicamente estas normas y responsabilidades junto a ellos, permitiendo ajustes cuando sea necesario.

    Cuando los adolescentes entienden las reglas del juego, se sienten más seguros para explorar su independencia. Saber hasta dónde pueden llegar les da confianza y les ayuda a tomar decisiones con mayor madurez. Además, cuando sienten que sus voces son escuchadas en la creación de estas reglas, se implican más activamente en su cumplimiento.

    2. Fomentar la toma de decisiones

    Para desarrollar la autonomía, los adolescentes necesitan practicar la toma de decisiones de forma progresiva. Es un proceso que implica aprender a valorar opciones, anticipar consecuencias y asumir responsabilidades. Puedes ayudarlos a construir estas habilidades desde casa:

    • Dándoles opciones realistas en lugar de imponer soluciones. Por ejemplo, “¿Prefieres ordenar tu habitación ahora o después de merendar?”
    • Involucrándolos en decisiones familiares, como elegir actividades del fin de semana, planear las comidas, o incluso discutir temas económicos adaptados a su nivel de comprensión.
    • Animándolos a reflexionar sobre las consecuencias de sus elecciones, preguntando: “¿Qué crees que podría pasar si eliges esa opción?”
    •  Permitiendo que tomen decisiones personales en temas como su vestimenta, métodos de estudio o formas de organizar su tiempo libre.

    Incluso si se equivocan, estarán aprendiendo habilidades valiosas. Es fundamental que sientan que tienen un espacio seguro donde equivocarse sin miedo al juicio o a la crítica excesiva. El error no solo es parte del aprendizaje, sino que también refuerza la confianza en su capacidad para superar obstáculos y tomar mejores decisiones en el futuro.

    3. Apoyar el desarrollo de habilidades prácticas

    Prepararse para la vida adulta incluye aprender a manejar aspectos cotidianos que muchas veces damos por sentados, pero que son fundamentales para una vida autónoma y funcional. No se trata solo de enseñarles a hacer tareas, sino de mostrarles que tienen la capacidad de cuidarse a sí mismos y de contribuir en su entorno.

    Cocinar platos básicos, desde la compra de ingredientes hasta la limpieza posterior, no solo fomenta la organización y la autosuficiencia, sino también la creatividad. Aprender a gestionar un presupuesto mensual, utilizar una cuenta bancaria, comprender una factura o ahorrar para un objetivo les ayuda a valorar el dinero y a planificar a futuro. Organizar su propio tiempo usando agendas o aplicaciones les permite establecer prioridades entre las tareas escolares, actividades extracurriculares y el tiempo libre, promoviendo un equilibrio saludable. También es importante enseñarles a hacerse cargo de su ropa —lavarla, doblarla, mantener su armario en orden— ya que refuerza su sentido de responsabilidad y cuidado personal.

    Por último, involucrarlos en trámites sencillos como pedir una cita médica, redactar un correo formal o hacer una llamada telefónica les brinda herramientas prácticas que usarán toda la vida. Estas habilidades no solo les dan independencia, sino también confianza en sus propias capacidades.

    Con cada nuevo aprendizaje, el adolescente siente que avanza hacia la adultez, lo que refuerza su autoestima y lo prepara para enfrentar con mayor seguridad los desafíos del mundo real.

    4. Fomentar la expresión emocional

    Un adolescente autónomo también es alguien que conoce, acepta y gestiona sus emociones. Este tipo de autonomía emocional es clave para tomar decisiones sanas, establecer relaciones saludables y manejar situaciones de estrés.

    • Crea un ambiente donde puedan expresar lo que sienten sin temor a ser invalidados. Evita frases como “no es para tanto” o “no deberías sentirte así”. En su lugar, valida sus emociones diciendo cosas como “entiendo que eso te haya molestado”.
    • Ayúdales a ponerle nombre a sus emociones: “¿Te sientes frustrado porque las cosas no salieron como esperabas?”. Esta simple acción les permite identificar lo que sienten y empezar a gestionarlo.
    • Modela la regulación emocional con tu propio comportamiento. Si tú gestionas el estrés de forma constructiva, ellos lo verán como una guía.
    • Anima a que expresen sus emociones a través de medios como el arte, la música o el deporte. Estas actividades pueden ser una válvula de escape emocional muy efectiva.
    •  Conversa con ellos sobre cómo se sienten en diferentes situaciones sociales, escolares o familiares. Practicar esta introspección de forma guiada les da herramientas para aplicarla luego de manera autónoma.

    La autonomía emocional es tan importante como la independencia práctica. Sin ella, los logros externos pueden verse opacados por conflictos internos no resueltos. Educar emocionalmente a los adolescentes es, en definitiva, darles una brújula interna para la vida.

    En algunos casos incluso no somos conscientes del impacto que pueden producir heridas emocionales de los padres y cómo pueden influir emocionalmente a los adolescentes. Haablamos más detenidamente de estos casos en: “Las heridas emocionales de los padres y su impacto en los hijos”

    5. Promover la autorreflexión

    Muchos adolescentes reaccionan más de lo que reflexionan. Están influenciados por su entorno social, la cultura digital y la necesidad de encajar. Ayudarlos a detenerse y pensar en quiénes son, qué valoran y qué quieren, fortalece su capacidad para tomar decisiones auténticas y coherentes.

    Preguntarles sobre sus intereses, invitarles a escribir un diario o tener conversaciones sobre experiencias pasadas son maneras sencillas de fomentar la autorreflexión. Cuando comienzan a pensar en sus valores personales y en lo que desean a largo plazo, dan un paso importante hacia la madurez.

    6. Practicar la empatía y la paciencia

    Fomentar la autonomía en los adolescentes no es un proceso rápido. Es natural que haya retrocesos, errores y momentos de conflicto. No siempre actuarán de forma madura, y muchas veces necesitarán orientación aunque no lo pidan explícitamente. La empatía y la paciencia son esenciales para mantener un vínculo saludable y educativo.

    •  Escucha sin interrumpir, permitiéndoles expresar sus ideas y emociones por completo antes de intervenir. Esto les hace sentir valorados y comprendidos.
    •  Evita sermonear: a veces solo necesitan desahogarse sin recibir una solución inmediata. El simple hecho de sentirse escuchados ya es una forma de consuelo.
    •  Reconoce sus esfuerzos, aunque el resultado no sea perfecto. Validar el proceso más que el resultado fortalece su motivación intrínseca.
    •  Practica la paciencia incluso cuando repitan errores. Recuérdate que están en una etapa de aprendizaje continuo.
    • Demuestra comprensión por sus emociones intensas, incluso si no las compartes. Diles, por ejemplo, “entiendo que para ti esto es importante”.

    Acompañar con empatía y sin imponer tu camino es una de las formas más poderosas de educar. La empatía construye confianza, y la confianza es la base para que un adolescente se atreva a crecer por sí mismo.

    7. Dar espacio sin abandonar

    Los adolescentes necesitan sentir que tienen control sobre su vida, pero también que no están solos. Respetar su privacidad, permitir que se equivoquen y confiar en su capacidad para resolver situaciones, refuerza su autonomía. Esto no significa desentenderse, sino estar presentes de una forma que les haga sentir acompañados, no vigilados.
    El mensaje que debemos transmitir es claro: “Confío en ti, y estoy aquí si me necesitas”. Esta combinación de libertad y respaldo les permite explorar su independencia con mayor confianza y les ayuda a construir una imagen positiva de sí mismos. En este delicado equilibrio entre el soltar y el sostener, se cultiva un desarrollo más equilibrado, basado en la confianza mutua, la escucha y el respeto.
    En este caso el establecer una comunicación fluida y con confianza son claves para afrontar estos momentos, si quiere saber más puede leer: “La comunicación efectiva con los adolescentes: Cómo establecer vínculos sólidos”

    Fomentar la autonomía en los adolescentes es una tarea diaria, que exige constancia, sensibilidad y mucho amor. Pero es también una de las mayores inversiones que podemos hacer en su bienestar. Cuando un adolescente aprende a tomar decisiones, a cuidarse, a conocerse y a confiar en sí mismo, está mejor preparado para enfrentar los desafíos de la adultez.

    Cada adolescente es único, y lo que funciona con uno puede no funcionar con otro. Lo importante es mantenernos disponibles, abiertos al diálogo y atentos a sus necesidades. Y si en algún momento sientes que necesitas ayuda para acompañar este proceso, recuerda que no estás sola o solo: en el Centro de Psicología Sandra Ribeiro estamos aquí para ayudarte.

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  • La prisión de los pensamientos obsesivos

    La prisión de los pensamientos obsesivos

    Hay prisiones sin barrotes, sin puertas cerradas con candado, sin carceleros a la vista. Prisiones mentales donde el encierro es tan real como el de una celda. Los pensamientos obsesivos son una de esas prisiones: el cuerpo está libre, pero la mente gira en círculos, atrapada en una lógica agotadora que parece no tener fin.

    Quienes sufren con pensamientos obsesivos suelen vivir dentro de un laberinto interno:

    • Dan vueltas una y otra vez, buscando salidas que no terminan de parecer seguras.
    • Sospechan de todo lo que no pueda ser verificado, comprobado, garantizado.
    • Se sienten atrapados entre la urgencia de encontrar una respuesta y el miedo a equivocarse con cualquier elección.
    • No se permiten avanzar si no tienen la certeza absoluta de que es “lo correcto”.
    • Buscan alivio inmediato, pero ese alivio solo refuerza el ciclo obsesivo.
    • Se enredan en rituales mentales (revisar, comparar, repasar, imaginar escenarios) como si con ellos pudieran encontrar la salida.
    • Viven en una constante tensión entre el impulso de actuar y el freno de la duda.
    • Sienten una necesidad extrema de control, aunque ese control los ahogue.
    • La incertidumbre se percibe como un peligro real, intolerable, incluso cuando saben que no hay base lógica para ello.

    Y así, con cada intento de liberarse, el miedo los devuelve al centro del laberinto.
    La paradoja es dolorosa: la puerta de salida existe y la llave está en su propio bolsillo, pero todo lo que hay al otro lado parece demasiado peligroso, demasiado incierto, demasiado fuera de control.
    Y no solo eso: muchas veces, cuando por fin se vislumbra una posible salida, esta se transforma rápidamente en un nuevo circuito del laberinto. El pensamiento encuentra otra duda, otro “¿y si…?”, y la persona entra de nuevo en el bucle: en la parálisis por análisis, en el repaso infinito de variables, en el temor a equivocarse, a no estar seguro, a no tener todo bajo control. Se posterga la acción. Se procrastina. Se sigue caminando, pero siempre dentro del mismo círculo.

    El precio de salir de la prisión de los pensamientos obsesivos

    Salir de la prisión de los pensamientos obsesivos tiene un precio muy alto:

    • Implica tolerar la angustia.
    • Sostener la ansiedad.
    • Convivir con el miedo y con la falta de control.

    Dentro de la prisión también hay sufrimiento, sí, pero al menos se siente que se tiene el control. Es una falsa seguridad, pero seguridad al fin y al cabo. La obsesión nos da una estructura, una sensación de estar haciendo algo, de estar ocupándose de algo. Aunque duela, se vuelve un lugar familiar.

    Los pensamientos obsesivos, lejos de ser simples “preocupaciones”, son experiencias mentales que se imponen como urgencias. Aparecen con fuerza, con un disfraz de importancia moral o lógica:

    • ¿Y si he hecho algo malo y no lo recuerdo?
    • ¿Y si no estoy segura de querer a mi pareja?
    • ¿Y si toco esto y alguien muere por mi culpa?

    La persona sabe, en algún rincón de su mente, que esos pensamientos no tienen sentido, pero eso no es suficiente para callarlos.
    Y entonces comienza el ritual: revisar, limpiar, buscar certeza, repetir, pensar una y otra vez. Como si haciendo todo eso, algo finalmente encajara. Pero no lo hace. Porque la obsesión no busca la verdad; busca la certeza absoluta. Y esa certeza, simplemente, no existe.

    Tal vez te reconozcas en algunas de estas preguntas:

    • ¿Tu mente se agarra a un pensamiento y no puedes dejar de darle vueltas, por más que intentes tranquilizarte?
    • ¿Sientes que necesitas estar 100% seguro o segura de algo antes de tomar una decisión, y aun así la duda persiste?
    • ¿Has llegado a revisar, repetir o comprobar cosas muchas veces, solo para calmarte un momento?
    • ¿Te descubres atrapado/a en preguntas sin respuesta, como “¿y si…?” que nunca terminan?
    • ¿Te sientes culpable por pensamientos que sabes que no tienen sentido, pero que te generan un gran malestar?
    • ¿Has evitado situaciones, personas u objetos por miedo a que algo terrible ocurra si no lo haces?
    • ¿Te sientes agotado/a por lo mucho que piensas y analizas todo, como si no pudieras “apagar” la mente?
    • ¿Tienes miedo de perder el control o de convertirte en alguien que no reconoces?
    • ¿Te cuesta confiar en tus propias percepciones, decisiones o recuerdos?
    • ¿Sientes que tu mente es un campo de batalla constante del que no puedes salir?

    Si te sentiste identificado/a con varias de estas preguntas, no estás solo/a.
    La obsesión te promete seguridad, pero lo que te da es encierro. Te promete respuestas, pero te deja en un bucle. Lo que encierra no es el pensamiento obsesivo en sí, sino la necesidad de estar seguros antes de actuar, antes de soltar. Es un tipo de control extremo nacido del miedo, de una necesidad profunda de evitar cualquier riesgo, cualquier error, cualquier daño.

    El peso invisible: cómo se sienten quienes viven atrapados en pensamientos obsesivos

    Más allá de lo que se ve —las dudas constantes, los rituales, la parálisis—, hay una dimensión profunda y silenciosa del sufrimiento obsesivo: la emocional. Muchas personas atrapadas en pensamientos obsesivos no solo luchan con su mente, sino también con el miedo a ser juzgadas, con la culpa por lo que piensan y con la angustia de no poder hablar abiertamente de lo que les ocurre. Lo que no se ve, a menudo, duele incluso más.

    Así suelen sentirse quienes viven esta prisión mental:

    • Se aíslan emocionalmente porque temen ser incomprendidos o juzgados por sus pensamientos.
    • Se castigan por pensar lo que piensan, aunque no actúen en función de esos pensamientos.
    • Temen perder la razón o convertirse en “malas personas” por el contenido de sus obsesiones.
    • Sienten culpa, vergüenza y agotamiento por no poder “parar” su mente.
    • Y muchas veces, temen hablar de lo que les ocurre, por miedo a no ser comprendidos, o peor, a ser confirmados en sus temores.

    Detrás de cada pensamiento obsesivo hay una persona que sufre en silencio, que intenta sostenerse como puede, que desea sentirse libre pero teme las consecuencias de soltar el control. Acompañar este sufrimiento desde la comprensión, la validación y el tratamiento adecuado es clave para que esa persona empiece a salir, poco a poco, del laberinto.

    ¿Cómo ayuda la terapia?

    La salida del laberinto no llega por encontrar la respuesta perfecta. Llega cuando se aprende a tolerar no tenerla. Cuando se acepta que habrá dudas, que la mente insistirá, pero que uno puede seguir caminando, con todo y miedo.

    En terapia trabajamos en varios niveles:

    • Identificar el patrón obsesivo y desactivar los rituales mentales o conductuales que alimentan el ciclo.
    • Aprender a relacionarse de otra manera con los pensamientos: no desde la lucha o la supresión, sino desde la aceptación, la observación y la desidentificación.
    • Trabajar con el cuerpo y la regulación emocional, porque el pensamiento obsesivo no solo está en la mente: también vive en la tensión, en la hipervigilancia, en el sistema nervioso.
    • Explorar el origen de la necesidad de control: muchas veces hay una historia de inseguridad, trauma o experiencias donde el error fue castigado con dureza.
    • Fortalecer el yo que observa, que puede sostener la duda sin actuar por miedo, y aprender a tolerar la incertidumbre como parte inevitable de la vida.

    Salir de esa prisión requiere valor. Pero también requiere saber que uno no está solo. Con el acompañamiento terapéutico adecuado es posible dar ese paso, pero entendemos que puede dar miedo al principio, resolvemos esas dudas en este artículo: “¿Por qué nos da miedo ir al psicólogo?”. No se trata de eliminar pensamientos —eso no es posible—, sino de recuperar la libertad frente a ellos.

    Salir del laberinto es posible, aunque dé miedo

    Vivir con pensamientos obsesivos puede ser una experiencia profundamente solitaria y desgastante. La mente busca una salida, pero cada intento se convierte en una nueva trampa. La angustia, la culpa, el miedo a perder el control o a ser juzgado terminan sosteniendo esa prisión interna que, aunque duele, ofrece una falsa sensación de seguridad.

    Sin embargo, hay otra manera. Desde la terapia es posible empezar a construir caminos de salida. No se trata de “pensar distinto” de un día para otro, sino de aprender a relacionarse con los pensamientos de otra forma, sin pelearse con ellos, sin temerles, sin rendirles pleitesía.

    La salida del laberinto no es mágica ni inmediata. Es un proceso que requiere paciencia, acompañamiento terapéutico especializado y mucha compasión. Pero no estás solo/a. A tu ritmo, con ayuda, puedes empezar a caminar hacia una vida más libre, más habitable, más tuya. Una vida en la que los pensamientos ya no decidan por ti.

    Acompañar sin juzgar: cómo pueden ayudar los familiares y amigos

    Para quienes están cerca de alguien atrapado en pensamientos obsesivos, es común sentir confusión, frustración o incluso impotencia. ¿Por qué no puede “dejar de pensar”? ¿Por qué le cuesta tanto decidir, soltar o confiar? ¿Por qué parece estar atrapado en un ciclo que se repite una y otra vez? Comprender que no se trata de una “manía” o “capricho”, sino de un sufrimiento real y profundo, puede marcar una gran diferencia.

    Aquí van algunas orientaciones para acompañar sin añadir más peso:

    • Evita minimizar su malestar con frases como “eso no tiene sentido”, “estás exagerando” o “no pienses más en eso”. Aunque la obsesión parezca irracional desde fuera, desde dentro se vive con mucha angustia.
    • No intentes convencerlo con lógica. Quien está atrapado en una obsesión no necesita argumentos, necesita contención emocional. El miedo no se disuelve con razones, sino con seguridad emocional.
    • Sé un refugio, no un juez. Agradece su confianza si te cuenta lo que piensa, y valida su esfuerzo por compartirlo, aunque te cueste entenderlo.
    • No refuerces compulsiones ni rituales. A veces, por ayudar, podemos caer en dar respuestas una y otra vez, calmar dudas o revisar junto a la persona. Esto solo mantiene el ciclo.
    • Invita con suavidad a buscar ayuda profesional, sin presionar. Puedes decir algo como: “Sé que esto te hace sufrir, ¿te gustaría que buscáramos juntos a alguien que sepa cómo ayudarte con esto?”.
    • Infórmate sobre los pensamientos obsesivos. Cuanto más comprendas, menos interpretarás desde tu mirada y más desde su experiencia.
    • Cuida tu propio bienestar. Acompañar a alguien con este tipo de sufrimiento también puede ser difícil. Pedir orientación profesional para ti puede ayudarte a sostener sin desbordarte.

    A veces, la mejor manera de ayudar es simplemente estar, sin intentar resolver. Ofrecer un vínculo seguro desde el cual la persona pueda empezar a soltar, poco a poco, ese falso control que le impide vivir.

    Estamos aquí para ayudarte.

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

     

  • La prisión de los pensamientos obsesivos

    La prisión de los pensamientos obsesivos

    Hay prisiones sin barrotes, sin puertas cerradas con candado, sin carceleros a la vista. Prisiones mentales donde el encierro es tan real como el de una celda. Los pensamientos obsesivos son una de esas prisiones: el cuerpo está libre, pero la mente gira en círculos, atrapada en una lógica agotadora que parece no tener fin.

    Quienes sufren con pensamientos obsesivos suelen vivir dentro de un laberinto interno:

    • Dan vueltas una y otra vez, buscando salidas que no terminan de parecer seguras.
    • Sospechan de todo lo que no pueda ser verificado, comprobado, garantizado.
    • Se sienten atrapados entre la urgencia de encontrar una respuesta y el miedo a equivocarse con cualquier elección.
    • No se permiten avanzar si no tienen la certeza absoluta de que es “lo correcto”.
    • Buscan alivio inmediato, pero ese alivio solo refuerza el ciclo obsesivo.
    • Se enredan en rituales mentales (revisar, comparar, repasar, imaginar escenarios) como si con ellos pudieran encontrar la salida.
    • Viven en una constante tensión entre el impulso de actuar y el freno de la duda.
    • Sienten una necesidad extrema de control, aunque ese control los ahogue.
    • La incertidumbre se percibe como un peligro real, intolerable, incluso cuando saben que no hay base lógica para ello.

    Y así, con cada intento de liberarse, el miedo los devuelve al centro del laberinto.
    La paradoja es dolorosa: la puerta de salida existe y la llave está en su propio bolsillo, pero todo lo que hay al otro lado parece demasiado peligroso, demasiado incierto, demasiado fuera de control.
    Y no solo eso: muchas veces, cuando por fin se vislumbra una posible salida, esta se transforma rápidamente en un nuevo circuito del laberinto. El pensamiento encuentra otra duda, otro “¿y si…?”, y la persona entra de nuevo en el bucle: en la parálisis por análisis, en el repaso infinito de variables, en el temor a equivocarse, a no estar seguro, a no tener todo bajo control. Se posterga la acción. Se procrastina. Se sigue caminando, pero siempre dentro del mismo círculo.

    El precio de salir de la prisión de los pensamientos obsesivos

    Salir de la prisión de los pensamientos obsesivos tiene un precio muy alto:

    • Implica tolerar la angustia.
    • Sostener la ansiedad.
    • Convivir con el miedo y con la falta de control.

    Dentro de la prisión también hay sufrimiento, sí, pero al menos se siente que se tiene el control. Es una falsa seguridad, pero seguridad al fin y al cabo. La obsesión nos da una estructura, una sensación de estar haciendo algo, de estar ocupándose de algo. Aunque duela, se vuelve un lugar familiar.

    Los pensamientos obsesivos, lejos de ser simples “preocupaciones”, son experiencias mentales que se imponen como urgencias. Aparecen con fuerza, con un disfraz de importancia moral o lógica:

    • ¿Y si he hecho algo malo y no lo recuerdo?
    • ¿Y si no estoy segura de querer a mi pareja?
    • ¿Y si toco esto y alguien muere por mi culpa?

    La persona sabe, en algún rincón de su mente, que esos pensamientos no tienen sentido, pero eso no es suficiente para callarlos.
    Y entonces comienza el ritual: revisar, limpiar, buscar certeza, repetir, pensar una y otra vez. Como si haciendo todo eso, algo finalmente encajara. Pero no lo hace. Porque la obsesión no busca la verdad; busca la certeza absoluta. Y esa certeza, simplemente, no existe.

    Tal vez te reconozcas en algunas de estas preguntas:

    • ¿Tu mente se agarra a un pensamiento y no puedes dejar de darle vueltas, por más que intentes tranquilizarte?
    • ¿Sientes que necesitas estar 100% seguro o segura de algo antes de tomar una decisión, y aun así la duda persiste?
    • ¿Has llegado a revisar, repetir o comprobar cosas muchas veces, solo para calmarte un momento?
    • ¿Te descubres atrapado/a en preguntas sin respuesta, como “¿y si…?” que nunca terminan?
    • ¿Te sientes culpable por pensamientos que sabes que no tienen sentido, pero que te generan un gran malestar?
    • ¿Has evitado situaciones, personas u objetos por miedo a que algo terrible ocurra si no lo haces?
    • ¿Te sientes agotado/a por lo mucho que piensas y analizas todo, como si no pudieras “apagar” la mente?
    • ¿Tienes miedo de perder el control o de convertirte en alguien que no reconoces?
    • ¿Te cuesta confiar en tus propias percepciones, decisiones o recuerdos?
    • ¿Sientes que tu mente es un campo de batalla constante del que no puedes salir?

    Si te sentiste identificado/a con varias de estas preguntas, no estás solo/a.
    La obsesión te promete seguridad, pero lo que te da es encierro. Te promete respuestas, pero te deja en un bucle. Lo que encierra no es el pensamiento obsesivo en sí, sino la necesidad de estar seguros antes de actuar, antes de soltar. Es un tipo de control extremo nacido del miedo, de una necesidad profunda de evitar cualquier riesgo, cualquier error, cualquier daño.

    El peso invisible: cómo se sienten quienes viven atrapados en pensamientos obsesivos

    Más allá de lo que se ve —las dudas constantes, los rituales, la parálisis—, hay una dimensión profunda y silenciosa del sufrimiento obsesivo: la emocional. Muchas personas atrapadas en pensamientos obsesivos no solo luchan con su mente, sino también con el miedo a ser juzgadas, con la culpa por lo que piensan y con la angustia de no poder hablar abiertamente de lo que les ocurre. Lo que no se ve, a menudo, duele incluso más.

    Así suelen sentirse quienes viven esta prisión mental:

    • Se aíslan emocionalmente porque temen ser incomprendidos o juzgados por sus pensamientos.
    • Se castigan por pensar lo que piensan, aunque no actúen en función de esos pensamientos.
    • Temen perder la razón o convertirse en “malas personas” por el contenido de sus obsesiones.
    • Sienten culpa, vergüenza y agotamiento por no poder “parar” su mente.
    • Y muchas veces, temen hablar de lo que les ocurre, por miedo a no ser comprendidos, o peor, a ser confirmados en sus temores.

    Detrás de cada pensamiento obsesivo hay una persona que sufre en silencio, que intenta sostenerse como puede, que desea sentirse libre pero teme las consecuencias de soltar el control. Acompañar este sufrimiento desde la comprensión, la validación y el tratamiento adecuado es clave para que esa persona empiece a salir, poco a poco, del laberinto.

    ¿Cómo ayuda la terapia?

    La salida del laberinto no llega por encontrar la respuesta perfecta. Llega cuando se aprende a tolerar no tenerla. Cuando se acepta que habrá dudas, que la mente insistirá, pero que uno puede seguir caminando, con todo y miedo.

    En terapia trabajamos en varios niveles:

    • Identificar el patrón obsesivo y desactivar los rituales mentales o conductuales que alimentan el ciclo.
    • Aprender a relacionarse de otra manera con los pensamientos: no desde la lucha o la supresión, sino desde la aceptación, la observación y la desidentificación.
    • Trabajar con el cuerpo y la regulación emocional, porque el pensamiento obsesivo no solo está en la mente: también vive en la tensión, en la hipervigilancia, en el sistema nervioso.
    • Explorar el origen de la necesidad de control: muchas veces hay una historia de inseguridad, trauma o experiencias donde el error fue castigado con dureza.
    • Fortalecer el yo que observa, que puede sostener la duda sin actuar por miedo, y aprender a tolerar la incertidumbre como parte inevitable de la vida.

    Salir de esa prisión requiere valor. Pero también requiere saber que uno no está solo. Con el acompañamiento terapéutico adecuado es posible dar ese paso, pero entendemos que puede dar miedo al principio, resolvemos esas dudas en este artículo: “¿Por qué nos da miedo ir al psicólogo?”. No se trata de eliminar pensamientos —eso no es posible—, sino de recuperar la libertad frente a ellos.

    Salir del laberinto es posible, aunque dé miedo

    Vivir con pensamientos obsesivos puede ser una experiencia profundamente solitaria y desgastante. La mente busca una salida, pero cada intento se convierte en una nueva trampa. La angustia, la culpa, el miedo a perder el control o a ser juzgado terminan sosteniendo esa prisión interna que, aunque duele, ofrece una falsa sensación de seguridad.

    Sin embargo, hay otra manera. Desde la terapia es posible empezar a construir caminos de salida. No se trata de “pensar distinto” de un día para otro, sino de aprender a relacionarse con los pensamientos de otra forma, sin pelearse con ellos, sin temerles, sin rendirles pleitesía.

    La salida del laberinto no es mágica ni inmediata. Es un proceso que requiere paciencia, acompañamiento terapéutico especializado y mucha compasión. Pero no estás solo/a. A tu ritmo, con ayuda, puedes empezar a caminar hacia una vida más libre, más habitable, más tuya. Una vida en la que los pensamientos ya no decidan por ti.

    Acompañar sin juzgar: cómo pueden ayudar los familiares y amigos

    Para quienes están cerca de alguien atrapado en pensamientos obsesivos, es común sentir confusión, frustración o incluso impotencia. ¿Por qué no puede “dejar de pensar”? ¿Por qué le cuesta tanto decidir, soltar o confiar? ¿Por qué parece estar atrapado en un ciclo que se repite una y otra vez? Comprender que no se trata de una “manía” o “capricho”, sino de un sufrimiento real y profundo, puede marcar una gran diferencia.

    Aquí van algunas orientaciones para acompañar sin añadir más peso:

    • Evita minimizar su malestar con frases como “eso no tiene sentido”, “estás exagerando” o “no pienses más en eso”. Aunque la obsesión parezca irracional desde fuera, desde dentro se vive con mucha angustia.
    • No intentes convencerlo con lógica. Quien está atrapado en una obsesión no necesita argumentos, necesita contención emocional. El miedo no se disuelve con razones, sino con seguridad emocional.
    • Sé un refugio, no un juez. Agradece su confianza si te cuenta lo que piensa, y valida su esfuerzo por compartirlo, aunque te cueste entenderlo.
    • No refuerces compulsiones ni rituales. A veces, por ayudar, podemos caer en dar respuestas una y otra vez, calmar dudas o revisar junto a la persona. Esto solo mantiene el ciclo.
    • Invita con suavidad a buscar ayuda profesional, sin presionar. Puedes decir algo como: “Sé que esto te hace sufrir, ¿te gustaría que buscáramos juntos a alguien que sepa cómo ayudarte con esto?”.
    • Infórmate sobre los pensamientos obsesivos. Cuanto más comprendas, menos interpretarás desde tu mirada y más desde su experiencia.
    • Cuida tu propio bienestar. Acompañar a alguien con este tipo de sufrimiento también puede ser difícil. Pedir orientación profesional para ti puede ayudarte a sostener sin desbordarte.

    A veces, la mejor manera de ayudar es simplemente estar, sin intentar resolver. Ofrecer un vínculo seguro desde el cual la persona pueda empezar a soltar, poco a poco, ese falso control que le impide vivir.

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

     

  • Doble excepcionalidad: inteligencia brillante y TDAH

    Doble excepcionalidad: inteligencia brillante y TDAH

    “Somos profesionales de la psicología, especializadas en las relaciones humanas.”

    Nuestros servicios

    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.

    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad.

    Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

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    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

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  • Doble excepcionalidad: inteligencia brillante y TDAH

    Doble excepcionalidad: inteligencia brillante y TDAH

    ¿Te han dicho toda la vida que eres muy inteligente pero “no aprovechas tu potencial”? Tal vez en el colegio sacabas excelentes notas en algunas asignaturas y en otras te perdías en tu mundo. A lo mejor te apasionabas por temas complejos a temprana edad, pero al mismo tiempo olvidabas hacer los deberes o te distraías con cualquier cosa en clase. Escuchar “eres capaz de mucho más, ¿por qué no rindes?” era habitual. Esta contradicción entre una mente brillante y un comportamiento disperso puede ser desconcertante y generar mucha frustración. Si te reconoces en esta descripción, es posible que estés descubriendo lo que se conoce como doble excepcionalidad, la coexistencia de altas capacidades intelectuales con un trastorno como el TDAH.

    ¿Qué es la doble excepcionalidad en adultos con TDAH y altas capacidades?

    La concurrencia de una inteligencia excepcional y un Trastorno por Déficit de Atención e Hiperactividad (TDAH) en una misma persona es justamente un caso de doble excepcionalidad . En otras palabras, se les llama “doblemente excepcionales” a quienes tienen, al mismo tiempo, una capacidad extraordinaria y una dificultad significativa en su desarrollo . No es algo muy frecuente ni fácil de identificar, ya que una de las dos condiciones puede opacar a la otra, haciendo que pase desapercibida . Por ejemplo, las elevadas capacidades cognitivas a veces camuflan los problemas de atención, y viceversa: los síntomas de TDAH pueden ocultar o “ensombrecer” el talento excepcional .

    De hecho, los especialistas describen varios escenarios típicos en la detección de esta dualidad:

    • Hay casos en que las altas capacidades enmascaran las limitaciones del TDAH, y el individuo termina visto solo como un superdotado de bajo rendimiento.
    • En otros, las dificultades del TDAH impiden ver la alta capacidad, recibiendo únicamente el diagnóstico de TDAH.
    • Y por último, están quienes compensan mutuamente ambas cosas, no siendo identificados ni como AACC ni como TDAH, percibidos simplemente como alumnos “promedio” .

    No es de extrañar que a esta condición se la llame “una doble excepcionalidad difícil de detectar” . La falta de información y ciertas ideas preconcebidas (por ejemplo, creer que una persona muy inteligente no puede tener un trastorno de atención) hacen que durante años muchas de estas personas pasen inadvertidas o mal diagnosticadas .

    Pensemos en tu propio caso: ¿sospechaste alguna vez en tu niñez o adolescencia que pudieras tener TDAH?

    Es posible que no, sobre todo si ibas aprobando cursos sin demasiados problemas aparentes. Un cociente intelectual alto puede permitirte compensar en parte los despistes o la falta de concentración, de forma que las dificultades reales quedan encubiertas durante bastante tiempo.

    • A veces, no es hasta estudios superiores o entornos más exigentes que las limitaciones del TDAH se vuelven evidentes y se considera por fin esa posibilidad.
    • Por otro lado, también ocurre lo contrario: tal vez desde pequeño todos notaban que eras hiperactivo o “difícil de manejar”, pero nadie imaginó que detrás de esa inquietud había una mente muy por encima de la media.
    • Si no destacabas académicamente, es fácil que solo te diagnosticaran el TDAH y nunca evaluaran tus altas capacidades.

    Incluso puede que ninguna de las dos facetas fuese identificada, y crecieras sintiéndote simplemente “normalito” a pesar de tu potencial. En cualquier caso, llegar a la comprensión de esta doble identidad neurodivergente suele ser un proceso lleno de descubrimientos emocionales.

    Altas capacidades y TDAH: la paradoja de ser brillante pero distraído

    Tener altas capacidades intelectuales junto con TDAH a veces se siente como una contradicción interna. Tu alto talento se da de bruces con la dificultad para concentrarte y controlar ciertos impulsos o emociones . Imagina conducir un auto de carreras con los frenos defectuosos: mucho motor, poco control. Puedes generar ideas complejas, conectar conceptos rápidamente y demostrar una creatividad asombrosa, pero al mismo tiempo te cuesta organizarte, tu atención salta de una cosa a otra, o tu impulsividad te mete en líos.

    Seguramente has vivido esta paradoja en carne propia. Es posible que seas capaz de hiperfocalizar durante horas en actividades que te motivan intensamente (por ejemplo, escribir una historia, investigar sobre tu tema favorito o jugar videojuegos a alto nivel) y mostrar en esos momentos un desempeño excepcional. Sin embargo, en tareas rutinarias o poco estimulantes tu atención se desvanece en minutos . Te aburres fácilmente si la tarea es demasiado básica, repetitiva o carece de sentido para ti, aunque se suponga que deberías hacerla sin problema. Esto puede haberte ganado etiquetas de “distraído” o “que vive en su mundo”, cuando en realidad tu mente demanda más desafío o novedad para activarse.

    Algo parecido ocurre con la hiperactividad e impulsividad. Tal vez de niño te tildaron de “inquieto” porque te costaba permanecer sentado y quieto mucho rato, o “hablador” porque interrumpías con mil preguntas y comentarios. Esa dificultad para frenar tus impulsos es propia del TDAH . Pero al mismo tiempo, tu lado de alta capacidad podría haberte hecho cuestionar las normas o buscar caminos propios para resolver las cosas, quizá veías métodos más eficientes o creativos, o sencillamente tenías una curiosidad imposible de contener. El problema es que, desde fuera, pocos entienden esa combinación de desorganización en lo cotidiano con lucidez en lo intelectual. Tú mismo puedes llegar a dudar: “Si soy tan listo, ¿por qué olvido tantas cosas? ¿Por qué no puedo con tareas simples que otros hacen con facilidad?”.

    Muchos con doble excepcionalidad experimentan una especie de torbellino mental y emocional. Quizá te has hecho preguntas similares a las de Noah*, una joven que descubrió su condición tras años de sentirse “rara”: “¿Por qué soy tan sensible? ¿Por qué no puedo dejar de pensar? ¿Por qué me enrosco en algunos pensamientos mientras otros no? ¿Cómo puedo dejar de ser así?” . Este sobreanálisis constante es agotador. Tu cerebro va a mil por hora, siempre explorando, creando o preocupándose por algo, y apagar ese flujo de ideas puede ser dificilísimo. A esto se suma una hipersensibilidad emocional: todo lo vives con intensidad. No es que seas “dramático”; tu sistema nervioso está procesando la información de forma más intensa y exhaustiva, lo que provoca reacciones emocionales igual de intensas . El resultado es que a veces te sientes “demasiado” para el mundo – demasiado sensible, demasiado exigente, demasiado acelerado – y otras veces, paradójicamente, sientes que el mundo es demasiado poco para ti – demasiado lento, simple o aburrido para tu mente hambrienta.

    En el plano social, estas características también dejan huella. Tal vez de pequeño notabas que no encajabas del todo con tus compañeros; tenías intereses inusuales para tu edad, o te costaba seguir el ritmo de las conversaciones triviales. Es posible que te sintieras como Noah, quien confesó que percibía una “desconexión constante” con sus compañeros . Ella misma contó que vivía con una sensación persistente de que había algo malo en ella, una especie de rareza que los demás notaban, y eso dañó mucho su autoestima . Quizá en tu caso no fue tan evidente, pero es común que las personas con altas capacidades + TDAH se sientan “fuera de sintonía” con su entorno. Puedes ser muy hablador sobre tus temas favoritos pero distraído en las charlas cotidianas; o divertido e ingenioso en algunos momentos, pero torpe para interpretar ciertas normas sociales (¿cuántas veces has metido la pata sin querer por decir lo primero que vino a tu mente?). Esta combinación de intensidad y despiste a veces dificulta las amistades o las relaciones de pareja, y puede generar soledad.

    Doble excepcionalidad: dificultades comunes en adultos con TDAH y altas capacidades

    Hasta aquí hemos pintado un panorama de cómo es vivir con una mente “2e” (doblemente excepcional) en el día a día. Pero más allá de las anécdotas, vale la pena resaltar algunos desafíos recurrentes que muchas personas con altas capacidades y TDAH enfrentan internamente:

    • La brecha entre potencial y rendimiento: Es quizá el núcleo del problema. Hay una frustración profunda cuando sabes que podrías lograr mucho, pero tus resultados no lo demuestran . Si en la escuela o trabajo “no das la talla” en ciertas tareas, pese a tu inteligencia, acabas desmotivado y cuestionándote a ti mismo. Este desencuentro entre lo que podrías hacer y lo que efectivamente haces puede derivar en ansiedad o depresión con el tiempo . Es duro sentir que fallas donde se espera que triunfes.
    • Autoexigencia, perfeccionismo y miedo al fracaso: Muchas personas 2e desarrollan un fuerte perfeccionismo. Saben de lo que son capaces y quieren que cada cosa que hacen salga perfecta. Pero como a veces las funciones ejecutivas (organización, constancia, atención sostenida) fallan, es difícil cumplir con esos estándares ideales. El resultado suele ser baja autoestima y una sensación de “nunca ser suficiente” . Cada error o proyecto inconcluso se vive casi como una catástrofe personal. Irónicamente, esta autoexigencia a veces lleva a postergar (procrastinar) tareas por temor a no poder hacerlas impecablemente – un círculo vicioso de bloqueo.
    • Dificultad en la gestión emocional: Ya mencionamos la intensidad emocional. Sumemos que el TDAH a menudo conlleva problemas para regular las emociones (por ejemplo, irritabilidad, impaciencia, explosividad). Puedes pasar de la pasión al agobio en poco tiempo. Muchas personas 2e reportan dificultad para manejar la frustración – pequeños contratiempos que otros toleran, a ti pueden desbordarte . También es común una montaña rusa de entusiasmo y luego abatimiento: hoy te obsesiona una idea grandiosa, mañana te sientes incapaz de llevarla a cabo y te culpas por ello. Estos altibajos emocionan y agotan a la vez.
    • Problemas de socialización y sentimiento de aislamiento: La disonancia entre tu nivel intelectual y tu madurez emocional o social puede causar desajustes con los demás . Quizá de niño te llevabas mejor con adultos o con personas mayores que contigo, porque “hablabas como mayor” y te interesaban temas distintos. De adulto, puede que sigas sintiéndote un poco alien entre tus pares: tus referencias, tu humor o tu forma de entender el mundo a veces no encajan con la norma. Esto puede generar soledad, incomprensión y, en el peor de los casos, haberte hecho blanco de bullying o rechazo en algún momento. Sentir que “hay algo defectuoso en mí” es una carga emocional pesada que muchos arrastran en silencio .
    • Etiqueta de “vago” o “caprichoso”: Uno de los obstáculos más dolorosos suele ser la incomprensión del entorno. Padres, profesores, jefes… ven a una persona lista, capaz, y cuando ven fallos atribuyen todo a una mala actitud. “Si es tan inteligente, ¿por qué no entrega las cosas a tiempo? Simplemente es flojo.” Este juicio es tristemente común. En el ámbito escolar, por ejemplo, se ha observado que a estos alumnos se les suele considerar “perezosos” o poco trabajadores, se les exige más esfuerzo y no se les da el apoyo que necesitan porque se asume que, por ser capaces, si fallan es por falta de voluntad . Esta falta de comprensión puede llevar a diagnósticos erróneos (o directamente a ningún diagnóstico). Muchos terminamos creyendo esas etiquetas: sintiéndonos culpables, avergonzados, pensando que somos moralmente débiles o que “todo es cuestión de ponerse las pilas”. Y cuanto más lo intentamos “por fuerza de voluntad” y fracasamos, más crece esa sensación de defectuosidad.

    Llegados a este punto, es importante que sepas algo: no, no eres perezoso, ni estás roto, ni eres un fraude. Tener un cerebro que combina lo superdotado con lo neurodivergente trae retos particulares, pero tiene explicación y no es culpa tuya. La ciencia nos dice, por ejemplo, que si tu rendimiento a veces es menor es por las interferencias del TDAH, no porque te falte inteligencia (esa permanece intacta) . Es más, en pruebas cognitivas muchos “doblemente excepcionales” pueden puntuar un poco más bajo de lo esperado debido a debilidades en memoria de trabajo u otras áreas específicas afectadas por el TDAH, pero su capacidad intelectual real sigue ahí . Saber esto es clave para empezar a liberarse de la auto-culpa.

    Cómo identificar la doble excepcionalidad y buscar apoyo psicológico

    Si al leer todo esto sientes una mezcla de alivio (por reconocerte) y tristeza (por todo lo vivido), ten presente que no eres el único ni la única. En años recientes, términos como “twice exceptional” o doble excepcionalidad se están difundiendo más, y cada vez más jóvenes y adultos descubren esta dualidad en sí mismos y buscan ayuda. Puede ser un camino confuso al inicio, pero también profundamente sanador y reparador . Ponerle nombre a lo que te pasa suele traer un gran suspiro de alivio: “Ah, con razón… ¡esto explica tantas cosas!”. Cosas que antes veías como defectos de carácter empiezan a entenderse como características de un perfil neurodivergente que requiere estrategias específicas.

    Lo primero es informarte y entender tu propia mente. Leer artículos (como estás haciendo ahora), escuchar testimonios de otros adultos con TDAH y altas capacidades, o acudir a asociaciones de superdotación/TDAH puede abrirte los ojos. Muchas personas cuentan que al comprender su doble excepcionalidad lograron “reconciliarse” consigo mismas. Por ejemplo, Noah, la joven que mencionamos, después de ser identificada pudo decir: “Yo no cambiaría quién soy… he logrado volver a enamorarme de ciertas cosas mías que antes me avergonzaban” . Ese proceso de autoaceptación es posible para ti también. Las cosas que antes te avergonzaban – ser muy sensible, ser disperso, ser tan obsesivo con ciertos temas – en realidad son parte integral de tus dones cuando las manejas adecuadamente. Tus peculiaridades pueden volverse fortalezas una vez que dejas de negarlas y comienzas a comprenderlas.

    Por supuesto, entenderse es solo el primer paso. Buscar apoyo profesional es el siguiente y no debe darte vergüenza. Un psicólogo o psiquiatra especializado en TDAH en adultos, idealmente con conocimiento en altas capacidades, puede realizar una evaluación completa y confirmar el diagnóstico . Esto no se trata de ponerse etiquetas porque sí, sino de conocer tu perfil a fondo: identificar tanto tus áreas de talento como tus áreas de dificultad. Con ese mapa claro, se pueden diseñar estrategias personalizadas. Quizá eso implique terapia cognitivo-conductual para trabajar hábitos y emociones, coaching en técnicas de estudio u organización, aprender habilidades sociales, manejo del tiempo, etc. En algunos casos también se valora la medicación para el TDAH, que en adultos puede marcar una gran diferencia en concentración y estabilidad emocional – aunque eso siempre es una decisión personal informada, guiada por un médico. Lo importante es que hay herramientas y no tienes por qué “poder solo”. De hecho, muchos adultos 2e lamentan no haber buscado ayuda antes, porque cargar en soledad conlleva años de sufrimiento innecesario.

    Imagina por un momento lo que sería aprovechar tu potencial sin sentirte encadenado por el despiste o el caos. Piensa en convertir esa energía y curiosidad en motores, y aprender a domar un poco los frenos. Con apoyo, podrías desarrollar técnicas para mantener el enfoque cuando lo necesitas, para organizar tus proyectos (¡sin matar tu creatividad!), para comunicar a otros qué necesitas de ellos y qué puedes dar tú. Podrías dejar de sentirte vago y reconocerte como la persona capaz (pero neurodivergente) que eres, quitándote ese estigma de encima.

    Finalmente, es importante también rodearte de comprensión. Habla con tus seres queridos de este tema; comparte artículos o recursos para que entiendan por qué a veces actúas como actúas. Muchas veces la familia, la pareja o los amigos quieren apoyar pero no saben cómo, o tienen prejuicios que solo se disipan con información. Si te es posible, conecta con comunidades de personas de altas capacidades, TDAH o neurodivergentes; hoy en día, internet facilita encontrar grupos donde otros han pasado por lo mismo. Saber que hay otros “cerebros rebeldes” como el tuyo, que han logrado salir adelante y hasta brillar, puede darte esperanza y consejos prácticos.

    En resumen, descubrir que eres doblemente excepcional puede remover tu mundo, pero no estás solo. Eres esa mente brillante que siempre te dijeron, y también ese individuo despistado que a veces sufre en silencio… ambas cosas a la vez, y está bien. No tienes por qué elegir una u otra. Se trata de integrar tu identidad completa, abrazar tanto tu brillantez como tus dificultades, porque de la combinación de ambas surge una persona única, creativa y con mucho que aportar. Con la ayuda adecuada y autoempatía, podrás fomentar tus talentos y domeñar tus dragones internos, cerrando al fin la brecha entre tu potencial y tus logros reales. Mereces desarrollarte plenamente sin sentirte defectuoso. Tiende la mano – hay profesionales, comunidades y recursos esperando acompañarte en este viaje de autodescubrimiento. La próxima etapa puede ser de crecimiento y liberación: la de entender por fin que nunca estuviste “roto”, solo eras excepcional en más de un sentido.

    ¿Te has visto reflejado en este relato? Si es así, considera dar el siguiente paso: infórmate, busca una evaluación profesional, conversa con otros. Reconocer quién eres en toda tu complejidad es el primer acto de aceptación. No estás solo, y no tienes nada de lo que avergonzarte. Al contrario: el mundo necesita mentes como la tuya, con todas sus chispas y sus contratiempos, tal cual son. En nuestra clínica acompañamos a personas con altas capacidades y TDAH a descubrir su perfil único, gestionar sus retos y potenciar sus talentos. Si sientes que este artículo te ha descrito, no estás solo. Escríbenos y empieza a vivir con más claridad y confianza.

    *Noah es un nombre fictício.

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