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  • Entendiendo la Diferencia entre Narcisismo Natural y Narcisismo Patológico

    Entendiendo la Diferencia entre Narcisismo Natural y Narcisismo Patológico

    El término “narcisismo” suele evocar imágenes de personas egocéntricas, preocupadas únicamente por sí mismas. Sin embargo, existe una faceta del narcisismo que es inherente a la condición humana y que juega un papel esencial en la supervivencia y en la construcción de vínculos. El narcisismo natural nos impulsa a proteger lo que amamos, a cuidar de nosotros mismos y a mantener relaciones significativas. Es parte del equilibrio entre el amor propio y el cuidado hacia los demás.

    No obstante, cuando este narcisismo se desequilibra y se convierte en el centro de nuestras acciones, puede transformarse en narcisismo patológico, una dinámica que distorsiona las relaciones y convierte a los demás en instrumentos para satisfacer nuestras necesidades. Comprender esta diferencia es clave para mantener relaciones saludables y conscientes.

    Narcisismo Natural: Un motor para el vínculo

    El narcisismo natural se manifiesta en acciones cotidianas. Por ejemplo, cuidar a nuestros hijos no solo responde a su bienestar, sino también a nuestra necesidad de verlos bien y sentirnos satisfechos como padres. Llorar por la pérdida de un ser querido refleja el amor que sentíamos por esa persona, pero también la tristeza por no poder compartir más momentos juntos. Estas respuestas, aunque involucran nuestros sentimientos, no son patológicas, sino humanas.

    Este tipo de narcisismo nos ayuda a mantener relaciones significativas, pues implica una reciprocidad emocional. Queremos que las personas que amamos estén bien porque eso también nos brinda paz y satisfacción. Es una simbiosis natural en la que ambas partes se benefician.

    Cuando el narcisismo se vuelve patológico

    El problema surge cuando esta necesidad de bienestar propio predomina sobre las necesidades y el bienestar de los demás. Un ejemplo claro ocurre en la crianza: si un padre cuida a su hijo no por su desarrollo, sino para evitar sentirse ansioso o garantizar que el hijo lo cuide en el futuro, el amor se convierte en un medio para obtener algo. Aquí, la figura del hijo deja de ser vista como un individuo con sus propias necesidades y pasa a ser una herramienta para satisfacer carencias emocionales.

    Un ejemplo similar puede observarse en las relaciones de pareja. Imaginemos que una pareja planea un viaje romántico y, poco antes de partir, una de las partes expresa que no se encuentra bien de salud. En una relación equilibrada, la pareja se preocuparía por el bienestar del otro, poniendo el viaje en segundo plano. Sin embargo, en una dinámica marcada por el narcisismo patológico, la respuesta podría ser: “¿Por qué te sientes así justo ahora, sabiendo que teníamos este viaje programado?”. En este caso, el deseo personal prevalece sobre la empatía y el cuidado hacia el otro.

    Narcisismo Abierto vs. Narcisismo Encubierto

    Es importante distinguir entre dos formas de narcisismo patológico: el narcisismo grandioso y el narcisismo encubierto.

    • Narcisismo Abierto o Grandioso: Se caracteriza por una actitud dominante y despectiva hacia los demás. La persona narcisista grandiosa humilla, menosprecia y deja claro que él o ella es el único que importa. Los demás son vistos como instrumentos para servirle, y sus logros o necesidades se desprecian o ignoran.
      • Ejemplo cotidiano: Una pareja queda para ver una película y, al momento de elegir, uno de ellos menosprecia la elección del otro diciendo: “Esa película es aburrida, la que yo elijo es mucho mejor”. Aquí, el objetivo es imponer su criterio desvalorizando el del otro.
    • Narcisismo Encubierto: Este tipo de narcisismo se disfraza de victimización o fragilidad. En lugar de exhibir superioridad de manera explícita, el narcisista encubierto manipula a través de la culpa, la enfermedad o el sufrimiento. Puede hacerse la víctima, exigiendo atención constante y generando dependencia emocional en su entorno.
      • Ejemplo cotidiano: Ante la misma situación de la película, la respuesta de la persona con narcisismo encubierto sería: “No pasa nada, nunca acierto con las películas. Tú siempre eliges mejor que yo”. A través de esta autocrítica velada, busca que se elija lo que quiere sin imponerlo directamente, generando culpa en el otro.

    Ambos tipos de narcisismo distorsionan las relaciones y convierten a los demás en meros recursos para satisfacer necesidades propias, aunque se manifiestan de formas diferentes.

    Reconocer los signos del Narcisismo Patológico

    Identificar cuándo el narcisismo comienza a distorsionar nuestras relaciones es fundamental. Algunas señales incluyen:

    • Priorizar constantemente las propias necesidades sin considerar las de los demás.
    • Manipular o culpar a otros cuando las cosas no salen como se esperaba.
    • Sentir que las personas cercanas deben cumplir ciertos roles para mantener el equilibrio emocional propio.
    • Falta de empatía ante las dificultades de los demás.
    • Actuar desde una posición de superioridad (narcisismo grandioso) o victimización (narcisismo encubierto).

    Cultivar Relaciones Saludables

    Reconocer que el narcisismo natural es parte de nuestra vida puede ayudarnos a ser más comprensivos con nosotros mismos y con los demás. Sin embargo, es importante equilibrar este amor propio con una verdadera empatía y consideración por las necesidades ajenas.

    Para mantener relaciones saludables:

    • Practica la escucha activa y valida las emociones de los demás.
    • Reflexiona sobre tus motivaciones: ¿estás actuando desde el amor y el cuidado genuino o desde una necesidad personal no resuelta?
    • Fomenta la reciprocidad, permitiendo que tanto tú como los demás puedan expresar y satisfacer sus necesidades.

    El narcisismo en pequeñas dosis es parte del tejido que une nuestras relaciones. El desafío está en evitar que este se convierta en el único hilo conductor de nuestras interacciones.

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

     

  • Cómo salir de la Codependencia Emocional con tu Madre

    La relación madre-hijo/hija es una de las más profundas y significativas en la vida de una persona. Sin embargo, en algunas familias, esta relación puede tornarse codependiente, creando una dinámica en la que el hijo o hija asume la responsabilidad emocional de hacer feliz a su madre. Esta codependencia se convierte en una trampa silenciosa que limita el crecimiento personal, la autonomía y afecta otras áreas de la vida. En este artículo, exploraremos cómo reconocer esta dinámica y los pasos para liberarse de ella, sin romper el vínculo afectivo con la madre.

    Origen de la Codependencia Emocional con tu Madre

    La codependencia no surge de la nada. Muchas veces, las madres que desarrollan este tipo de vínculo con sus hijos han experimentado vacíos emocionales, abandonos o relaciones insatisfactorias en su propia vida. Para llenar esos vacíos, colocan a sus hijos en el centro de su mundo, convirtiéndose en su fuente principal de afecto, validación y sentido de identidad.

    Desde la infancia, el hijo o hija percibe que su bienestar está intrínsecamente ligado al estado emocional de su madre. Este rol de “cuidador emocional” puede empezar de manera sutil, pero con el tiempo se convierte en una carga que limita su desarrollo personal.

    Señales de Codependencia

    Reconocer las señales de codependencia es el primer paso para salir de ella. Algunas manifestaciones comunes incluyen:

    • Dificultad para poner límites: Temor a decepcionar o a ser rechazado por la madre si no se cumplen sus expectativas.
    • Sentimiento de culpa al priorizarse: La sensación de estar traicionando a la madre al atender necesidades propias.
    • Búsqueda constante de aprobación: La felicidad de la madre se convierte en la medida del éxito personal.
    • Relaciones personales conflictivas: Dificultad para mantener relaciones de pareja o amistades profundas por miedo a que la madre se sienta desplazada.

    El Impacto en la Vida Adulta

    La codependencia no se detiene en la infancia o adolescencia; sigue afectando la vida adulta. Los hijos que han crecido en esta dinámica pueden experimentar:

    • Problemas de autonomía emocional: Dificultad para tomar decisiones sin consultar o considerar a la madre.
    • Ansiedad y baja autoestima: Sensación de no ser suficiente por sí mismos.
    • Patrones repetitivos: Buscar relaciones de pareja o laborales donde se repita el rol de “cuidador” o “salvador”.
    • Relaciones de pareja desequilibradas: Puede haber miedo a comprometerse profundamente o dificultad para confiar en la pareja. A menudo, el hijo o hija siente que debe priorizar a la madre sobre la pareja, generando conflictos.
    • Miedo a la independencia: La sensación de que la independencia emocional o física se percibe como abandono.
    • Dificultad para expresar necesidades: En la adultez, el hijo o hija puede minimizar sus propias necesidades para no incomodar o preocupar a los demás, repitiendo el patrón aprendido.
    • Síntomas físicos y emocionales: Dolores crónicos, fatiga, insomnio y otros problemas psicosomáticos asociados con la ansiedad y el estrés.

    La Madre Codependiente como Suegra

    La codependencia con la madre puede extenderse a las relaciones que los hijos construyen en su vida adulta, afectando de manera significativa la relación de pareja. Cuando una madre codependiente se convierte en suegra, pueden surgir las siguientes dinámicas:

    • Interferencias constantes: La madre puede intentar participar activamente en la vida de la pareja, generando tensiones y disputas.
    • Celos y competencia: La madre puede percibir a la pareja de su hijo/hija como una amenaza, creando rivalidades sutiles o abiertas.
    • Dependencia emocional en el hijo/hija: La madre puede recurrir al hijo/hija en busca de apoyo emocional constante, lo que afecta la intimidad y el desarrollo de la relación de pareja.
    • Desgaste en la relación de pareja: El hijo o hija puede sentirse dividido, intentando satisfacer las demandas de su madre y de su pareja, lo que genera conflictos y distanciamiento.

    Ejemplos:

    •   Una madre codependiente puede aparecer sin previo aviso en la casa de la pareja, alegando “querer pasar tiempo” pero invadiendo la privacidad.
    •  Puede hacer comentarios sutiles que descalifican las decisiones de la pareja, como “No creo que esa sea la mejor manera de educar a los niños, pero tú sabrás”.
    •   Si la pareja planea un viaje, la madre puede insinuar sentirse sola o abandonada para disuadirlos de ir.

     

    El Camino hacia la Libertad Emocional

    Salir de esta dinámica es posible, pero requiere valentía y trabajo personal. Algunos pasos clave son:

    • Reconocimiento: Aceptar que existe una dinámica de codependencia es esencial para iniciar el cambio.
    • Establecer límites saludables: Aprender a decir “no” y definir espacios personales sin sentir culpa.
    • Individuación: Redescubrir intereses, deseos y metas propias que no estén ligados a la validación materna ni a la presencia de la madre.
    • Buscar apoyo profesional: La terapia es una herramienta poderosa para comprender y transformar estas dinámicas.
    • Construir redes de apoyo: Fomentar relaciones fuera del núcleo familiar ayuda a reforzar la identidad personal.

    La Culpa: El Obstáculo más Grande

    Uno de los mayores retos al intentar salir de la codependencia con una madre es la culpa. Es importante recordar que establecer límites no implica dejar de amar a tu madre. Amar también significa permitir que cada uno tenga su propio espacio para crecer y desarrollarse.

    La culpa es una señal de que se está rompiendo un patrón. A medida que se fortalecen los límites, esta sensación disminuye y es reemplazada por una mayor sensación de libertad y equilibrio.

    Reconfiguración del Vínculo

    No es necesario cortar la relación con tu madre para superar la codependencia. El objetivo es reconfigurar el vínculo desde un lugar de autonomía y amor saludable. Esto implica:

    • Aceptar que tu madre tiene su propio camino emocional.
    • Permitir que otras personas entren en tu vida y en la suya.
    • Fomentar la independencia emocional mutua.

    Salir de la codependencia emocional con una madre es un proceso que requiere tiempo, pero es una inversión en el bienestar personal y en la construcción de relaciones más sanas y equilibradas. A través del reconocimiento, el establecimiento de límites y el apoyo profesional, es posible romper las cadenas invisibles y vivir una vida plena y auténtica.

     

     

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  • ¿Por qué nos da miedo ir al psicólogo?

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    El Centro de Psicología Sandra Ribeiro es un Centro Sanitario Autorizado por la Comunidad de Madrid con N.º CS19965, localizado en Majadahonda.

    Las psicólogas que colaboran con el Centro están especializadas en las más diversas problemáticas psicológicas, así como en asesoramiento y desarrollo personal.
    Ponemos a tu disposición servicios de terapia individual con adultos, niños, adolescentes, terapia de pareja y terapia familiar. Atendemos de forma presencial y online, en español, en inglés y en portugués. Todo ello, bajo una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad. Nuestro enfoque Sistémico, Humanista e Integrador nos permite apoyar nuestra intervención en la relación terapéutica bien estructurada, es decir, una relación humana basada en el respeto, la cercanía y la honestidad. Nuestra intervención terapéutica está basada en tratamientos de eficacia comprobada recogidos de las propuestas mundiales con credibilidad y evidencia científica.

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    Desde una actitud de escucha, proximidad, ética profesional y total confidencialidad, nuestras intervenciones buscan tratar cada caso con la individualidad que merece. Cada persona tiene unas necesidades diferentes, por ello, cada intervención estará adaptada para ayudar a esta persona en particular, respetando su tiempo.

    Tras la primera toma de contacto y ya en la primera sesión, empezamos una fase de evaluación en la que abordaremos tus necesidades, recogiendo datos que nos puedan ayudar a explorar el problema, saber cómo éste se manifiesta y cómo afecta a tu vida diaria. Toda la información recogida en esta fase nos ayudará a trazar, conjuntamente contigo, una línea en la que centraremos nuestra intervención y en la que podamos trabajar sobre los objetivos y las metas que deseas alcanzar y la mejor forma de conseguirlos. Por último, en la fase de seguimiento, evaluaremos los objetivos alcanzados y plantearemos estrategias para prevenir posibles recaídas.

    Es verdad que terapeuta y paciente caminaremos juntos durante todo el proceso terapéutico, pero eres tú quien tendrá un papel principal en este viaje.

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  • Heridas emocionales que causan relaciones desequilibradas

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  • Heridas emocionales que causan relaciones desequilibradas

    Heridas emocionales que causan relaciones desequilibradas

    La necesidad de mantener vínculos y relaciones que no son recíprocas o desequlibradas suele reflejar una herida emocional que, en muchos casos, tiene sus raíces en experiencias tempranas de vida. Esta dinámica se alimenta de una búsqueda inconsciente de validación, afecto o seguridad que, por alguna razón, no se obtuvo en la medida adecuada durante etapas cruciales del desarrollo emocional.

    El origen de la herida emocional

    • Carencias afectivas en la infancia: Cuando un niño crece en un entorno donde el amor está condicionado o es inconsistente, aprende que debe esforzarse para ser querido. Esto puede crear la creencia de que su valor depende de lo que hace por los demás, no de lo que es.
    • Relaciones desequilibradas con figuras de autoridad: En familias donde los roles se invierten (el niño se convierte en cuidador emocional de los padres) o se privilegian las necesidades de los adultos, el niño internaliza que sus propias necesidades son menos importantes.
    • Rechazo o abandono: Experiencias de rechazo, abandono o pérdida temprana pueden generar un miedo profundo a ser dejado de lado, lo que lleva a aferrarse a relaciones, incluso cuando no son saludables.

    La expresión de la herida emocional

    Esa entrega desmedida, el poner las necesidades de los demás por encima de las propias y la autoexigencia por mantener vínculos que no son recíprocos, suelen ser reflejo de heridas emocionales profundas.

    Esto puede venir de patrones de crianza donde el valor propio dependía de complacer a otros o de evitar conflictos, lo que lleva a desconectarse de uno mismo. También puede estar relacionado con una necesidad de validación externa para llenar vacíos internos, mientras se deja de lado el autocuidado y el respeto hacia las propias emociones.

    El momento de claridad surge al entender que no podemos controlar cómo nos tratan los demás, pero sí cómo nos tratamos a nosotros mismos. Reconocer que la raíz de ese dolor muchas veces está en la falta de amor propio es un paso esencial hacia la sanación. Aprender a poner límites, priorizar el propio bienestar y redefinir la manera en que se busca conexión emocional son procesos que pueden cambiar profundamente esta dinámica.

    Patrones de crianza que pueden desencadenar en heridas emocionales

    Los patrones de crianza donde el valor propio dependía de complacer a otros o de evitar conflictos suelen surgir en familias donde el amor y la aceptación están condicionados a ciertas conductas. Por ejemplo, en un hogar donde se refuerza la obediencia absoluta, la adaptación a las expectativas familiares o el sacrificio personal para mantener la armonía, los niños aprenden que su valor está ligado a satisfacer las necesidades emocionales de los demás, incluso a costa de las propias.

    En este contexto, frases como “Sé buena chica”, “No hagas enojar a papá/mamá”, o “No seas egoísta” enseñan a los niños que sus emociones y deseos son secundarios. En lugar de aprender a identificar y expresar lo que sienten, desarrollan un rol complaciente o mediador. Este rol puede protegerlos en el ambiente familiar, pero con el tiempo, se convierte en un esquema de comportamiento que, además de acompañarlos en la vida adulta, puede llevar a la desconexión de uno mismo.

    Lo que lleva a desconectarse de uno mismo


    Esta desconexión se da porque la persona, en su afán de complacer o evitar conflictos, prioriza constantemente los deseos, emociones y necesidades de los demás, mientras ignora o minimiza las suyas propias. Con el tiempo, esto puede generar una incapacidad para identificar lo que realmente quiere o necesita.

    Algunas señales de esta desconexión incluyen:

    • Dificultad para tomar decisiones sin consultar a otros.
    • Sensación de vacío o falta de propósito.
    • Estrés constante al tratar de anticipar las necesidades de los demás.
    • Culpa al priorizarse a sí misma o decir “no”.

    Es como si hubiera una ruptura interna donde la persona ha aprendido a sobrevivir, dejando de lado partes esenciales de su ser, como sus emociones auténticas, sus sueños o sus límites. Esto puede llevar a relaciones desequilibradas y a una autoimagen basada únicamente en lo que hace por los demás.

    Caminos hacia la reconexión


    Sanar y romper con estos patrones requiere un proceso de autoconocimiento y de aprendizaje emocional:

    • Identificar las creencias limitantes: Reconocer mensajes internalizados como “Solo valgo si soy útil” o “Debo evitar problemas a toda costa”.
    • Validar las propias emociones: Aprender a escuchar lo que se siente sin juzgarlo o reprimirlo.
    • Practicar poner límites: Empezar con pequeñas acciones para decir “no” o expresar desacuerdos.
    • Cultivar el amor propio: Trabajar en actividades y espacios que reconecten con los propios deseos, como la terapia, la escritura reflexiva o actividades creativas.

    En este camino, es fundamental entender que cuidar de uno mismo no es egoísmo, sino un acto de respeto y amor hacia la persona que también somos.

    El camino hacia la sanación

    La sanación de estas heridas comienza por identificar su origen y transformar las creencias que las sostienen. Algunas estrategias incluyen:

    1. Reconocer la falta de reciprocidad: Aceptar que no todas las relaciones tienen que mantenerse a toda costa.
    2. Trabajar en el amor propio: Fortalecer la relación consigo mismo para no depender del reconocimiento externo.
    3. Aprender a establecer límites: Decir “no” a relaciones o dinámicas que no son saludables.
    4. Revaluar el concepto de vínculo: Entender que un lazo sano se construye en equilibrio, con respeto mutuo y reciprocidad.

    La clave está en comprender que mantener relaciones unilaterales no llena el vacío emocional, sino que lo amplifica. Es a través de la conexión con uno mismo y el trabajo interno que se pueden construir vínculos más sanos y satisfactorios.

    Estrategias para ayudar a abordar y sanar la herida emocional que lleva a mantener vínculos no recíprocos

    1. Reconocer la dinámica y su impacto

    • Practicar la autoobservación: Reflexiona sobre tus relaciones. ¿Qué sientes al dar más de lo que recibes? ¿Qué intentas evitar o ganar al hacerlo?
    • Identificar patrones: Pregúntate si esta dinámica se repite en diferentes vínculos (amistad, pareja, familia) y qué emociones surgen al pensarlo.
    • Escribir un diario emocional: Llevar un registro de interacciones en las que te sientas poco valorado/a puede ayudarte a identificar patrones y gatillos emocionales.

    2. Reconstruir el amor propio

    • Realizar afirmaciones positivas: Escribe y repite frases como “Soy digno/a de amor sin necesidad de probarlo” o “Mis necesidades son importantes”.
    • Reconocer tus logros: Haz una lista de cualidades, logros y momentos en los que te sientas orgulloso/a de ti mismo/a.
    • Dedicar tiempo a ti mismo/a: Encuentra actividades que disfrutes y hazlas solo/a para reconectar contigo mismo/a.

    3. Establecer límites saludables

    • Practicar el “no”: Empieza a decir “no” en pequeñas situaciones. Por ejemplo, rechazar una invitación que no te apetezca aceptar sin sentirte culpable.
    • Definir tus límites personales: Reflexiona sobre qué conductas estás dispuesto/a a aceptar y cuáles no. Comunícalos con firmeza pero sin agresividad.
    • Tolerar el malestar inicial: Al poner límites, puede surgir incomodidad o miedo al rechazo. Reconoce esta sensación como parte del proceso de cambio.

    4. Reenfocar las expectativas sobre los demás

    • Practicar la aceptación radical: Reconoce que no puedes cambiar a los demás ni controlar su nivel de reciprocidad. Acepta las relaciones tal como son y decide si deseas mantenerlas.
    • Distinguir entre querer y necesitar: Pregúntate si estás buscando en la otra persona algo que solo puedes darte tú mismo/a, como validación o seguridad.
    • Evaluar tus relaciones: Haz un balance de las personas en tu vida. ¿Cuáles aportan reciprocidad y cuáles drenan tu energía?

    5. Sanar la herida de origen

    • Explorar el pasado: Reflexiona sobre tus experiencias tempranas de amor, rechazo y validación. ¿Qué creencias se formaron a partir de esas vivencias?
    • Reparentarte: Imagina qué necesitaría ese niño/a interior que buscaba aceptación. Habla contigo mismo/a con compasión, como lo harías con un niño/a vulnerable o como lo harías con tu hijo/a.
    • Trabajar con un/a psicólogo/a especializado/a: Un/a profesional especializado/a puede ayudarte a identificar y procesar las heridas emocionales de una manera segura y guiada.

    6. Practicar la reciprocidad consciente

    • Dar y recibir en equilibrio: Haz un esfuerzo consciente para equilibrar lo que ofreces y lo que recibes en cada relación.
    • Hacer un “test de reciprocidad”: Cuando identifiques una relación que crees que das mucho y recibes muy poco, evalúa si esa relación merece tu energía.
    • Rodearte de personas recíprocas: Busca construir vínculos con personas que valoren el intercambio mutuo y respeten tus límites.

    7. Fomentar relaciones sanas

    • Comunicar tus necesidades: Expresa lo que sientes y esperas de la relación. Esto abre la puerta a una conexión más auténtica.
    • Valorar relaciones equilibradas: Aprende a apreciar relaciones en las que hay apoyo y respeto mutuo, incluso si al principio no parecen “emocionantes”.
    • Soltar relaciones no saludables: Acepta que no todas las conexiones son para siempre y que, a veces, alejarse es un acto de amor propio.

    Ejemplo práctico para iniciar el cambio

    • Paso 1: Identifica una relación en la que sientas que das más de lo que recibes.
    • Paso 2: Define un límite claro y comunícalo, por ejemplo: “Hoy no puedo ayudarte con esto, tengo otros compromisos”.
    • Paso 3: Observa la reacción de la otra persona y reflexiona sobre cómo te sientes al priorizarte.

    Estas estrategias requieren paciencia y consistencia, ya que romper patrones arraigados puede ser desafiante. Sin embargo, cada pequeño paso hacia relaciones más equilibradas te acerca a una vida emocional más plena y saludable. Si crees que no puedes realizar este cambio solo/a, te podemos ayudar y acompañar en este camino hacia la identificación y sanación de tu herida emocional.

     

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  • Ruptura de Pareja por Infidelidad: Cómo gestionar el duelo y reconstruir tu autoestima

    Ruptura de Pareja por Infidelidad: Cómo gestionar el duelo y reconstruir tu autoestima

    La ruptura de pareja por infidelidad suele ser una de las experiencias más dolorosas en una relación, ya que puede quebrantar la confianza, la autoestima y la percepción de seguridad emocional. Es un proceso complejo que no solo implica el duelo por la relación, sino también la necesidad de gestionar el impacto psicológico que la traición genera.

    Impacto emocional de la infidelidad en la ruptura de pareja

    La infidelidad añade un nivel de complejidad emocional, pues puede generar sentimientos de traición, inseguridad y baja autoestima.

    1. Dolor profundo: La infidelidad suele experimentarse como una herida emocional intensa, derivada del sentimiento de traición.
    2. Rabia: La sensación de injusticia o deslealtad puede generar enojo hacia la pareja y, a veces, hacia la tercera persona involucrada.
    3. Culpa y vergüenza: Algunas personas cuestionan su propio valor o se culpan por no haber “visto venir” la infidelidad.
    4. Inseguridad: La autoestima puede verse afectada, con pensamientos de insuficiencia o comparación con la otra persona.
    5. Confusión: Intentar entender cómo y por qué ocurrió la infidelidad puede llevar a un estado de rumiación constante.
    6. Ansiedad y desconfianza: Puede surgir el miedo a que algo similar vuelva a ocurrir en futuras relaciones.

    Manejo de la confianza tras la ruptura

    La infidelidad deja una huella profunda en la confianza. Si bien la confianza en los demás se ve afectada, la confianza en uno mismo es un verdadero reto tras una infidelidad. Recuperarla es un proceso que implica:

    1.       Reconstrucción de la confianza en uno mismo

                Identificar y desafiar creencias dañinas: La infidelidad no define tu valor ni tu capacidad para construir relaciones sanas.

                Reconocer el papel de las decisiones ajenas: La traición fue una elección de la otra persona, no un reflejo de tus insuficiencias.

                Fortalecer la autocompasión: Hablarte con amabilidad y reconocer tus logros te ayudará a recuperar la seguridad personal.

    1.       Recuperar la confianza en los demás

                Aceptar el tiempo necesario: La desconfianza inicial en futuras relaciones es natural; trabajarla de manera progresiva es clave.

                Establecer límites claros: Comunicar tus necesidades y expectativas en nuevas relaciones ayuda a construir conexiones más seguras.

                Reconocer patrones de alerta, no suposiciones: Diferenciar entre señales reales de problemas y la proyección de experiencias pasadas.

    1.       Apoyo profesional

                Una psicóloga especializada en problemas de pareja puede ayudarte a abordar los miedos asociados con la confianza y a construir un enfoque saludable para relaciones futuras.

    Factores que complican la ruptura

    • Duración y naturaleza de la infidelidad: Una relación emocional a largo plazo puede ser percibida como más dolorosa que un acto puntual.
    • Negación o minimización: Cuando la pareja infiel no reconoce el daño causado, puede dificultar el proceso de cierre.
    • Relaciones con hijos: Si hay hijos, el impacto emocional puede extenderse a la dinámica familiar.
    • Presión social o familiar: Los juicios externos pueden intensificar los sentimientos de culpa o vergüenza.

    Cómo afrontar una ruptura de pareja por infidelidad

    1.       Aceptar las emociones: Es normal experimentar una montaña rusa emocional. Permitirse sentir tristeza, rabia, decepción o incluso alivio es clave para sanar. La represión de estas emociones puede prolongar el sufrimiento.
    2.       Establecer límites claros: Si la comunicación con la expareja es necesaria (por hijos o asuntos legales), es importante establecer límites para evitar discusiones innecesarias o situaciones que perpetúen el dolor.
    3.       Evitar la búsqueda de culpables: Aunque es natural buscar explicaciones, es importante comprender que la infidelidad es una decisión de quien la comete y no una consecuencia directa de las imperfecciones de la relación o de uno mismo.
    4.       Reconstruir la autoestima: Una de las mayores heridas de la infidelidad es la pérdida de confianza en uno mismo. Trabajar en la autocompasión y enfocarse en fortalezas personales ayuda a recuperar el equilibrio emocional.
    5.       Evitar decisiones impulsivas: Tomarse el tiempo necesario para procesar la situación antes de tomar grandes decisiones sobre el futuro, como mudarse o comenzar una nueva relación.

    Para superar una ruptura de pareja por infidelidad se puede necesitar

    • Reconocer y procesar el dolor sin precipitar decisiones.
    • Buscar apoyo psicológico especializado para trabajar el impacto emocional.
    • Aprender a separar la identidad personal del acto de infidelidad de la pareja.

    Cómo afrontar la relación con los hijos tras una ruptura de pareja por infidelidad

    La infidelidad puede complicar el proceso de separación en familias con hijos. La prioridad debe ser proteger su bienestar emocional.

    1.       Comunicación adecuada según la edad

                Evitar detalles innecesarios: Los hijos no necesitan saber los motivos específicos de la separación, especialmente si implican infidelidad.

                Enfocarse en lo que permanece constante: Reafirmarles que ambos padres seguirán queriéndolos y estando presentes en sus vidas.

                Respuestas honestas y simples: Si preguntan, brindar explicaciones adecuadas a su nivel de comprensión.

    1.       Mantener la neutralidad

                Evitar hablar mal del otro progenitor: Los hijos no deben sentir que deben “elegir bandos”.

                Gestionar las emociones propias: Buscar apoyo para expresar la ira o el dolor fuera del entorno de los hijos.

    1.       Fomentar la estabilidad emocional

                Establecer rutinas claras: Les ayudará a sentir seguridad durante el proceso de transición.

                Abrir un espacio para sus emociones: Permitirles expresar sus sentimientos, ya sea tristeza, enojo o confusión.

                Consultar a una psicóloga/o especializada en niños y adolescentes (si es necesario): La psicóloga especializada en niños y adolescentes puede ayudar a tus hijos a abordar el impacto emocional que puedan experimentar con la separación o divorcio de los padres, ayudando que pueda seguir ser siendo hijo y no intentar asumir un rol que no le toca.

    El rol de una psicóloga experta en ruptura por problemas de fidelidad

    La terapia es un recurso valioso para gestionar la ruptura de pareja cuando hay infidelidad. Una psicóloga experta puede:

    1.       Ayudar a procesar el dolor

                Crear un espacio seguro para hablar abiertamente sobre las emociones asociadas con la traición.

                Facilitar la expresión de sentimientos como ira, tristeza o miedo sin juzgar.

    1.       Ofrecer herramientas para manejar pensamientos intrusivos

                Trabajar en la regulación emocional y en técnicas para evitar la rumiación constante.

    1.       Reestructurar creencias dañinas

                Explorar creencias como “No soy suficiente” o “Todas las relaciones terminan mal” y reemplazarlas por una narrativa más saludable.

    1.       Fomentar el cierre emocional

                Ayudar a entender el porqué de la infidelidad desde una perspectiva neutral y constructiva, evitando quedar atrapado en el resentimiento.

    1.       Preparar para nuevas relaciones

                Trabajar en el restablecimiento de la confianza, tanto en uno mismo como en los demás.

                Enseñar estrategias para establecer límites y comunicar necesidades de manera efectiva en futuras relaciones.

     

    Superar una ruptura por infidelidad no es un camino lineal, pero con el apoyo adecuado, puedes transformarlo en una oportunidad para crecer, fortalecer tu autoestima y construir una vida más plena.

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

     

  • ¿Por qué no recuerdo mi infancia? El impacto del trauma en el cuerpo y en la vida adulta

    ¿Por qué no recuerdo mi infancia? El impacto del trauma en el cuerpo y en la vida adulta

    ¿Te cuesta recordar tu infancia? ¿Sientes que algunos momentos importantes están cubiertos por una niebla? Tal vez alguien te cuenta anécdotas de cuando eras niño/a y te sorprendes de no recordarlas. Si es así, no estás solo/a.

    Posibles causas

    •       ¿Has crecido en un entorno difícil, en un hogar disfuncional?
    •       ¿Tus padres o cuidadores tenían una relación conflictiva y/o de violencia?
    •       ¿Sentías que cada día era una lucha para seguir adelante?

     Si has pasado por algo parecido y no te acuerdas de tu infancia, no significa que haya algo “mal” en ti, sino que tu cuerpo y mente estaban enfocados en sobrevivir.

    ¿Por qué no recuerdo mi infancia?

    Cuando crecemos en un ambiente lleno de conflictos, estrés o incluso violencia, nuestra mente prioriza protegernos. En vez de registrar recuerdos detallados, nuestro sistema nervioso se enfoca en mantenernos a salvo. Esto puede provocar que tengamos pocos recuerdos conscientes de esos años. En su lugar, el cuerpo retiene la memoria en forma de sensaciones, miedos o comportamientos.

    Cuando vivimos en hogares caóticos, nuestro cerebro solo tiene espacio para enfocar en la supervivencia. De esta forma, no conseguimos recordar nuestra infancia porque estábamos bloqueados/as o disociados/as para protegernos y lidiar con el estrés.

    El cuerpo no olvida

    Aunque no recuerdes exactamente lo que pasó, tu cuerpo lo recuerda. Tal vez te asustas fácilmente, sientes ansiedad constante o tienes dificultad para confiar en las personas. Estas son señales de que tu sistema nervioso está alerta, porque alguna vez aprendió que el mundo no era un lugar seguro.

    Cuando atravesamos experiencias difíciles en la infancia, especialmente en un hogar caótico o lleno de conflictos, nuestro cuerpo actúa como un refugio silencioso. Si bien nuestra mente puede bloquear o minimizar esos recuerdos para protegernos, nuestro cuerpo sigue llevando las huellas de esas vivencias, como un archivo que guarda todo lo que sentimos, pero no pudimos expresar.

    ¿Cómo guarda el cuerpo el trauma?

    El trauma no solo vive en nuestra memoria; también se almacena en nuestro sistema nervioso, músculos y sensaciones corporales. Si creciste en un entorno donde te sentías inseguro o en peligro, tu sistema nervioso aprendió a estar en alerta constante. Esto puede manifestarse de muchas maneras:

    • Tensión muscular constante, como si estuvieras siempre “preparado para lo peor”.
    • Sensación de vacío o desconexión, como si estuvieras separado de tus emociones y cuerpo.
    • Hipersensibilidad a ciertos ruidos, tonos de voz o situaciones que te recuerdan al pasado, incluso sin que seas consciente de ello.

    Esto sucede porque, en su momento, tu cuerpo intentó protegerte. Cuando no había espacio para procesar lo que vivías, tu cuerpo asumió la tarea de guardar esas emociones no expresadas. El problema es que, si no se libera esa energía acumulada, el trauma sigue actuando en segundo plano, como una alarma que nunca se apaga.

    El impacto del trauma en las relaciones en la vida adulta

    El trauma que no se procesa no solo afecta cómo nos sentimos con nosotros/as mismos/as, sino también cómo nos relacionamos con los demás. Esto puede aparecer en forma de patrones que, aunque parecen inexplicables, tienen raíces profundas en las experiencias de la infancia:

    1. Dificultad para confiar en las personas: Si creciste en un entorno donde no te sentías seguro, es natural que, como adulto, te cueste creer que los demás puedan ofrecerte apoyo o cariño sincero. Esto puede llevarte a mantener distancia emocional o, por el contrario, a buscar constantemente pruebas de que los demás no te abandonarán.
    2. Miedo a los conflictos: Si los desacuerdos en tu hogar eran intensos o violentos, tu cuerpo puede asociar cualquier discusión con peligro. Esto puede hacer que evites confrontaciones o que te sientas extremadamente ansioso en situaciones de tensión.
    3. Ansiedad en las relaciones románticas: Las relaciones cercanas pueden activar recuerdos inconscientes de cómo te sentías con tus cuidadores. Tal vez temas ser rechazado o te sientas inseguro incluso cuando la relación es saludable. Este patrón puede sabotear relaciones importantes si no se aborda.
    4. Hipervigilancia emocional: Algunas personas se vuelven muy sensibles a los cambios en el tono de voz, las expresiones faciales o el estado de ánimo de los demás. Esto puede ser agotador y afectar la capacidad de relajarse y disfrutar de las interacciones.

    La terapia como camino de sanación del trauma

    La buena noticia es que, aunque el cuerpo guarda el trauma, también tiene la capacidad de liberarlo.

    Sanar del trauma no es un proceso lineal ni inmediato, pero es posible. Muchas personas han logrado transformar su vida y sus relaciones al trabajar con sus emociones y las señales de su cuerpo.

    El primer paso es entender que estas respuestas no son “fallos” tuyos, sino estrategias que tu cuerpo desarrolló para protegerte. A partir de ahí, la terapia puede ayudarte a:

    • Reconocer y liberar las tensiones acumuladas en tu cuerpo.
    • Identificar patrones en tus relaciones y entender su conexión con tu pasado.
    • Crear nuevas maneras de relacionarte contigo mismo/a y con los demás, desde un lugar de mayor calma y confianza.

    En terapia, no necesitamos forzarte a recordar todo lo que viviste. El objetivo no es revivir el pasado, sino entender cómo esas experiencias están afectando tu vida hoy y ayudarte a encontrar alivio.

    Aunque no puedas cambiar el pasado, puedes aprender a vivir con más calma y confianza en el presente. La terapia es un espacio donde no estás solo, donde tu historia importa y donde puedes empezar a sanar.

    Si te identificas con lo que has leído, no tienes que enfrentar este camino solo/a. Si sientes que este puede ser tu momento para sanar, estamos aquí para acompañarte. En el Centro de Psicología Sandra Ribeiro, encontrarás psicólogas especializadas en trauma y un espacio seguro y acogedor donde podemos explorar juntos/as el camino hacia tu bienestar emocional y, poco a poco, puedes reencontrarte contigo mismo/a y construir relaciones más auténticas y saludables.

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

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  • Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta.

    Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta.

    La sociedad a menudo premia a las niñas y niños que parecen “maduros para su edad”, sin detenerse a pensar en el coste emocional que esto implica. Ser “la hija que no dio problemas” puede parecer un logro, pero a menudo refleja una infancia en la que se ignoraron necesidades emocionales y límites personales. En este artículo quiero explorar contigo cómo ese rol ha afectado tu bienestar físico y emocional en la vida adulta.

    El rol de la hija perfecta: ¿Cómo se forma?

    En muchas familias, las dinámicas están marcadas por la necesidad de orden y estabilidad. Cuando hay conflictos, dificultades emocionales o circunstancias adversas, las niñas pueden ser inconscientemente empujadas a asumir roles adultos. Profundizar en el origen del rol de la “hija perfecta” es clave para comprender su impacto a lo largo de la vida. 

    1. Expectativas familiares y roles asignados

    • El estabilizador emocional: La hija que media, calma tensiones y evita conflictos.
    • La fuente de orgullo: Se espera que siempre tenga buenos resultados académicos, una actitud impecable o una madurez excepcional para “compensar” problemas familiares.
    • El soporte del adulto: A veces, los padres transfieren preocupaciones o responsabilidades que no corresponden a los hijos.

    2. Mensajes sutiles que refuerzan el rol

    Desde pequeñas, estas niñas reciben mensajes explícitos e implícitos que las moldean:

    • “Eres tan madura para tu edad”.
    • “Sabía que podía contar contigo”.
    • “No como tu hermana/hermano, tú nunca das problemas”.
    • “No llores, eso no es para tanto”.
      Estos comentarios, aunque parezcan halagos o consejos bienintencionados, refuerzan la idea de que sus necesidades emocionales no son tan importantes como las de los demás.

    3. Ignorar las emociones propias para priorizar las de los demás

    Estas niñas aprenden que expresar emociones como tristeza, enojo o miedo puede generar más problemas en un entorno ya tenso. Por ello:

    • Desarrollan un hábito de autocensura emocional, aparentando fortaleza.
    • Adoptan una postura de hipervigilancia, siempre pendientes de cómo están los demás.
    • Reprimen necesidades naturales, como el juego, la curiosidad o la espontaneidad.

    4. Dinámicas familiares comunes

    El contexto familiar puede variar, pero hay patrones que tienden a repetirse:

    • Padres sobrecargados emocionalmente: Que delegan en sus hijos responsabilidades emocionales, incentivando que una hija adopte el papel de “hija perfecta” para mantener el equilibrio familiar.
    • Entornos conflictivos o inestables: Donde la hija intenta mantener la paz para evitar que las tensiones escalen.
    • Falta de validación emocional: Las emociones del niño se minimizan, se ignoran o se etiquetan como inconvenientes.

    5. Influencia cultural y de género

    Las expectativas sobre las niñas a menudo son diferentes a las de los niños:

    • A las niñas se les enseña a ser cuidadoras, empáticas y “fáciles de llevar”.
    • Se premia el sacrificio y la responsabilidad temprana en detrimento de la diversión o la exploración de sus propios deseos.

    6. ¿Por qué este rol es tan difícil de soltar?

    • Está profundamente arraigado en la identidad: ser la “hija perfecta” se convierte en sinónimo de valía personal.
    • Dejar de cumplir con estas expectativas puede generar culpa y miedo al rechazo.
    • Muchas de estas creencias no son cuestionadas hasta la adultez, cuando los costos emocionales y físicos empiezan a ser ineludibles.

    El impacto en la vida adulta

    • Dificultad para descansar: Vivir siempre en estado de alerta puede hacer que relajarse se sienta como algo “prohibido”.
    • Incapacidad para pedir ayuda: Sentir que las propias necesidades son una carga para los demás.
    • Control como mecanismo de defensa: Una búsqueda constante de controlar el entorno para sentirse segura.
    • Vivir desconectada de las emociones: Ignorar emociones durante años lleva a no reconocerlas ni expresarlas.
    • Normalizar el agotamiento: Vivir cansada, preocupada y estresada como el “estado natural”.

    Testimonios

    La hija cuidadora

    “Desde los 10 años sentí que era responsable de mi madre. Ella me contaba sus problemas con mi padre, y yo trataba de darle consejos o consolarla. Nunca se me ocurrió que eso no era algo que me correspondiera. Ahora, a mis 30 años, sigo sintiéndome responsable de resolver los problemas de todos, incluso cuando me agotan.”
    — Ana, 31 años (nombre ficticio)

    La hija responsable

    “Siempre fui la que sacaba las mejores notas, la que organizaba la casa cuando mis padres trabajaban, la que cuidaba a mis hermanos. Me acostumbré tanto a ese rol que ahora, si no estoy haciendo algo productivo, siento que no tengo valor. Estoy trabajando en aprender a descansar sin culpa.”
    — Laura, 28 años (nombre ficticio)

    La hija en alerta constante

    “Mi padre tenía un carácter muy fuerte, y yo hacía todo para que no se enfadara. Si había tensión en casa, me encerraba en mi cuarto, pero estaba siempre atenta a los ruidos y al tono de las voces. Ahora me doy cuenta de que vivo en alerta, incluso cuando todo está bien. Es como si mi cuerpo no supiera relajarse.”
    — María, 35 años (nombre ficticio)

    La hija madura antes de tiempo

    “Mis padres siempre me decían: ‘Eres tan madura para tu edad’. Yo pensaba que eso era algo bueno, pero ahora entiendo que me forzaron a serlo porque no podían manejar sus propios problemas. Hoy, con 40 años, estoy aprendiendo a pedir ayuda y a dejar de ser la adulta en todas mis relaciones.”
    — Sofía, 40 años (nombre ficticio)

    Sanar desde la raíz: abrazar a tu niña interior

    • Reconocer el sufrimiento: Validar el dolor y la soledad que se vivieron en la infancia.
    • Reescribir la narrativa: Dejar de verse como “la fuerte” y permitirse ser vulnerable.
    • Aprender a pedir ayuda: Romper el mito de la autosuficiencia como sinónimo de éxito.
    • Crear espacios para el descanso: Ver el autocuidado como una prioridad, no un lujo.

    Ejercicios para reconectar con tu niña interior

    1. Escribirle una carta: Hablar con tu niña interior, pedirle perdón y prometer cuidarla.
    2. Mindfulness: Practicar estar presente en el cuerpo, especialmente cuando surgen emociones difíciles.
    3. Terapia psicológica: Buscar apoyo profesional para trabajar patrones de comportamiento y creencias limitantes.
    4. Juegos y creatividad: Recuperar actividades que disfruten juntas (dibujar, bailar, jugar).

    Ser “la hija perfecta” o “la hija que no dio problemas” no es una identidad fija, sino un rol que puede ser transformado. Abrazar a tu niña interior, validar su dolor y cuidarla es el primer paso para construir una vida más plena, conectada y auténtica. Si crees que no puedes realizar ese proceso sola, te podemos ayudar y acompañar a través de este camino hacia tu crecimiento emocional y personal.

    Invitación a reflexionar: ¿Te identificas con alguno de los roles del artículo?

    Es posible que, al leer este artículo, te hayas reconocido en algunas de las historias o sentimientos descritos. Este es un buen momento para detenerte y reflexionar sobre cómo este rol ha podido influir en tu vida.

     

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    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

  • Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta.

    Demasiado madura para mi edad: El coste emocional de ser la hija perfecta.

    La sociedad a menudo premia a las niñas y niños que parecen “maduros para su edad”, sin detenerse a pensar en el coste emocional que esto implica. Ser “la hija que no dio problemas” puede parecer un logro, pero a menudo refleja una infancia en la que se ignoraron necesidades emocionales y límites personales. En este artículo quiero explorar contigo cómo ese rol ha afectado tu bienestar físico y emocional en la vida adulta.

    El rol de la hija perfecta: ¿Cómo se forma?

    En muchas familias, las dinámicas están marcadas por la necesidad de orden y estabilidad. Cuando hay conflictos, dificultades emocionales o circunstancias adversas, las niñas pueden ser inconscientemente empujadas a asumir roles adultos. Profundizar en el origen del rol de la “hija perfecta” es clave para comprender su impacto a lo largo de la vida. 

    1. Expectativas familiares y roles asignados

    • El estabilizador emocional: La hija que media, calma tensiones y evita conflictos.
    • La fuente de orgullo: Se espera que siempre tenga buenos resultados académicos, una actitud impecable o una madurez excepcional para “compensar” problemas familiares.
    • El soporte del adulto: A veces, los padres transfieren preocupaciones o responsabilidades que no corresponden a los hijos.

    2. Mensajes sutiles que refuerzan el rol

    Desde pequeñas, estas niñas reciben mensajes explícitos e implícitos que las moldean:

    • “Eres tan madura para tu edad”.
    • “Sabía que podía contar contigo”.
    • “No como tu hermana/hermano, tú nunca das problemas”.
    • “No llores, eso no es para tanto”.
      Estos comentarios, aunque parezcan halagos o consejos bienintencionados, refuerzan la idea de que sus necesidades emocionales no son tan importantes como las de los demás.

    3. Ignorar las emociones propias para priorizar las de los demás

    Estas niñas aprenden que expresar emociones como tristeza, enojo o miedo puede generar más problemas en un entorno ya tenso. Por ello:

    • Desarrollan un hábito de autocensura emocional, aparentando fortaleza.
    • Adoptan una postura de hipervigilancia, siempre pendientes de cómo están los demás.
    • Reprimen necesidades naturales, como el juego, la curiosidad o la espontaneidad.

    4. Dinámicas familiares comunes

    El contexto familiar puede variar, pero hay patrones que tienden a repetirse:

    • Padres sobrecargados emocionalmente: Que delegan en sus hijos responsabilidades emocionales, incentivando que una hija adopte el papel de “hija perfecta” para mantener el equilibrio familiar.
    • Entornos conflictivos o inestables: Donde la hija intenta mantener la paz para evitar que las tensiones escalen.
    • Falta de validación emocional: Las emociones del niño se minimizan, se ignoran o se etiquetan como inconvenientes.

    5. Influencia cultural y de género

    Las expectativas sobre las niñas a menudo son diferentes a las de los niños:

    • A las niñas se les enseña a ser cuidadoras, empáticas y “fáciles de llevar”.
    • Se premia el sacrificio y la responsabilidad temprana en detrimento de la diversión o la exploración de sus propios deseos.

    6. ¿Por qué este rol es tan difícil de soltar?

    • Está profundamente arraigado en la identidad: ser la “hija perfecta” se convierte en sinónimo de valía personal.
    • Dejar de cumplir con estas expectativas puede generar culpa y miedo al rechazo.
    • Muchas de estas creencias no son cuestionadas hasta la adultez, cuando los costos emocionales y físicos empiezan a ser ineludibles.

    El impacto en la vida adulta

    • Dificultad para descansar: Vivir siempre en estado de alerta puede hacer que relajarse se sienta como algo “prohibido”.
    • Incapacidad para pedir ayuda: Sentir que las propias necesidades son una carga para los demás.
    • Control como mecanismo de defensa: Una búsqueda constante de controlar el entorno para sentirse segura.
    • Vivir desconectada de las emociones: Ignorar emociones durante años lleva a no reconocerlas ni expresarlas.
    • Normalizar el agotamiento: Vivir cansada, preocupada y estresada como el “estado natural”.

    Testimonios

    La hija cuidadora

    “Desde los 10 años sentí que era responsable de mi madre. Ella me contaba sus problemas con mi padre, y yo trataba de darle consejos o consolarla. Nunca se me ocurrió que eso no era algo que me correspondiera. Ahora, a mis 30 años, sigo sintiéndome responsable de resolver los problemas de todos, incluso cuando me agotan.”
    — Ana, 31 años (nombre ficticio)

    La hija responsable

    “Siempre fui la que sacaba las mejores notas, la que organizaba la casa cuando mis padres trabajaban, la que cuidaba a mis hermanos. Me acostumbré tanto a ese rol que ahora, si no estoy haciendo algo productivo, siento que no tengo valor. Estoy trabajando en aprender a descansar sin culpa.”
    — Laura, 28 años (nombre ficticio)

    La hija en alerta constante

    “Mi padre tenía un carácter muy fuerte, y yo hacía todo para que no se enfadara. Si había tensión en casa, me encerraba en mi cuarto, pero estaba siempre atenta a los ruidos y al tono de las voces. Ahora me doy cuenta de que vivo en alerta, incluso cuando todo está bien. Es como si mi cuerpo no supiera relajarse.”
    — María, 35 años (nombre ficticio)

    La hija madura antes de tiempo

    “Mis padres siempre me decían: ‘Eres tan madura para tu edad’. Yo pensaba que eso era algo bueno, pero ahora entiendo que me forzaron a serlo porque no podían manejar sus propios problemas. Hoy, con 40 años, estoy aprendiendo a pedir ayuda y a dejar de ser la adulta en todas mis relaciones.”
    — Sofía, 40 años (nombre ficticio)

    Sanar desde la raíz: abrazar a tu niña interior

    • Reconocer el sufrimiento: Validar el dolor y la soledad que se vivieron en la infancia.
    • Reescribir la narrativa: Dejar de verse como “la fuerte” y permitirse ser vulnerable.
    • Aprender a pedir ayuda: Romper el mito de la autosuficiencia como sinónimo de éxito.
    • Crear espacios para el descanso: Ver el autocuidado como una prioridad, no un lujo.

    Ejercicios para reconectar con tu niña interior

    1. Escribirle una carta: Hablar con tu niña interior, pedirle perdón y prometer cuidarla.
    2. Mindfulness: Practicar estar presente en el cuerpo, especialmente cuando surgen emociones difíciles.
    3. Terapia psicológica: Buscar apoyo profesional para trabajar patrones de comportamiento y creencias limitantes.
    4. Juegos y creatividad: Recuperar actividades que disfruten juntas (dibujar, bailar, jugar).

    Ser “la hija perfecta” o “la hija que no dio problemas” no es una identidad fija, sino un rol que puede ser transformado. Abrazar a tu niña interior, validar su dolor y cuidarla es el primer paso para construir una vida más plena, conectada y auténtica. Si crees que no puedes realizar ese proceso sola, te podemos ayudar y acompañar a través de este camino hacia tu crecimiento emocional y personal.

    Invitación a reflexionar: ¿Te identificas con alguno de los roles del artículo?

    Es posible que, al leer este artículo, te hayas reconocido en algunas de las historias o sentimientos descritos. Este es un buen momento para detenerte y reflexionar sobre cómo este rol ha podido influir en tu vida.

     

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    Sandra Ribeiro

    Psicóloga General Sanitaria (M-34885)

    Profesora del Dpto. de Psicología de la Personalidad, Evaluación y Tratamientos Psicológicos de la UNED

    Profesora del Máster en Psicología General Sanitaria de la Universidad Villanueva

    Responsable de formación y supervisora de casos clínicos en el Servicio de Psicología Aplicada (SPA) de la UNED

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